Paul Auster y el dilema de trabajar en una librería o conducir un taxi


Muchas personas contemplan el trabajo remunerado en una librería como una especie de redención laboral o una lícita recompensa de sus sueños como lectores. Pero, ¿trabajar en una librería puede cambiar tanto nuestras vidas? Parece ser que sí; al menos si  analizas superficialmente los aspectos particulares del oficio o, simplemente, resides en Brooklyn y trabajas temporalmente como taxista. Eso es lo que le sucede a Tom Wood en Brightman’s Attic, un personaje y una librería de lance novelados por Paul Auster en Brooklyn Follies. A tenor de este título, ¿también podemos referirnos a una locura? Sin lugar a dudas. Trabajar en una librería es un disparate. «Nen, ¿no te provoca dolor de cabeza trabajar con tantos libros?«, diagnosticó mi ex-suegra en una visita al establecimiento donde estaba empleado. Esos presuntos problemas neuronales me empujaron a regalarle uno -una vida novelesca de la virgen María- que arrinconó con devoción mariana y peregrina en su cuarto de baño. Me dejó claro que cuando se trata de libros, es mejor codearse con ellos en un ambiente cómodo. Y, decididamente, un comercio de libros no lo es.

La peligrosidad de las librerías no pasa inadvertida para la mayoría de la gente, excepto para los lectores. Pese al aviso conminatorio de la entrada, LIBRERÍA, los lectores penetran alegremente en esos comercios con la esperanza de encontrar satisfacción a unos deseos incubados en su patología bibliófila. ¿No me creen?

Veamos un ejemplo certificado en un libro. Leamos lo que le ocurre a Tom Wood, recién licenciado en literatura norteamericana por la universidad de Cornell, poseedor de una inacabada tesis alrededor de Clarel de Herman Melville, y conductor de un taxi -actividad que Paul Auster define como «purgatorio»-; un alma en pena que a todas luces será la víctima perfecta de una librería, el infierno:

La librería de Harry estaba situada en la Séptima Avenida, sólo a unas manzanas de donde vivía Tom, que había adquirido la costumbre de ir todos los días al Brightman’s Attic. Rara vez compraba algo, pero antes de iniciar su turno de trabajo le gustaba pasar media hora o incluso una entera hojeando los libros usados en la planta baja. En las estanterías se amontonaban miles de libros -de todo tipo, desde diccionarios agotados a olvidados éxitos de librería, pasando por ediciones de las obras completas de Shakespeare encuadernadas en piel-, y Tom siempre se había sentido a gusto en aquella especie de mausoleo de papel, curioseando entre los montones de libros desechados y aspirando al polvoriento olor a viejo […] Harry no tardó mucho en comprender que Tom sería el encargado ideal para su sección de libros raros y manuscritos en la planta de arriba. No le ofreció el empleo una vez, sino una docena de veces, y a pesar de las reiteradas negativas de Tom, Harry nunca abandonó la esperanza de que un día contestara afirmativamente.

Si para Paul Auster Brightman’s Attic es el cielo -libros amontonados en las estanterías, usados y polvorientos-, nuestras más exitosas y actuales librerías son el infierno -libros colocados siguiendo escrupulosas reglas de merchandising para promover el autoservicio de bestsellers, principalmente novedades o libros de rabiosa actualidad o recuperaciones de éxitos pasados maquillados como publicaciones independientes-.

Las excusas sostenidas en la parte desagradable de la conducción de un taxi nocturno en New York, nos colocan ante la verdadera realidad infernal de las librerías: las falsas expectativas.

-He visto de todo lo habido y por haber, Harry. Masturbación, fornicación, embriaguez en todas sus formas. Vómito y semen, mierda y meados, sangre y lágrimas. En uno u otro modo, todos los fluidos humanos se han derramado en el asiento trasero de mi taxi.

-¿Y quién limpia todo eso?

-Pues yo. es mi trabajo.

-Bueno jovencito, recuerda entonces -decía Harry, llevándose el dorso de la mano a la frente en un fingido desvanecimiento de diva- que, cuando vengas a trabajar a mi establecimiento, descubrirás que los libros no sangran.  desde luego no DEFECAN.

La mayor parte de los libros no defecan, pero se han transformado en una mierda. ¿Se puede prescribir la mierda? Algunas cadenas y librerías piensan que sí. ¿Masturbación, fornicación y embriaguez en la parte trasera de un taxi? Aspirantes a libreros, en muchas ocasiones los objetivos marcados por las grandes librerías son verdaderos índices estipulados bajo los efectos del alcohol, las condiciones de trabajo serán lo más parecido a una violación de penitenciaria y las únicas ilusiones (aquellos libros que nos parecen recomendables e interesantes) un inane ejercicio de onanismo que sólo puede salpicar a algunos clientes.

Entonces, no hagáis caso a Paul Auster y las librerías utópicas que tanto gustan a tantos escritores alejados de la realidad. Alejaos de las librerías que os ofrezcan un empleo, pues estará condicionado por unas condiciones laborales de postguerra o post-edición. Y, sobre todo, conservad vuestro trabajo con la tenacidad que no demostró Tom Wood con la purgatoria conducción de su taxi nocturno.

Pasolini: dos modestas proposiciones para eliminar la criminalidad de las librerías


El 2 de noviembre de 1975 era asesinado Pier Paolo Pasolini. El «delito italiano» fue encubierto, disfrazado y ocultado a través de las debilidades sociales y políticas del cineasta y escritor y poeta y periodista: el crimen perpetrado por Pino Pelosi, chapero, en las inmediaciones de las barracas del Idroscalo de Ostia -el destino trágico del amable paseo en Vespa de Nanni Moretti en el primer episodio romano de Caro Diario– parecía cumplir un lógico castigo por la atracción enfermiza de un intelectual hacia las clases populares. Poco antes de ese atentado, colocado a la altura de la muerte de Aldo Moro, Pasolini escribió dos artículos en Il Corriere de la Sera (Dos modestas proposiciones para eliminar la criminalidad en Italia y Mis proposiciones sobre la escuela y la televisión)  que nos servirán para reflexionar sobre el estado de nuestro universo libresco y alguna de sus contradictorias características que lo empujan hacia su inevitable desaparición; característica que podríamos resumir como la lógica inducción al genocidio de las librerías.

¿Cómo relacionamos las palabras de Pasolini y la existencia de librerías? A través de la «amenaza» de la lectura. Pero no la lectura en sí misma, sino la postura de leer. Esta antesala de la corrupción, del desastre genocida, se halla explicitado en la película, y posterior novela, Teorema (1968).

Teorema nos describe la vida de una familia burguesa de Milán interrumpida por la visita de un personaje extraño, identificado con un ángel, que seduce a todos sus miembros -cuando decimos «todos sus miembros», queremos decir todos sus miembros. Pasolini describe el comportamiento de sus personajes en la acción de leer como un preámbulo a su inmediata decadencia moral y sexual.

1. Lucia (la madre, obviando su pasado campesino y supersticioso): «… Pero Lucia no se encuentra allí como ángel tutelar de la casa, no; se halla allí como mujer aburrida. Ha encontrado un libro, ha empezado a leerlo, y la lectura ahora la absorbe (es un libro, inteligente y raro, sobre la vida de los animales. Y así espera la hora de la comida. […] Añadiremos que cuando Emilia, la sirvienta, llega para avisar que la mesa ya está puesta (desapareciendo enseguida, detrás del montante de la puerta), Lucía, después de incorporarse perezosamente, y de lanzar perezosamente el libro en el lugar menos adecuado -quizá dejándolo caer directamente en el suelo-, se hace de forma rápida, y como abstracta, una señal de la cruz.

2. Angiolino (el huésped, vigilado por la criada, seducida por su postura de lector): «El joven no se da cuenta que alguien le observa, casi completa e inocentemente inmerso en su tarea -que a ojos de Emília es un privilegio casi sagrado. Y mucho más ahora que, dejando de lado los fascículos -quizá para descansar un poco- está leyendo un pequeño volumen en edición de bolsillo de las poesías de Rimbaud. Y esta lectura aún le engancha más que la anterior.

3. Pietro (el hijo revelado ante la belleza): «En el dormitorio de Pietro, el joven huésped, al lado de Pietro, hojea un gran libro con espléndidas tricromías bajo la luz de la tarde que golpea potente sobre las páginas setinadas. Pietro contempla aquellas reproducciones en color de una pintura que desconoce y que, hasta entonces, por influencia, quizá, de su profesor de historia del arte del Parini, había ignorado o desaprobado. (Hay efectivamente en sus ojos la atención de quien descubre algo, después de una desconfianza inicial, casi con gratitud)«.

4. El padre, en un prematuro lecho de muerte inspirado por Tolstoi: «Alarga su enorme mano apesadumbrada por el dolor sobre la colcha hasta tocar un libro, lo manosea, se lo pone delante de los ojos, y con la voz insegura de quien está debilitado por la anemia, después de buscar con cierta fatiga la página, empieza a leer: […] Son palabras de un libro de Toltoi, las Narraciones, abierto por una página de La muerte de Ivan Ilich«

5. Odetta (la hija poniendo el duda el poder patriarcal): «Pero en tanto que el huésped está realmente inmerso en la lectura, Odetta lee como por pretexto, a rachas y casi con rabia hacia el libro que sostiene en sus manos».

Una postura escenificada y resumida por la mirada clavada en el sexo que sostiene la lectura como la basa de una columna.

A continuación, reproduciremos las dos propuestas swiftianas de Pasolini (medio en serio, medio en broma) para eliminar la criminalidad italiana; nosotros las usaremos para localizar y entender la extendida criminalidad de las librerías, es decir, su obediencia al bestseller y su sumisión al gusto burgués:

ABOLIR INMEDIATAMENTE LA ENSEÑANZA SECUNDARIA OBLIGATORIA

La escuela obligatoria es una escuela de iniciación a la calidad de vida pequeño burguesa; se enseñan cosas inútiles, estúpidas, falsas, moralistas, incluso en el mejor de los casos […] Para un obrero y su hijo basta hoy una buena escuela primaria hasta quinto. Ilusionarlo con un avance que supone una degradación es delictivo porque, en primer lugar, le hace ser presuntuoso (a causa de las dos miserables cosas que ha aprendido); en segundo lugar (y a menudo al mismo tiempo), le frustra angustiosamente, porque esas dos cosas que ha aprendido no le proporcionan más que la consciencia de su propia ignorancia.

