Archivo del sitio

Jack Kerouac y las tertulias subterráneas en librerías.


Barcelona no es aquel San Francisco; quizá el Mediterráneo sea algo parecido a un Big Sud europeo. Fantasmas como la Generación Nocilla, con el tiempo y el mito literario en desuso, no pueden compararse a apariciones como la Beat Generation con el tiempo a su favor. Ninguna de nuestras librerías, encadenadas y carcelonadas o condenadas, no se parecen a la librería espléndida City Lights, ya no. Se uniforma a los libreros como a guardias de seguridad sin mangas, contratándolos como dependientes; ya no es imprescindible, sólo necesaria, aquella actividad que se ha visto reducida a la obediente interpretación de prohibiciones, quizá a un gesto ante el espejo o a una postura ante desconocidos: leer. A pesar de esas anomalías, la gente continua rindiéndose al hedonismo, emborrachándose, drogándose, practicando sexo (seguro), paseando o flanneurando en centros comerciales o emocionándose ante un gol absurdo o una boda inverosímil; pero, ¿se continua charlando? Temas no faltan.

Volviendo al Frisco de los años cincuenta, en Los subterráneos, Jack Kerouac esboza una librería:

…el viejo Larry O’Hara, siempre tan bueno conmigo, un joven comerciante de San Francisco, irlandés y loco, con una trastienda balzaciana en la librería donde se fumaba marihuana y se charlaba de los buenos tiempos, de la banda del gran Basie o de los días del gran Chu Berry.

Este breve apunte me da pie a destacar otra librería novelesca: City Lights, desde 1953 beatificada a prueba de terremotos en San Francisco en un edificio triangular entre Chinatown y North Beach. Unos datos suficientes para descubrir el tema de este post: la supervivencia de la librería como un lugar de reunión, de tertulia.

City Lights no es una librería convencional. Como han hecho muchas librerías (por ejemplo, La Central de la calle Mallorca o la Casa del Libro de Paseo de Gracia de Barcelona) ha crecido apropiándose de otras partes del edificio dónde está alojada. Nació en el entresuelo como una librería italiana, Cavalli & Co, ganando su sótano a un almacén donde se guardaba un dragón ceremonial para festejar el Año Nuevo chino (como La Central del Raval con su cripta sin reliquias de santos, sólo saldos), y su sala principal a una agencia de viajes italiana que devolvía inmigrantes a su Sicilia natal (como Bertrand devolvió a la realidad a los espectadores de un cine con la trasformación de su pantalla en una pretenciosa sala de actos). De inspiración parisina, en el exterior de la librería se exhibían libros en cajas parecidas a las usadas por los bouquinistas del Sena, se desarrolló con la idea de vender y editar libros para clientes infames, es decir, libros de bolsillo de calidad literaria o de poesía para todas las economías. Entre sus mayores logros, en 1956 publicaron en su colección Pocket Poets Howl de Allen Ginsberg, por la que la librería-editorial fue acusada de obscenidad, deteniendo al gerente de la misma, el vigilante librero japonés-americano Shigetoshi Murao. Pese a este librero, uno de sus carteles invitaba, e invita, a la clientela:«Tome asiento y lea un libro». Pero aquellos clientes infames completaban sus lecturas gratuitas con frecuentes robos. Se rumorea que después de adquirir cierta fama, estos clientes han extendido cheques para compensar esas necesarias sustracciones.

Uno de los fundadores de la librería, y actual propietario, es el poeta beat Lawrence Ferlinghetti. Pienso que su disertación History of the pissoir in French literature (La historia del meadero en la literatura francesa) es una excelente idea de partida para desarrollar un espacio que fomente la lectura y la tertulia. Sobre todo en una librería que dispone de unas secciones balzacianas (política progresista, clásicos, poesía, sociología y antropología, filosofía, estudios de género,…) que despiertan este tipo de debate.   

Barcelona carece de un espacio que fomente el debate, la conversación y charla en un trasfondo de libros. Las grandes cadenas no cuentan (no pienso que las presentaciones de libros de autoayuda o política de partido o bestsellers sean generadoras de este tipo de charla), aunque se agradece su papel de distribuidores de suplementos alimenticios -canapés y vino- para personas azotadas por la crisis; tampoco quisiera contar con aquellas prestigiosas librerías cuyas actividades están enfocadas desde un punto de vista didáctico, como si sus clientes no estuvieran preparados para pasearse entre unas estanterías visitadas normalmente por especialistas en mística femenina medieval o imposibles traducciones de James Joyce. Entonces, la tertulia suele recurrir a otro tipo de espacios alejados de las librerías convencionales como podrían ser el Café Salambó o el Cafè Lletraferit. Parece ser que la idea es alejarse de los libros en las paredes, a menos que sirvan como decoración.

Un amigo me comentaba que este tipo de espacios promotores de la tertulia, de charla sobre los viejos tiempos empiezan a proliferar en otras ciudades de la Península (¿el verdadero Big Sud?) como Madrid. Sin ir más lejos, mi amigo afirmaba que una librería como Tipos Infames se había transformado en un punto de encuentro antes de salir de marcha por Malasaña. Un lugar para debatir -al menos para elegir adónde acudir a cenar- con una copa de vino (la librería es al mismo tiempo una enoteca) rodeado de libros. Quizá la influencia del alcohol de buena calidad influya en la compra de algún libro.

¿Y en Barcelona? Las librerías tradicionales no se transforman, sino que desaparecen; otras crecen ofreciendo más de lo mismo, las encadenadas. Sólo unas pocas se han dado cuenta que para atraer lectores es necesario ofrecer otra cosa que no sean libros. Sólo se me ocurre un par de librerías en toda la ciudad: + Bernat y Negra y Criminal. Si Tipos Infames apuesta por libros y vinos, + Bernat y su gerente, Montse Serrano, lo hace por el Slow Food y los libros gracias a una parte de la librería usada por la mañana y al mediodía como cafetería-restaurante. Los sábados por la mañana Negra y Criminal comparte con sus clientes mejillones a la marinera, homenajeando su localización en el barrio de la Barceloneta. Una apuestas como mínimo interesantes y diferentes, una competencia directa a los canapés. Tampoco quiero olvidarme de los cafés gratuitos de Pequod. Pero, ¿con qué ventajas cuentan las ciudades de San Francisco y Madrid para implantar un negocio de este tipo? No tiene que ver directamente con el fondo de libros, aunque ayuda una selección interesante y arriesgada, sino con los horarios de apertura. City Lights abre hasta las 12 de la noche y Tipos Infames hasta las 22.30, domingos incluidos. Esta extensión de los horarios permite que la clientela potencial pueda integrarse entre sus estanterías al mismo tiempo que disfrutan de su tiempo libre. Pero Barcelona es tan seria, aparentemente tan trabajadora y familiar, como subrayan sus prohibiciones, que, ¿sería capaz de afrontar el cambio y no dejarlo todo en manos de Sant Jordi?

Para hablar de los viejos tiempos, de Count Basie, para disfrutar de una trastienda balzaciana, de unas caladas de marihuana compartida con los amigos, reinvéntese, señores libreros. Compren sillones y permitan leer en sus establecimientos otra cosa que no sean prohibiciones. Menos libros y más lecturas en un horario comercial que concilie la vida laboral con la lectura y nos permita recordar los viejos tiempos, cuando las librerías eran librerías.