ABOLIR INMEDIATAMENTE LA TELEVISIÓN

…lo que acabo de decir sobre la escuela obligatoria se multiplica infinitamente con la televisión, puesto que no se trata de una enseñanza sino de un «ejemplo». Es decir, la televisión no propone «modelos» sino que los representa. […] Ha sido la televisión la que prácticamente (no es más que un medio), ha puesto fin a la era de la piedad y ha empezado la era del hedonismo. Una era en la que unos jóvenes a la vez presuntuosos y frustrados a causa de la estupidez y la inalcanzabilidad de los modelos que les proponen la escuela y la televisión tienden inexorablemente a ser agresivos hata la delincuencia o pasivos hasta la infelicidad (que no es una culpa menor).

Normalmente, detrás de un libro hay un acto de consumo en una librería, un acto de consumo relacionado con la burguesía que retrata Pasolini.

Entonces…

¿Por qué no existen librerías en la periferia o en los barrios populares? ¿Por qué las pocas que coexisten en ese ambiente lo hacen en los emplazamientos más burgueses o hedonistas o consumistas como son los centros comerciales? Pienso en las Fnaces, Corteingleses y Casasdellibros de centros comerciales. Pienso en los MediaMarts, AlCampos, Eroskis, etc… que venden libros.

¿Por qué las grandes librerías independientes, de fondo maravilloso, universitarias, especializadas en arte o en cualquier otra materia que necesita la superación de los ciclos de enseñanza primarios, se empeñan en maltratar intelectualmente a los que no ostentan esas titulaciones universitarias afines a sus estanterías, digo anaqueles? Los imbéciles, ¿pueden tratar de imbéciles a sus semejantes?

Italia siempre nos ha proporcionado buenos ejemplos hedonistas. Cuando los reajustes económicos llaman a la puerta de la crisis con sus estrecheces sociales, un magnate de la televisión, convertido en presidente democristiano de la nación, está más preocupado en  sacar a la venta un disco de canciones de amor napolitanas que en los problemas de su país. Esta afinidad por los temas populares podría inspirar un atentado de estilo Pasoliniano. ¿Qué tal siendo asesinado después de una orgía, acusando de su muerte al uso desenfrenado de estimulantes sexuales? Un nuevo delito italiano.

Y delito es que no lean con una alegría y pobreza típicamente napolitana. Lean antes de que desaparezcan la mayor parte de librerías engullidas por las posturas inspiradas en la mediocre enseñanza obligatoria y en la nefasta televisión o cualquier otro medio de comunicación «modelo». Lean, por ejemplo, las Cartas Luteranas o Teorema o Petroleo de Pier Paolo Pasolini. Personalmente, he regalado alguno de estos libros a personas que sólo practicaban posturas. Otro delito.

Jack Kerouac y las tertulias subterráneas en librerías.


Barcelona no es aquel San Francisco; quizá el Mediterráneo sea algo parecido a un Big Sud europeo. Fantasmas como la Generación Nocilla, con el tiempo y el mito literario en desuso, no pueden compararse a apariciones como la Beat Generation con el tiempo a su favor. Ninguna de nuestras librerías, encadenadas y carcelonadas o condenadas, no se parecen a la librería espléndida City Lights, ya no. Se uniforma a los libreros como a guardias de seguridad sin mangas, contratándolos como dependientes; ya no es imprescindible, sólo necesaria, aquella actividad que se ha visto reducida a la obediente interpretación de prohibiciones, quizá a un gesto ante el espejo o a una postura ante desconocidos: leer. A pesar de esas anomalías, la gente continua rindiéndose al hedonismo, emborrachándose, drogándose, practicando sexo (seguro), paseando o flanneurando en centros comerciales o emocionándose ante un gol absurdo o una boda inverosímil; pero, ¿se continua charlando? Temas no faltan.

Volviendo al Frisco de los años cincuenta, en Los subterráneos, Jack Kerouac esboza una librería:

…el viejo Larry O’Hara, siempre tan bueno conmigo, un joven comerciante de San Francisco, irlandés y loco, con una trastienda balzaciana en la librería donde se fumaba marihuana y se charlaba de los buenos tiempos, de la banda del gran Basie o de los días del gran Chu Berry.

Este breve apunte me da pie a destacar otra librería novelesca: City Lights, desde 1953 beatificada a prueba de terremotos en San Francisco en un edificio triangular entre Chinatown y North Beach. Unos datos suficientes para descubrir el tema de este post: la supervivencia de la librería como un lugar de reunión, de tertulia.

City Lights no es una librería convencional. Como han hecho muchas librerías (por ejemplo, La Central de la calle Mallorca o la Casa del Libro de Paseo de Gracia de Barcelona) ha crecido apropiándose de otras partes del edificio dónde está alojada. Nació en el entresuelo como una librería italiana, Cavalli & Co, ganando su sótano a un almacén donde se guardaba un dragón ceremonial para festejar el Año Nuevo chino (como La Central del Raval con su cripta sin reliquias de santos, sólo saldos), y su sala principal a una agencia de viajes italiana que devolvía inmigrantes a su Sicilia natal (como Bertrand devolvió a la realidad a los espectadores de un cine con la trasformación de su pantalla en una pretenciosa sala de actos). De inspiración parisina, en el exterior de la librería se exhibían libros en cajas parecidas a las usadas por los bouquinistas del Sena, se desarrolló con la idea de vender y editar libros para clientes infames, es decir, libros de bolsillo de calidad literaria o de poesía para todas las economías. Entre sus mayores logros, en 1956 publicaron en su colección Pocket Poets Howl de Allen Ginsberg, por la que la librería-editorial fue acusada de obscenidad, deteniendo al gerente de la misma, el vigilante librero japonés-americano Shigetoshi Murao. Pese a este librero, uno de sus carteles invitaba, e invita, a la clientela:«Tome asiento y lea un libro». Pero aquellos clientes infames completaban sus lecturas gratuitas con frecuentes robos. Se rumorea que después de adquirir cierta fama, estos clientes han extendido cheques para compensar esas necesarias sustracciones.

Uno de los fundadores de la librería, y actual propietario, es el poeta beat Lawrence Ferlinghetti. Pienso que su disertación History of the pissoir in French literature (La historia del meadero en la literatura francesa) es una excelente idea de partida para desarrollar un espacio que fomente la lectura y la tertulia. Sobre todo en una librería que dispone de unas secciones balzacianas (política progresista, clásicos, poesía, sociología y antropología, filosofía, estudios de género,…) que despiertan este tipo de debate.   

Barcelona carece de un espacio que fomente el debate, la conversación y charla en un trasfondo de libros. Las grandes cadenas no cuentan (no pienso que las presentaciones de libros de autoayuda o política de partido o bestsellers sean generadoras de este tipo de charla), aunque se agradece su papel de distribuidores de suplementos alimenticios -canapés y vino- para personas azotadas por la crisis; tampoco quisiera contar con aquellas prestigiosas librerías cuyas actividades están enfocadas desde un punto de vista didáctico, como si sus clientes no estuvieran preparados para pasearse entre unas estanterías visitadas normalmente por especialistas en mística femenina medieval o imposibles traducciones de James Joyce. Entonces, la tertulia suele recurrir a otro tipo de espacios alejados de las librerías convencionales como podrían ser el Café Salambó o el Cafè Lletraferit. Parece ser que la idea es alejarse de los libros en las paredes, a menos que sirvan como decoración.

Un amigo me comentaba que este tipo de espacios promotores de la tertulia, de charla sobre los viejos tiempos empiezan a proliferar en otras ciudades de la Península (¿el verdadero Big Sud?) como Madrid. Sin ir más lejos, mi amigo afirmaba que una librería como Tipos Infames se había transformado en un punto de encuentro antes de salir de marcha por Malasaña. Un lugar para debatir -al menos para elegir adónde acudir a cenar- con una copa de vino (la librería es al mismo tiempo una enoteca) rodeado de libros. Quizá la influencia del alcohol de buena calidad influya en la compra de algún libro.

¿Y en Barcelona? Las librerías tradicionales no se transforman, sino que desaparecen; otras crecen ofreciendo más de lo mismo, las encadenadas. Sólo unas pocas se han dado cuenta que para atraer lectores es necesario ofrecer otra cosa que no sean libros. Sólo se me ocurre un par de librerías en toda la ciudad: + Bernat y Negra y Criminal. Si Tipos Infames apuesta por libros y vinos, + Bernat y su gerente, Montse Serrano, lo hace por el Slow Food y los libros gracias a una parte de la librería usada por la mañana y al mediodía como cafetería-restaurante. Los sábados por la mañana Negra y Criminal comparte con sus clientes mejillones a la marinera, homenajeando su localización en el barrio de la Barceloneta. Una apuestas como mínimo interesantes y diferentes, una competencia directa a los canapés. Tampoco quiero olvidarme de los cafés gratuitos de Pequod. Pero, ¿con qué ventajas cuentan las ciudades de San Francisco y Madrid para implantar un negocio de este tipo? No tiene que ver directamente con el fondo de libros, aunque ayuda una selección interesante y arriesgada, sino con los horarios de apertura. City Lights abre hasta las 12 de la noche y Tipos Infames hasta las 22.30, domingos incluidos. Esta extensión de los horarios permite que la clientela potencial pueda integrarse entre sus estanterías al mismo tiempo que disfrutan de su tiempo libre. Pero Barcelona es tan seria, aparentemente tan trabajadora y familiar, como subrayan sus prohibiciones, que, ¿sería capaz de afrontar el cambio y no dejarlo todo en manos de Sant Jordi?

Para hablar de los viejos tiempos, de Count Basie, para disfrutar de una trastienda balzaciana, de unas caladas de marihuana compartida con los amigos, reinvéntese, señores libreros. Compren sillones y permitan leer en sus establecimientos otra cosa que no sean prohibiciones. Menos libros y más lecturas en un horario comercial que concilie la vida laboral con la lectura y nos permita recordar los viejos tiempos, cuando las librerías eran librerías.

La Central y el mito de los libros crudos y cocidos


Continúo aunando las palabras de un librero y las de un escritor, alimentando el vínculo invisible que los justifica de forma recíproca.  En esta ocasión armonizamos los pensamientos de Antonio Ramírez, director de la cadena La Central, y el antropólogo Claude Lévi-Strauss; quizá me guío por el deseo de compensar una de las tareas del librero, la prescripción de los pensamientos y acciones de un escritor envasados en un libro para la satisfacción de la curiosidad «consumista» de un lector, por la propiciación y armonía de la opinión y el juicio libresco del vendedor de libros con la obra de un autor consagrado. Anteriormente ya lo hicimos con Lluís Morral y Julio Cortázar, con Pedro Varela y Joseph Roth y con el librero anónimo Amazon y Ray Bradbury.

Antonio Ramírez se inició en el oficio de vendedor de libros en varios establecimientos de México D.F., dónde llegó desde Medellín para estudiar económicas en la UNAM. Pocos años después se trasladó a Europa para continuar con una carrera de librero que le llevó de La Hune del Boulevard Saint-Germain de París hasta Laie del Eixample de Barcelona. Semejante experiencia impecable en el negocio de la venta de libros le animó a fundar en 1996 La Central Llibretera junto a sus socias Marta Ramoneda y Maribel Guirao. En estos quince años de historia, La Central ha crecido sin freno hasta sus actuales 7 librerías (Mallorca, Raval, MACBA, Teatre Lliure, MNCARS, MUHBA y Fundación Mafre) y la reciente alianza con la cadena italiana Feltrinelli, que probablemente sumará otra tienda en Madrid. Además, Antonio Ramírez ha duplicado su función de librero con la de editor con sellos especializados en humanidades tan rigurosos e interesantes como Arcadia y Ediciones La Central. Una especie de José Corti afincado en Barcelona que cuenta en su catálogo con autores como George Steiner, Zygmund Bauman o Claudio Magris.

El trabajo y la constancia, la clarividencia y la ambición, han hecho de Antonio Ramírez uno de nuestros libreros de cabecera. Son muchas las opiniones vertidas por Antonio Ramírez sobre el mundo del libro -la defensa del precio fijo, la irrupción del libro electrónico,…-  pero con motivo de este post he elegido unas palabras rescatadas de un artículo publicado en catalán en el año 2009 en la revista Avenç. En sus líneas, da a conocer otro de sus emblemas profesionales y metodológicos: la antropología. Como un Napoleon Chagnon irrumpiendo a tiros en la tribu de los lectores yanomamo, Antonio Ramírez redactó sus apuntes etnográficos sobre la situación del libro en un magnífico artículo titulado Entre el cru i el cuit: el llibre sense mediadors (Entre lo crudo y lo cocido: el libro sin mediadores). Una tesis que nos daría para muchos posts, pero en la que, por el momento, sólo nos concentraremos en la clasificación (uno de los vicios de la etnología) y distinción entre textos crudos y textos cocidos. Una taxonomía de contrarios expuesta por el librero tras la invitación de Claude Lévi-Strauss en la primera parte de su monumental monografía dedicada a los mitos publicado en 1964, Mitológicas 1, Lo crudo y lo cocido. El objetivo de Lévi-Strauss era la creación de herramientas conceptuales a partir de categorías empíricas opuestas, tales como crudo y cocido o mojado y quemado, recogidas de un grupo de población lo bastante cercano por su hábitat, su historia y su cultura. Antonio Ramírez, distingue esta tipología de textos de un entorno social y cultural dinámico, el libro y el mundo editorial, tambaleado y redefinido por la presencia de las nuevas tecnologías.

«Podríamos denominar estos textos nacidos para fluir, «textos crudos»: más que de un acto de escritura, surgen de la circulación misma, no arrancan de un emisor a un receptor, sino que inmediatamente pertenecen a un mundo de lectura-escritura que los devora y los devuelve sin solución de continuidad», afirma Ramírez alrededor de los correos electrónicos, chats, textos de páginas web, posts twits, etc… textos y escrituras que rompen el sentido clásico del concepto «publicar» invandiendo nuestra cultura de la lectura gracias al acceso indiscriminado a las nuevas tecnologías, principalmente al uso de internet.

A continuación define el texto cocido: «La idea de COCCIÓN puede ser una buena metáfora para entender el proceso de edición. Própiamente, sólo podríamos seguir denominando LIBRO a los resultados completos de un proceso de edición entendido así: unidades textuales coherentes, con identidad propia, más o menos estables y finitas, con autoría reconocida y protegida, independientes del soporte material con el que circulan. Y decir algo como: LIBRO: CONJUNTO DE TEXTOS COCIDOS.

Antes de llegar a nuestra reflexión final sobre esta clasificación de textos crudos y cocidos, recojamos las palabras cocinadas por Lévi-Strauss a partir de las palabras crudas de un mito oral de la tribu amazónica Kayapó. La palabra escrita reproduce un mito que explica el origen del fuego, el mediador entre lo crudo y lo cocido. El joven héroe Botoque queda atrapado en la cima de una roca abrupta cuando se disponía a robar los huevos de un nido de guacamayo. Varios días después de ser abandonado por su cuñado llega un jaguar portando toda clase de aperos de caza:

El jaguar nota la sombra del héroe en el suelo; intenta vanamente atraparla, levanta los ojos, indaga, advierte la escala, invita a Botoque a descender. Aterrado, éste vacila largo tiempo; finalmente se decide y el jaguar amistoso le propone que se le suba al lomo y vaya a su morada a comer carne asada. Pero el joven ignora el significado de la palabra ASADA porque en aquel entonces los indios no conocían el fuego y se alimentaban de carne cruda. 

En casa del jaguar el héroe ve un gran tronco de jatoba que se consume; al lado, montones de piedras como las que utilizan hoy los indios para construir sus hornos. Por primera vez come carne cocida.

Pero a la esposa del jaguar (que era una india) no le gusta el joven indio, al que llama «hijo extraño»; con todo, el jaguar, que no tiene hijos, decide adoptarlo.

Todos los días el jaguar sale de caza y deja al hijo adoptivo con su esposa, que le testimonia creciente aversión; no le da de comer más que carne vieja y endurecida, y hojas. Cuando el chico se queja, le araña el rostro y el pobrecillo tiene que refugiarse en el bosque.

El jaguar reprende a su esposa pero en vano. Un día le da a Botoque un arco flamante y flechas, le enseña a usarlo y le aconseja usarlo contra la madrastra llegado el caso. Botoque la mata de un flechazo en pleno pecho. Aterrorizado, huye llevándose sus armas y un pedazo de carne asada.

Llega a su pueblo en plena noche, encuentra a tientas la yacija de su madre, se da a conocer no sin esfuerzo (pues lo creían muerto); relata su historia, reparte la carne. Los indios deciden apoderarse del fuego.


Cuando llegan a donde el jaguar no hallan a nade; y como la esposa está muerta las piezas de caza de la víspera siguen crudas. Los indios las asan y se llevan el fuego. Por vez primera pueden alumbrarse de noche en el pueblo, comer carne cocida y calentarse junto al hogar.

Pero el jaguar,  furioso por la ingratitud de su hijo adotivo que le ha robado «el fuego y el secreto del arco y las flechas» quedará lleno de odio hacia todos los seres y en especial hacia el género humano. Sólo el reflejo del fuego brilla aún en sus pupilas. Caza con los colmillos y come la carne cruda, pues ha renunciado solemnemente a la asada. 

El sentido del mito recogido por el antropólogo, el advenimiento de una nueva etapa de la evolución humana con el dominio de la cultura a través del fuego y la devolución del jaguar a una naturaleza salvaje,  se invoca en las palabras del librero-editor-antropólogo. «En realidad es como si hubiéramos de aceptar que el ejercicio crítico de la escritura, de la lectura y de la reflexión en libertad sólo es posible en la esfera de lo CRUDO, entre los textos nacidos para fluir, por ser efímeros y volátiles, en una especie de «samidzat» digital en el que casi todo está todavía por inventar«, concluye el artículo Antonio Ramírez ante el panorama descorazonador que ofrece el formato «arcaico» del libro y sus caducas vías de comercialización.

La difusión de ideas y libros prohibidos a través del medio digital y sus diferentes formas de expresión y creación, donde todo se puede decir y exaltar en los márgenes del supermercado libresco de las grandes cadenas y de los gigantes de la informática,  quizá sea el primer paso y el complemento para una reformulación de la lectura y los libros, no tanto en relación a sus soportes sino a los medios de difusión de sus contenidos. Quizá la lectura y los libros deberían formar parte de una ritualidad que, en cierta medida, recuerde y celebre los mitos de la escritura. Entonces, ¿la venta y difusión de libros deberían celebrarse y ritualizarse  con danzas, tatuajes, pinturas, twits, posts, correos electrónicos y chats?

Después de la apropiación de nuestras herramientas de caza, el libro en formato de papel, y del monopolio de nuestro fuego, los medios de producción y venta de libros, ¿los lectores estamos condenados, más para bien que para mal, a ser jaguares? ¿A alimentarnos de textos crudos que pongan en entredicho, que critiquen, que se muestren como una alternativa depredadora a esos textos cocidos cobrados a través del engaño y la traición? ¿A difundir nuestras obras literarias como mitos expresados a través de una oralidad digital?

Y como advertencia queda el título del siguiente volumen de la tetralogía de Lévi-Strauss: Mitológicas 2: de la miel a las cenizas.

Fahrenheit 2.0: La elegante desaparición del papel en Amazon Kindle


El rasgo más elegante de un libro físico es que desaparece mientas usted lo está leyendo. Inmerso en el mundo y las ideas del autor dejas de percibir su cola, sus costuras o su tinta. El principal reto de nuestro diseño es que Kindle desaparezca al igual que un libro físico. 

Esta elegancia metafísica del soporte tradicional de lectura, el libro, publicitada por Amazon en la presentación de su e-reader, deja paso a la exposición empírica de las claras ventajas ergonómicas de Kindle respecto a lo continentes de papel:  su cómodo diseño impide al lector perder su lectura al cambiar de posición después de unas largas y fatigosas horas condenado a la manipulación de sus pliegos encuadernados. Unos invisibles mandos situados a ambos extremos del libro electrónico permiten largos periodos de lectura pasando las páginas sin cambiar de postura, incluso con una sola mano. Este complemento de la lectura pornográfica, esta tumba de atriles, continua emulando y mejorando al libro gracias a su tinta. La e-ink  o tinta electrónica «se lee como el papel real, sin deslumbramiento. Lee con la misma facilidad a pleno sol como en su sala de estar«.

Vamos Amazon, enciende mi fuego. Mi excitación es debida a que no entiendo nada. ¿Kindle es un libro o no lo es? Bueno sí, un libro electrónico. Entonces, ¿un libro electrónico es un libro? De acuerdo… aceptamos e-reader como libro. Al menos eso parece lo más sensato tras la claudicación del mercado anglosajón de libros ante la competencia electrónica de Amazon. Sin ir más lejos, Border’s -una cadena de librerías mucho más poderosa que Casa del Libro– ha sido literalmente borrada del mapa.

Esta absurda disquisición sobre la naturaleza del libro electrónico como libro se solucionará en un futuro no demasiado lejano. No es nada nuevo. En 1953,  Ray Bradbury  imaginó en su novela Fahrenheit 451 un futuro en el que los bomberos en lugar de apagar fuegos se encargaban de provocarlos… quemando libros. La palabra «bombero» adquirió un nuevo significado más acorde con unos tiempos en los que la falta de sociabilidad y tecnología avanzaban juntos. Pero no seamos tan exagerados como el bueno de Bradbury. Amazon no está defendiendo la prohibición y quema del libro de papel. Simplemente está ofreciendo una plataforma en la que el lector puede sacar unos claros beneficios a nivel de contenidos, no de continentes, siempre y cuando consuma la oferta de Amazon, ya sea en forma de libros o lugares web con los que habrá llegado a un acuerdo comercial. Como vamos a desconfiar de Kindle si su conexión wi-fi podría utilizarse de forma gratuita frente a las bibliotecas municipales.

En la misma novela, Bradbury habla de los soportes de lectura. Las palabras que el viejo profesor dedica al bombero Montag también van dirigidas a personas como yo:

-Es usted un romántico sin esperanza. […] Los libros sólo eran un tipo de receptáculo donde almacenábamos una serie de cosas que temíamos ovidar. No hay nada mágico en ello. La magia solo está en lo que dicen los libros, en como unían los diversos aspectos del Universo hasta formar un conjunto para nosotros.

¿Qué os parece? ¿Tiene razón Amazon o no la tiene? Unas líneas más adelante (paso fatigosamente la página con una mano mientras sostengo, con más fuerza de voluntad que fuerza, el libro con la otra), el profesor Faber puntualiza sus palabras hablando de un libro de papel:

¿Sabe por qué libros como éste son tan importantes? Porque tienen calidad. Y, ¿qué significa la palabra calidad? Para mí significa textura. Este libro tiene poros, tiene facciones. Este libro puede colocarse bajo el microscopio. A través de la lente, encontraría vida, huellas del pasado en infinita profusión. Cuantos más poros, más detalles de la vida verídicamente registrados puede obtener de cada hoja de papel, cuanto más «literario» se sea. En todo caso, ésta es mi definición. Detalle revelador. Detalle reciente. Los buenos escultores tocan la vida a menudo. Los mediocres sólo pasan apresuradamente la mano por encima de ella. Los malos la violan y la dejan por inútil.

Pero Amazon avanza del lado de la calidad tecnológica. Ahora ha sacado al mercado norteamericano su propia tablet que ha bautizado con un significativo homenaje a nuestros valientes bomberos: Amazon Kindle Fire. Parece ser que Amazon ha oído las quejas de la esposa del bombero arrepentido cuando éste lee un libro:

-Los libros no son gente. Tú lees y yo estoy sin hacer nada, pero no hay nadie.

¿Quién hay ahí? Amazon Kindle Fire ofrece la conexión a redes sociales, internet, periódicos, películas, música… y una capacidad para sólo unos cuatrocientos libros. Los contenidos literarios se reducen a favor de las relaciones sociales virtuales o a distancia. A corto término, ¿será rentable para Amazon vender libros de papel? ¿Y libros electrónicos? Quizá, el negocio estará fuera de la lectura… Todo va tan deprisa…

Observo mi pantalla de plasma con su luz artificial dañando mis ojos, en tanto que mis dedos rozan el teclado de plástico de mi ordenador portátil mientras escribo este post. Estiro la mano izquierda para sostener con dificultad e incomodidad el libro de papel por la página elegida. Sólo tecleo con una mano y fuerzo el lomo como si estrujara a un pájaro con las alas extendidas:

-Acelera la proyección, Montag, aprisa. ¿Clic? ¿Película? Mira, Ojo, Ahora, Adelante, Aquí, Allí, Aprisa, Ritmo, Arriba, Abajo, Dentro, Fuera, Por qué, Cómo, Quién, Qué, Dónde, ¿Eh? ¡Oh! ¡Bang! ¡Zas! Golpe, Bing, Bong, ¡Bum! Selecciones de selecciones. ¿Política? ¡Una columna, dos frases, un titular! Luego, en pleno aire, todo desaparece. La mente del hombre gira tan aprisa a impulsos de los editores, explotadores, locutores, que la fuerza centrífuga elimina todo pensamiento innecesario, origen de una pérdida de valioso tiempo.

No perderé más el tiempo y empezaré a leer. Palabra de bombero.

Las librerías «al margen» del barrio del Raval de Barcelona


«¿Vienes?»-le murmulla al oído una prostituta-, «¡No!», contesta él, dudando todavía-; y entonces cree escuchar voces a su espalda que le gritan «marica», voces que lo cercan y que él quiere dejar atrás, por ejemplo, demostrándose a sí mismo que tiene la fuerza suficiente para acostarse con una puta. Por eso se va con Juanita -la delgada chica del bar Pigalle-, tomándolo del brazo por la calle del Marqués de Barbará, y se deja entrar con ella en un hotelucho dentro del que, ambos recelosos, se pierden en el apetito de la carne.

¿Vienes? -invito al lector delante de las obras de la futura Filmoteca de la Generalitat, en el Portal de la Santa Madrona. Sin que los turistas se aperciban de ello, la estatua de Colon deja de señalar hacia las Indias para situar su dedo índice, ayudado por la altura que le facilita su pedestal custodiado por leones de piedra, sobre la Plaza de Pieyre de Mandiargues, retratista de la Barcelona Führancular del tardo-franquismo. Un fragmento de su novela En el margen nos ha servido de reclamo para este paseo por el barrio del Raval donde entraremos en algunas librerías de la Barcelona Biutiful para perdernos en el apetito de los libros.

Agarrad bien los bolsos y esconded las cámaras de fotos que vamos a atravesar unas cuantas callejuelas de apariencia peligrosa hasta refugiarnos en el escaparate de la Casa del Libro Árabe, la segunda librería de Barcelona especializada en cultura islámica y mundo árabe. Las reducidas dimensiones de la librería del número 2 de la calle Montserrat abastecen a todos aquellos interesados en una oferta cultural de lo más cotidiana para una zona de Barcelona donde los inmigrantes del norte de África son algo más que una minoría. Los libros en árabe, los manuales de aprendizaje de la lengua o la caligrafía árabe, la narrativa centrada en el mundo árabe, el Islam, los conflictos nacionales e internacionales que sacuden la zona se combinan con las cafeterías, las pastelerías, las carnicerías islámicas o las asociaciones árabes del Raval.

A pocos metros de la librería se encuentra la Plaza Jean Genet –comprobaréis el gusto de la zona por los escritores malditos, tal y como lo relata Juan Goytisolo en un impresionante artículo dedicado al escritor que desarrolló parte de su famoso Diario de un ladrón en estas mismas calles que recorremos (ver): «La red de callejuelas que se extendía del Portal de Santa Madrona a la calle del Carme albergaba tan sólo numerosos prostíbulos a cinco pesetas por ficha y la miseria reinante no debía diferir mucho de la que conoció Genet. El célebre burdel de Madame Petite, en el que posiblemente se inspiró al componer Querelle de Brest (“La Feria”, de Madame Lysiane), era una sombra de sí mismo y la progenie de las execradas en público (y apreciadas por algunos en privado) ocultaban su maquillaje, abanicos, peinetas y faralaes a los ojos del ciudadano “decente”. Poco a poco, la fisonomía del barrio cambia con la presencia de redentores e integradores estudiantes o funcionarios. Seguimos la Avinguda de les Drassanes (al principio de esta anómala calle, por ancha, se encuentra el Museo Marítimo que alberga una pequeña librería centrada en temas náuticos), hasta toparnos con restos de la prostitución del famoso Barrio Chino en la Plaza Pieyre de Mandiargues. No os preocupéis, no corréis ningún peligro. Giramos hacia la derecha, dirección a la Ramblas, por la calle Marquès de Barberà, que en la mitad de la vía cambia su nombre por Unió. En este tramo final, además de unas interesantes tiendas de pararrayos, de globos terráqueos y de flamenco, encontramos varias subdistribuidorasUD, Thor, Popular-, las encargadas de abastecer de novedades a las librerías-papelerías que no pueden abrir cuentas con las grandes distribuidoras.

En la esquina con las Ramblas se levanta majestuoso el Gran Teatro del Liceo. En su interior se halla Laie del Liceu, especializada en la venta de libros de música y artes escénicas, además de servir libros y objetos para niños y turistas. Rodeamos el teatro y volvemos a internarnos en el Raval (el otro lado de las Ramblas pertenece al barrio Gótico). En la calle de Sant Pau encontramos la Llibrería Millà. Desde que en el año 1900 abriera sus puertas a instancias de Lluís Millà, mantiene su actividad de venta y edición de libros dedicados exclusivamente al teatro. Tres generaciones de Lluís Millà han sobrevivido en esta destartalada librería que es proporcionalmente apreciada por la gente del teatro de la ciudad, relacionándose comercial y culturalmente con las 50000 referencias, nuevas o usadas, con las que cuenta la librería-editorial. Como venía siendo costumbre, durante la dictadura franquista la prohibición del comercio de libros escritos en catalán les obligó a tapiarlos y venderlos bajo mano. Durante esa etapa Führuncular  la calle de Sant Pau unía los dos ejes teatrales de Barcelona: la Ramblas y el Paralelo. Hacia allí nos dirigimos.

Un paseo por esta calle hasta la Rambla del Raval, zona frecuentada por el difunto Manuel Vázquez Montalbán, actualmente vigilada por el gato de Botero, nos trasladará hasta una zona del Raval donde antes residía su comunidad gitana. En la calle de la Cera se halla el Lokal del Raval. Una librería alternativa y libertaria que desde el 1987 actúa en el Raval. Una evolución que explica Iñaki García, ataviado con su orgullosa cresta: «Hacíamos la revista La Lletra A, la agencia de noticias alternativas y la Distri. El proyecto era crear espacios de coordinación y distribución de una forma autogestionaria y un lugar de encuentro e información de las luchas. Se autofinanció primero mediante un bar, que al cabo de un tiempo cerramos, y se reforzó la tienda librería; también surgió la Editorial Virus y participamos en las luchas por la insumisión, el movimiento okupa, el «No ’92». Siempre han formado parte diferentes colectivos como AENA, el CAMPI, la asamblea de insumisos, el CSRZ y finalmente la publicación Masala y la Coordinadora contra la Especulación del Raval«. Además de todas estas actividades, una buena selección de textos críticos.

Volvemos sobre nuestros pasos para embocar la próxima calle Joaquín Costa. En seguida, se nos brinda la oportunidad de penetrar en una minúscula Librería Rusa, con la palabra «libro», escrita en cirílico en el cartel de la entrada. Sin escaparate, con un pequeño tablón de anuncios usado por rusos y ucranianos de Barcelona, la librería ofrece libros usados en ruso, venta o intercambio, un videoclub, música rusa y objetos típicos del postcomunismo, como pósters de Lenin. El oceanógrafo Iliá, su propietario no es demasiado optimista con el futuro de la librería. Pero, ¿quién lo es? A veces, ese el precio de la independencia.

Además de los «viciosos» de antaño y los actuales inmigrantes, el tejido social «al margen» del Raval, está compuesto por anarquistas libertarios. Formados en las filas del anarcosindicalismo, estos obreros fueron los protagonistas de varios episodios históricos de la ciudad: atentados contra la monarquía y sus instituciones, el más famoso perpetrado en el Liceu, revueltas populares como la Semana Trágica (incendios de iglesias y barricadas en protesta contra las guerras coloniales del Norte de África) o la Revolución del inicio de la Guerra Civil (tan bien descrita y sentida por George Orwell en Homenaje a Cataluña). Unos conflictos que tienen en común…  el fuego de las bombas. Por esta razón a estos episodios de la historia se les conoce en Barcelona como la Rosa de Foc (Rosa de Fuego). Además de la Editorial Virus y El LoKal, el triangulo libertario se completa con una asociación muy próxima a la CNT, Llibreria Rosa de Foc. Es la librería barcelonesa de mayor historia y con la oferta biliográfica más completa del tema, tanto de libros nuevos como de segunda mano. Para llegar a ella sólo hay que remontar la calle Joaquín Costa.

Finalizaremos la ruta en una cafetería que pensamos que podría actuar como filtro para conocer el nuevo Raval: el barrio de las universidades y los museos. Unos metros más arriba, en la acera de enfrente, se halla la Llibrería-cafeteria El Lletraferit, regentada por Alexandre Diego Gary, el hijo de Romain Gary y Jean Seberg.

(Continuará)

Flannery O’Connor y el peligro de los hombres-librería


-Bueno, señora, le diré la verdad: hoy en día no hay mucha gente que quiera comprar biblias y, además, sé que soy un simplón. No conozco otra forma de decir las cosas que diciéndolas. Soy solo un muchacho del campo. –Levantó la vista hacia su rostro hostil- ¡la gente como usté no quiere tratos con la gente del campo como yo!

Una de las figuras de éxito en las épocas de dificultades económicas es el emprendedor. Ya sea recién salido del puto garaje de su padre para vender e-books y libros electrónicos o, como San Juan de Dios en el Gibraltar del siglo XVI, la palabra de dios en estampas, estos hombres y mujeres forjados a sí mismos con el trabajo incansable nos presentan la oportunidad de descubrir una necesidades que hasta ese momento desconocíamos.  En la cita con la que hemos iniciado este texto, Flannery O’Connor nos ofrece una más que acertada autodefinición de emprendedor de boca de un vendedor de biblias, uno de los personajes de su cuento La buena gente de campo. Una imagen que confirma un hecho relacionado con el mundo del comercio de libros: la caída de las ventas; aunque, excepcional y paradójicamente, libros como la biblia -bestsellers- también se escudan en la sinceridad y la simplicidad para continuar con sus exitosas ventas. Esta imagen literaria de hombre-librería, sumada al nombre de la casa donde se retiró la escritora norteamericana a causa de una penosa enfermedad, Andalusia, me ha recordado a otro hombre de éxito: el fundador de Planeta, el ya fallecido editor andaluz afincado en Barcelona José Manuel Lara Hernández.

Su biografía está plagada de fracasos escolares -se consideraba un mal lector-, de oficios extravagantes para un trabajador del ramo libresco como bailarín de revista, vendedor a domicilio de galletas María o capitán de la legión (al mando de su compañía entró por primera vez en la Barcelona derrotada de la Guerra Civil) y de éxitos forjados a fuerza de constancia tales como la creación del mayor imperio editorial en castellano construido a través de la venta a domicilio de enciclopedias y el inesperado éxito de Los cipreses creen en dios. Antonio Burgos resaltó en un artículo con motivo de su muerte que el futuro Marqués de Lara había introducido la lectura en los hogares españoles. Pero el crítico va más lejos al afirmar que «el día en que Lara apareció en el hotel Ritz de Barcelona en una rueda de prensa al lado de Carlos Barral fue el día en que de verdad comenzó la concordia en el mundo editorial español«. Se refiere al presunto desprecio que sentía la burguesía catalana por este editor, al que definían como vendedor de libros. ¿Qué tiene de malo ser vendedor de libros? ¿Tener tratos con la gente de campo como el Marqués de Lara?

Por una razón u otra, desconfío del éxito. Al menos, del éxito descomunal, sin paliativos… Como el imperio Planeta. Una desconfianza que me hace pensar en el cuento de Flannery O’Connor. Una mujer, cultivada gracias a cursos de filosofía en la universidad, se deja seducir por un vendedor de biblias que podía satisfacer una necesidad física frustrada por una pierna ortopédica. Veamos como O’ Connor describe el interior de la voluminosa y pesada maleta del seductor vendedor de biblias:

Tenía un forro azul pálido y manchado y solo contenía dos biblias. Sacó una y abrió la cubierta. Estaba hueca; había una petaca de whisky, una baraja de naipes y una cajita azul con algo impreso. Dispuso estas cosas ante ella una a una en una fila regular, como quien presenta ofrendas en el templo de una diosa. Le puso la cajita en la mano. ESTE PRODUCTO SÓLO SE USARÁ PARA PREVENIR ENFERMEDADES, leyó ella, y la dejó caer. El muchacho estaba abriendo la petaca. se detuvo y señaló, con una sonrisa, los naipes. No era una baraja corriente, sino que había una foto obscena en el reverso de cada carta.

Lo dicho, desconfío del éxito. Siempre he pensado que oculta algo, que engaña fácilmente a todos aquellos que lo observan. Esto ocurre con la oferta de libros que invaden nuestras librerías. Una oferta que se aprovecha de nuestras debilidades, como si la pasión por los libros fuera una pierna de madera que nubla nuestra percepción con un orgullo absurdo.

Volviendo al cuento, ¿cuál es el desenlace de este prometedor y necesitado encuentro amoroso?

Él se levantó de un salto con tal rápidez que ella apenas le vio arrojar los naipes y la cajita en la biblia  y guardarla en la maleta. Le vio coger la pierna y luego colocarla en diagonal y desamparada dentro de la maleta con una biblia a cada lado. El joven cerró con un golpe la tapa, cogió la maleta y la lanzó por el agujero; luego empezó a bajar la escalerilla. 

¡Cuidado con aquellos que pretenden robarnos nuestras piernas de madera! ¡Nuestra pasión por los libros! Por que desde el día en que nacieron no creen absolutamente en na.

Georges Perec y la coartada de las librerías


¿Podemos imaginarnos una librería vendiendo bandejas de langostinos cocidos o máquinas de afeitar eléctricas o gorros de baño para niños o ropa interior de algodón? ¿Regalando una pieza de vajilla de porcelana china cada vez que se compra un libro? ¿Libros en cuyos lomos puedas recortar un vale diario para adquirir con descuento una bicicleta estática? Aunque estas fantasías consumistas baratas estén siendo sustituidas por cajas de experiencias caras, como la visita a un balneario, una cena en un restaurante de lujo o una noche en un parador nacional, la mayor parte de librerías continúan vendiendo libros u objetos relacionados con ellos. Pero, para los consumidores, ¿son suficientes las experiencias que ofrecen nuestras cajas de papel encuadernado, los libros? Esta inestable necesidad es una prueba del diletantismo diagnosticado entre los compradores de libros y entre los intermediarios de este consumo, comercios de libros, distribuidores y, en menor medida, editores.

Un estudio de Instituto Nacional de Estadística publicado en el año 2008, antes del pistoletazo de salida a nuestra crisis galopante, estipulaba en 3185,5 millones de euros el negocio de la venta de libros. Los hábitos de compra de los españoles se repartían en diferentes comercios con la siguiente proporción: un 47,51% en librerías y cadenas de librerías (es un error grave que no se distingan), un 9,05% en Grandes superficies, un 7,62% en quioscos, un 11,08% en empresas e instituciones, un 6,77% en crédito (¿?) y un 17,95% en venta por correo, internet, teléfono y club de lectores. Parece ser que se distingue más a los «vendedores» que los espacios en los que se desarrolla el negocio. Podemos concluir que nos es lo mismo comprarle un libro a un librero que a un dependiente, a un quiosquero, a un funcionario, a un banquero, a una teleoperadora, a un captador de socios o arrojarlo al icono de una cesta de  compra.

Para hacer de la estadística un género literario digno de Georges Perec, veamos como los datos son enriquecidos en plena crisis por el Boletín de Hábitos de Lectura y Compra en 2010, editado por la Federación de Gremios de Editores de España. Después de montar con proporciones y tantos por ciento al lector perfecto como una mujer joven y urbana, universitaria y consumidora de novelas (si, además, fuera rusa parecería un anuncio de dudosa procedencia), nos informa que un 72,7% de lectores compran algún libro. ¿Dónde? «Las librerías son el lugar habitual para la compra de libros para el 73,3 % de los compradores y el 49,9% ha realizado su última compra en una de ellas. Los grandes almacenes (22,0%), las cadenas de librerías (16,1%), los hipermercados (15,8%), las cadenas de librerías (8,8%) y club de lectores (13,3%), les siguen en las preferencias«, cita el informe. No entiendo nada, pero no pasa nada, es un juego de literatura potencial digno del OULIPO. Una tipología de librerías que demuestran un verdadero ejercicio de estilo: gran almacén e hipermercado, dos gemelos completamente diferentes como son las cadenas de librerías y las cadenas de librerías, club de lectores (uno solo). Y un aparte se merecen nuestros bouquinistas de cotilleos y fascículos chatarreros, los quiosqueros. Otro boletín del año 2007 simplificaba los lugares de venta en librerías y cadenas (55%), Grandes almacenes (13,4%), Club de lectores (12,6%) e hipermercados (10,7%). El pasado siempre nos proporciona pistas: cadenas de librerías + cadenas de librerías = librerías y cadenas; es decir, un desigual 24,1% en el año 2010 frente al 55% del año 2007. Los libreros están en peligro de extinción frente a los dependientes. Y quizá, culpa de ello se halla en que el volumen de negocio de la venta de libros ha ascendido hasta los 4000 millones de euros.

Pero si desde las librerías independientes realizamos un llamamiento a la Resistencia, podemos caer en una paradoja, en una contradicción. Para exponerla, apoyémonos en Georges Perec y en un episodio de La vida instrucciones de uso, un puzzle reconstruido con todo tipo de experiencias humanas, incluso la de una librería, como acontece en el capítulo XLIII, Foulerot, 2. El protagonista, Paul Hébert, estudiante y miembro de la resistencia, co-autor de un atentado que costó la vida a tres oficiales alemanes en el bulevard de Saint-Germain el 7 de octubre de 1943 (un personaje literario llamado Ernst Jünger se salvó por los pelos) es detenido en el Barrio Latino por la policía francesa cuando estaba repartiendo octavillas a favor de la Resistencia.

Nieto de un farmacéutico instalado en el 48 de la calle de Madrid, se aprovechaba más de la cuenta de aquel abuelito bonachón sustrayéndole francos de elixir paregórico que vendía por cuarenta o cincuenta francos a jóvenes drogadictos del Barrio Latino; aquel día había entregado su provisión mensual y, al ser detenido, se disponía a ir a los Campos Elíseos a gastarse los quinientos francos que acababa de ganar. 

Pero en vez de explicar, sin más complicaciones, que se había fumado las clases para ir al cine a ver Pontcarral, coronel del Imperio o Goupi manos rojas, se lió a dar explicaciones cada vez más embrolladas empezando a contar que había tenido que ir a la librería Gibert a comprar el Tratado de Química orgánica de Polonovski y Lespagnol, un tomazo de 856 páginas publicado por Masson hacía dos años. «Y, ¿dónde está el tratado ese?», preguntó el comisario. «No lo tenían en Gibert», afirmó Hébert. El comisario, que en aquel momento de la investigación sólo tenía ganas de divertirse un poco, mandó a la librería a un guardia que, naturalmente,volvió a los pocos minutos con el tratado de marras. «Sí, pero era demasiado caro para mí», murmuró Hébert metiéndose definitivamente en un lío.

La Librería Gibert Joseph es completamente real. El 14 de marzo del 2008 fue proclamada por el Livres Hebdo como la primera librería francesa. Sus criterios no eran estéticos, sino que se regían por un volumen de ventas «individuales». Ese primer lugar no era compartido por el resto de las 30 librerías de la cadena; el privilegio recayó en los 4900 metros cuadrados y los 280000 títulos de la sede del bulevar de Saint-Germain. Su evolución es más que curiosa, paradigmática: Joseph Gibert llega a París en 1886 procedente de provincias para establecerse con cuatro puestos de bouquiniste junto al Sena. En 1888 inaugura la primera librería en el Quai de Saint Michel. Después de su muerte, sus hijos dividen el legado libreril. El menor se queda la librería de su padre, Gibert Jeune, y el primogénito inaugura una librería en el emplazamiento citado por Perec, Gibert Joseph. Al hallarse en el corazón del barrio latino se especializa en la compra-venta de manuales universitarios, una tendencia comercial que derivará hacia el libro de ocasión a causa de la crisis universitaria. En la actualidad, además de una página web en que los gastos de envío son gratuitos para sus libros, venden música, películas, libros nuevos y viejos, libros de ocasión y papelería. ¿No les recuerda nada? Un modelo de negocio de librería encadenada (FNAC, Casa del Libro, Amazon, Feltrinelli,…).

Pero me he olvidado de la paradoja de Paul Hébert. En esta historia de Perec, los juegos literarios construidos por Perec son varios. Uno, del que me permito ciertas licencias, está relacionado con la librería, la futura cadena: la policía encuentra el libro cuya ausencia servía de coartada para el detenido. El paso del tiempo, la evolución de las librerías a cadenas de librerías, hipermercados o grandes superficies, podría sembrar la duda de la existencia de un manual tan especializado cuando el verdadero negocio está en los bestsellers, los juegos, los lectores electrónicos, las películas, o las ofertas de bandejas de langostinos cocidos o de ropa interior de algodón. Aviso para navegantes. El segundo juego se halla en los autores del manual de quimica, Polonovski y Lespagnol. No hace falta señalar la importancia de polacos y españoles en la Resistencia contra los ocupantes nazis.

En el momento que detuvieron a Paul Hébert se disponía a repartir unas octavillas que se iniciaban con estas palabras: «El soldado boche es un ser fuerte, sano, que sólo piensa en la grandeza de su país. Deutschland über alles! ¡Mientras que nosotros nos hemos sumido en el diletantismo!».  Yo traduciría el encabezamiento del pasquín de otra manera: «Las cadenas, las grandes superficies y los hipermercados son librerías fuertes, sanas, que sólo piensan en la grandeza del beneficio. ¡Dios salve a las ventas fáciles! ¡Mientras que nosotros, los lectores, nos hemos sumido en el diletantismo!«.

Los libreros venden libros en las librerías.

En el barrio Gótico de Barcelona (II): las librerías deshabitadas


En el transcurso del año 2010, Barcelona recibió la visita de 7,1 millones de turistas;  además, sus hoteles registraron 14 millones de pernoctaciones de visitantes. Parece ser que las cifras han aumentado durante el 2011. Para satisfacer la curiosidad cultural de estas visitas, el consistorio de la ciudad -tanto el socialista como el nacionalista recién llegado- les da la bienvenida ofreciéndoles la historia, la cultura y la arquitectura de la ciudad como si Barcelona fuera una especie de land independiente, una especie de Berlín catalán, o español. A cambio, sólo piden a sus turistas un poco de civismo y una calidad apenas medida por los varemos de un alto poder adquisitivo que enriquezca la ciudad. Hacen bueno el título de un clásico de la antropología del turismo: el idiota que viaja. Una gran cantidad de esos turistas y visitantes recorren las calles de esta nueva ruta de librerías, la segunda parte dedicada al barrio Gótico de Barcelona.

Nos citamos en las Ramblas, frente a las antiguas pajarerías, a los trileros rusos o a las estatuas humanas, protegidos de los desacostumbrados triunfos del Barça bajo las arcadas de un lateral del Palau Moja dónde, en el siglo pasado, residió un sacerdote desprovisto de sus hábitos por exorcista, el gran poeta Jacint Verdaguer. Ahora un ala del palacio alberga la Llibreria de la Generalitat de Catalunya, que nos ofrece un amplio muestrario cartográfico y bibliográfico de Cataluña desde el punto de vista de las publicaciones oficiales. Pero no perdamos el tiempo en burocracias y, tras beber un poco de agua «potable» de la fuente adosada a los pies de un mosaico de una amurallada Barcelona medieval, dejémonos llevar por los aromas de papel de calidad, de chocolate caliente, de galerías de arte de la vecina calle Petritxol hasta la pequeña librería Quera, fundada en el año 1916 por Joan Quera con el objetivo de alquilar libros de teatro. Pero la librería ha evolucionado hasta una promoción de la identidad catalana a través de la cultura excursionista que, tal como describe Raimón Quera, «no sólo hace referencia a nuestro catálogo de guías y mapas, sino que también disponemos de guías de campo, paisajismo, historia rural, cultura popular, leyendas».  

Pero busquemos librerías «urbanas», que simbolicen una ciudad en lugar de un país. El ojo del rosetón gótico de la iglesia del Pí nos redirige hacia las Ramblas por Cardenal Casañas. Un escaparate de libros blancos dedicados a un poeta reciben a los cada vez menos clientes de la magnífica librería Documenta. Una pegatina anuncia que venden libros de la editorial Penguin. Hace 36 años que abrieron sus puertas con la idea que «la librería era una forma de antifranquismo. Nosotros, como casi todos los jóvenes, éramos vagamente de izquierdas y vagamente catalanistas», afirma Josep Cots. En su opinión, la escasez de clientela quizá es debida a un problema estructural de la ciudad: «No quedan habitantes«. Pero si les va mal en esta ciudad de turistas, imagínense lo que le ocurre a la más humilde Librería-Papelería Pompeya, situada justo delante.

Este despoblamiento fue contemplado como una oportunidad de negocio para una cadena de librerías. La presunta abdución libresca de los turistas de la zona ha recaído en la Casa del Libro, en su desierto local de dos pisos y escasos libros, en su apuesta por alinear libros de colores para conseguir el premio de una venta, en honor de la empresa de juegos recreativos que los precedían. Cuenta una lengua viperina que el director de la cadena despidió a la mayor parte de la plantilla tras una visita relámpago, tras comprobar que ningún empleado le había  saludado, desoyendo los consejos de sus pequeños manuales de atención al cliente que es obligatorio llevar siempre consigo en el bolsillo del chaleco.

Pero no estamos de acuerdo con la inexistencia de habitantes en esta ciudad. Para comprobarlo bajamos hasta la Plaça Reial y «flanneurando» por los casi parisinos pasajes de Bacardí, Escudillers y de la Pau, nos encontramos con la Llibrería-cafè Antinous. ¿El ayuntamiento ha cerrado sus puertas? Imposible. Sólo es demasiado pronto y, además, el gobierno municipal es progresista. Esta librería LGTBQ (lesbiana, gay, transexual, bisexual y queer) funciona desde 1997 dedicando sus 150 metros cuadrados a una «total apuesta por la normalidad» con libros, vídeos y regalos de esta temática alternativa. Es la de mayor tamaño pero no la más antigua que muestra una realidad que ofendería al consistorio conservador si los turistas LGTBQ no fueran turistas de calidad. Caminamos por la calle Josep Anselm Clavé hasta que su nombre cambia por Ample, giramos a la izquierda por Avinyó y, prescindiendo de dos librerías para turistas (sus persianas permanecen cerradas un sábado al mediodía),  Llibreria Avinyó (Guides, books and maps. Barcelona and surroundings) y la librería y escuela de inglés BCN LIP (¡el inglés será la tercera lengua oficial de la ciudad!), en la cuesta de la próxima calle Cervantes nos espera Cómplices Libreria. Connie Dagas y Helle Bruun, además de libreras hermanadas con la madrileña Berkana, son editoras de Egales, os ofrecerán un cuidado fondo LGTBQ y un «compromiso decidido con la integración y la igualdad de los derechos de gays y lesbianas de todo el mundo«. Sus puertas permanecen abiertas a escasos metros del ayuntamiento y el Palau de la Generalitat desde 1993.

En una métafora de la vida, la estrecha callejuela del Pou Dolç  les conducirá hasta el Passatge del Crèdit, y al traspasar su cancela de hierro, junto a un restaurante poblado de turistas, encontrarán la Llibreria Sant Jordi con un escaparate con libros para turistas. Penetren más a fondo en la historia de la ciudad hasta el antiguo barrio judío. En la calle del Call hay una ferreteria en la que estaba situada la Imprenta de Sebastián Comellas, la misma que visitó don Quijote en su estancia en la ciudad de Barcelona. Una vecina le transmitió a Josep Massot que vivía en la antigua Llibreria del Quixot. Sigan la calle hasta la Plaça de Sant Jaume, no se fijen en los Mossos de Esquadra si estan atabiados con sus trajes de gala y emboquen la calle Llibreteria, que en seguida se transformará en la Baixada de la Llibreteria. Llegaremos hasta el final de nuestro trayecto: La Central del Museu d’Història de Barcelona.

«La librería propone establecer un diálogo enriquecedor con los contenidos del museo, centrándose en la vida urbana como tema. En este sentido, la librería pretende dar visibilidad a la orientación más reciente de los estudios urbanísticos, que, mediante los estudios culturales abrazan disciplinas académicas diversas tales como la historia, la geografía, la sociología, antropología y la arquitectura». No se engañen, venden objetos para turistas (al menos, eso afirmó a un servidor el director de la cadena). Y uno de esos objetos ensombreció esta bella definición de la librería que parecía redactada por el regidor de cultura del ayuntamiento. Vendieron las chapas Enjoy Barcelona. «¡Al ladrón!», «¿Rosa amigo?», «Mossos», «La puti», «Mantero» y «¿Servesa-bier?» -no son los temas de un nuevo disco de Los Chichos sino las chapas diseñadas por Chapeteao para denunciar unos extremos a los que se ven obligados a llegar otros visitantes para sobrevivir en nuestra ciudad- se encargaron de hacer lo que no consiguió ninguno de los 18000 libros de la librería: el ayuntamiento les ha abierto un expediente informativo por la venta en su equipamiento de pines que promueven actividades incívicas. Ahora temen que no les renueven la explotación de la librería. Propongo que se saquen los trajes de mártires (han acabado vendiendo las chapas en otros locales de la cadena; sus clientes pueden ocultar la marca de su ropa con los pines) y vendan orejas de burro. O se las coloquen para ser cabalgados por los inmigrantes ilegales a los que hacen referencia las chapas, en un simulacro del escarnio público que sufrían hace muchos siglos los condenados a muerte camino del cadalso desde una cercana prisión, junto a la Baixada de la Llibreteria.

A La Central no les han arrojado un cóctel molotov por vender libros en contra del régimen franquista, como le ocurrió a Documenta;  ni luchan por la igualdad de sus derechos como Cómplices o Antinous. Han intentado tomar su porción de la Barcelona inhabitada por turistas servida por el ayuntamiento, y se han transformado en una mala copia de si mismos, como también lo es la Casa del Libro. Una imitación de librerías, de clientes como la que encontró Don Quijote de su propia historia en una imprenta de nuestra ciudad, imprenta ahora ocupada por una ferretería:

Ya yo tengo noticia deste libro -dijo don Quijote-, y en verdad y en mi conciencia que pensé que ya estaba quemado y hecho polvos por impertinente; pero su san Martín se le llegará como a cada puerco, que las historias fingidas tanto tienen de buenas y de deleitables cuanto se llegan a la verdad o la semejanza della. Y las verdaderas tanto son mejores cuanto son más verdaderas.

Robert Walser pregunta en una cadena de librerías por el libro más vendido


El objetivo de esta sección («Una librería propia«) es homenajear a aquellos escritores que fabulan sobre la enriquecedora experiencia que implica un intercambio literario en un comercio dedicado a la venta de libros. Su visita novelesca actualizará, desde el pasado, algunos de los interrogantes que nutren nuestro blog.

En estos días de rentrée literaria y vuelta al colegio se echa en falta una sección semanal de los suplementos culturales: las clasificaciones de libros más vendidos. La preocupación por los libros de texto, las ferias más o menos reivindicativas -libro editado en catalán o de lance- y la intrusión de Amazon en el panorama comercial español (siempre se ha hallado entre nosotros, aunque en otras lenguas que parecían disimularlo), han dejado en un segundo plano a nuestros prescriptivos tops.

Para paliar esta falta, consultamos las páginas web de 6 cadenas de librerías españolas, enumerando los libros más vendidos:

A- Casa del Libro (más de 40 tiendas en España, con unos clientes hábidos por el bestseller y la solución de trastornos alimentarios o baja autoestima):

Ficción: 1. Juego de tronos (bolsillo); 2. Festín de cuervos (bolsillo); 3. Si tu me dices ven lo dejo todo…; 4. Los asesinos del Emperador; 5. El mapa y el territorio; 6. El libro de Gabriel; 7. HHHH; 8. Aleph (desgraciadamente, Paolo Coelho); 9. Libro de las almas; 10. El ángel perdido. No ficción: 1. El método Dukan ilustrado; 2. Aprendiendo a ser padres; 3. Las recetas de Dukan; 4. La biología de la creencia; 5. No consigo adelgazar; 6. Método 3 x 10; 7. El secreto; 8. Indignaos; 9. Saber cocinar 1; 10. El equilibrio a través de la alimentación.

B- FNAC (más de 20 tiendas). Parece estar dedicada a un público más joven (el bolsillo tiene un top propio) y aunque no distingue géneros, más compradores con obsesión por el bestseller:

1. Los muertos vivientes 14 (un còmic; nada que ver con una novela gráfica); 2. El mapa y el territorio; 3. Aleph (desgraciadamente, Paolo Coelho); 4. Si tu me dices ven… etc.; 5. El jardín olvidado; 6. Festín de cuervos; 7. Los asesinos del Emperador; 8. El método Dukan ilustrado; 9. Jo confesso; 10. El equilibrio a través de la alimentación.

C- El Corte Inglés (infinidad de centros comerciales, con un público de mayor edad y más tradicional):

Ficción: 1. El jardín olvidado; 2 Aleph (desgraciadamente, Paolo Coelho); 3. En el país de la nube blanca; 4. Los asesinos del Emperador; 5. Si tu me dices…; 6. El tiempo entre costuras; 7. El libro de las almas; 8. Dime quién soy; 9. Maldito karma; 10. No abras los ojos. No ficción: 1. No consigo adelgazar; 2. En confianza (Mariano Rajoy); 3. El secreto; 4. Las recetas de Dukan; 5. Indignaos; 6. Gente tóxica; 7. Saber cocinar 1; 8. Excusas para no pensar; 9. No te rindas; 10. La naturaleza de Franco.

D. Amazon (un top alimentado por ediciones de bolsillo, quizá gracias al aprovechamiento por parte de sus clientes de las condiciones de envío o de un deficiente trabajo de su departamento de promoción al manejar unos datos de ventas obsoletos):

1. El monje que vendió su Ferrari; 2. Juego de tronos; 3. Ponte en forma en nueve semanas y media; 4. Indignaos; 5. El método Dukan ilustrado; 6. El nombre del viento; 7. Juego de tronos (pack con los dos primeros volúmenes de la saga); 8. El camino de Steve Jobs; 9. Ganar en la bolsa es posible; 10. La casa de Riverton.

E. La Central (dos librerías y sucursales en museos. El gerente de la cadena afirma que son como una mano con cinco dedos independientes, ¡una mano con seis dedos! Sólo reproducimos sus mejores ventas en castellano):

Ficción: 1. El mapa y el territorio; 2. X; 3. Doctor Glas; 4. Los amigos de Eddie Coyle; 5. Los enamoramientos. No ficción: 1. El desgüace de la tradición; 2. El infinito viajar; 3. La folie Baudelaire; 4. El escarabajo de Wittgenstein; 5. Algo va mal.

F. Laie. (una librería y varias sedes en museos –el director literario afirma que son una cadena por casualidad, pues las instituciones acuden a a ellos-; mezcla de los más vendidos en idiomas catalán y castellano, ficción y no ficción):

1. Jo confesso; 2. El mapa y el territorio; 3. El mapa i el territori; 4. La nevada del cucut; 5. Cómo vivir o una vida con Montaigne; 6. Adéu a la universitat; 7. La torre de la arrogancia; 8. Palomar (¡Italo Calvino!); 9. El verano de los juguetes rotos; 10. Comprometeu-vos!

Antes de lanzar nuestra pregunta, reproduzcamos un fragmento de El Paseo de Robert Walser, que en su juventud alemana o suiza fue librero:

Como una librería en extremo airosa y bien surtida se mostrara alegremente ante mis ojos, y sintiera el instinto y el deseo de hacerle una breve y fugaz visita, no dudé en entrar a la tienda con visiblemente buenos modales, permitiéndome pensar en todo caso que quizá estuviera mejor como inspector y revisor de libros, como recopilador de informaciones y fino conocedor, que como querido y bien visto rico comprador y buen cliente. Con voz cortés, en extremo cautelosa, y las expresiones, comprensiblemente, más escogidas, me informé acerca de lo último y lo mejor en el campo de las bellas letras.

¿Podría -pregunté con timidez- ver y apreciar al instante lo más esmerado y serio, y por tanto naturalmente también lo más leído y más rápidamente reconocido y vendido? Me obligará en alto grado a inusual agradecimiento si me hace el enorme favor y tiene la bondad de mostrarme ese libro, que, como sin duda nadie sabe con tanta exactitud como precisamente usted, ha encontrado el máximo favor tanto en el público lector como en la temida y, por tanto sin duda también, halagada crítica, y lo seguirá encontrando. No sabe cuánto me interesa saber enseguida cuál de todos los libros u obras de la pluma aquí apilados y expuestos es ese libro favorito n cuestión, cuya visión con toda probabilidad, como he de sospechar del modo más vivo, me convertirá en inmediato, alegre, entusiasta comprador. El deseo de ver al escritor favorito del mundo instruido y su obra maestra admirada, entusiásticamente aplaudida, y como he dicho probablemente de comprarla, me hormiguea y cosquillea por todos los miembros. ¿Puedo rogarle que me muestre ese libro exitosísimo para que el ansia que se ha apoderado de todo mi ser se satisfaga y deje de inquietarme?

-Con mucho gusto -dijo el librero. Desapareció como una flecha para volver al instante siguiente con el ansioso comprador e interesado, y llevando en la mano el libro más comprado y más leído, de valor en verdad perdurable. Llevaba el valioso producto intelectual tan cuidadosa y solemnemente como si portara una milagrosa reliquia. Su rostro mostraba arrobo; su gesto irradiaba el máximo respeto, y con una sonrisa en los labios como sólo pueden tener los creyentes e íntimamente convencidos,me enseñó del modo más favorable lo que traía consigo. Yo contemplé el libro y pregunté:

-¿Podría usted jurar que este es el libro más difundido del año?

-Sin duda.

-¿Podría afirmar que este es el libro que hay que haber leído?

-A toda costa.

¿Y es realmente bueno?

-¡Qué pregunta tan superflua e inadmisible!

-Se lo agradezco mucho -dije con sangre fría; preferí dejar tranquilamente donde estaba el libro que había tenido la más absoluta difusión, porque había que haberlo leído  a toda costa, y me alejé sin ruido, sin perder una sola palabra más.

-¡Hombre maleducado e ignorante! -me gritó, naturalmente, el vendedor, en su justificado y profundo disgusto…

Robert Walser

Traducción de Carlos Fortea

¿Son realmente buenos los libros más vendidos? ¿Es realmente bueno Juego de Tronos o El método Dukan ilustrado? ¿Y el nº 14 de Los muertos vivientes? ¿Y El jardín olvidado o No consigo adelgazar? ¿Y qué me dicen de El monje que vendió su Ferrari? ¿El mapa y el territorio? ¿Qué opinan de Jaume Cabré y Jo confesso?

Lean detenidamente esas listas y piensen en la entelequia del precio fijo de los libros, tan asociado a políticas de compras, tan arraigado a la desgraciada supremacía de la venta sobre la calidad del libro, excepto cuando las ventas acompañan a un buen libro como lo son las obras de Michel Houellebecq y Jaume Cabré; por último, piensen en la frase de Roberto Bolaño: «Cada uno tiene la librería que se merece…«.

Joseph Roth y la quema de libros en Europa


¿Recuerdan La vaquilla? En la película de García Berlanga unos soldados republicanos pretenden saciar el hambre y aguar las fiestas de un pueblo ocupado por el enemigo robando una vaquilla. «Huele a facha«, exclama el teniente interpretado por José Sacristán tras oler uno de los uniformes con los que se infiltrarán tras las líneas franquistas.  En la sospechosa Metapedia, Enciclopedia alternativa, una entrada redactada por una asociación neonazi latinoamericana disfraza a la Librería Europa de la siguiente manera: «Una librería que se caracteriza por la difusión de textos de carácter histórico, filosófico, político y doctrinario, generalmente vinculado a las teorías nacionales de los pueblos europeos, hispanoamericanos». ¡Huele a nazi!, concluiríamos al conocer sus libros. No se disfrazan con uniformes nacionalsocialistas, como la secta que regentaba la desaparecida Librería Kalki, pero su dueño si que ha sido condenado por la difusión del odio. Además, la juez les ha descomisado los libros empleados para cometer el delito, un busto de Hitler, una esvástica de hierro, carteles y cascos militares. ¿Conservarán sus tazas con la efigie de generales nazis?

 El dueño de la librería, Pedro Varela, ya ha cumplido tres cuartas partes de la condena de un año y tres meses por su divulgación y venta de ideas genocidas. En el corto espacio de cuatro meses, el fundador de la organización neonazi CEDADE, volverá a sus actividades como editor y librero. Pero, ¿Pedro Varela es un librero? «Cualquier librería dedicada a libros de montaña no va a vender libros de cocina y una librería talmúdica no va a vender libros musulmanes, lógicamente no. Entonces es poner en manos de la justícia permitir el libre mercado. Dónde hay interés hay una demanda, dónde hay demanda hay producción y dónde hay producción hay venta. Por lo tanto, si el público quiere tener esos libros, no van a poder impedir que se editen«, defiende con convencimiento. En realidad, sí. Pedro Varela es un librero y su librería neonazi vende libros nazis y otras temáticas afines (II Guerra Mundial, Tercer Reich, fascismo europeo e hispanoamericano, racismo, propaganda antisemita, … ). Ellos se consideran revisionistas.

Recogemos otras palabras del «librero» alrededor de su reiterada e identificadora negación del Holocausto («… Después de toda una vida, no puedo decir: Vale, me creo lo del Holocausto«), su publico fiel («Aquí estoy. Si la gente no tuviese interés por saber que pasó en el Tercer Reich yo ya habría cerrado«) o la ciudad de Barcelona («Ellos lo que no quieren en la Barcelona izquierdista, masónica actual, es una librería nacional en el centro de la ciudad, no«).

Pero por encima de las anteriores, hemos seleccionado y destacado otra frase:

A quien hace algo interesante, se le persigue

Esta tergiversadora palabra de librero chocará con la palabra escrita de Joseph Roth y su denuncia de otras persecuciones:

«Pocos observadores en el mundo parecen darse cuenta de qué significan el auto de fe de los libros, la expulsión de los escritores judíos y los demás desvaríos llevados a cabo por el Tercer Reich para destruir el espíritu. (…) Hay que reconocerlo y decirlo abiertamente: la Europa espiritual se rinde. Se rinde por debilidad, por pereza, por indiferencia, por inconsciencia.

(…) En estos días en que la humareda de nuestros libros quemados sube hacia el cielo, nosotros, los escritores alemanes de sangre judía, debemos reconocer ante todo que hemos sido derrotados.«

Esta tesis sobre la momentánea derrota del espíritu europeo forma parte de los primeros párrafos del artículo «El auto de fe del espíritu», publicado en español por la editorial Minúscula en un volumen recopilatorio titulado  Crónicas berlinesas. El escritor y periodista judío denunciaba en 1933 la quema de libros por parte de las hordas nazis en la Bebelplatz de Berlín. Para Roth suponía la derrota de una cultura urbana protagonizada por los intelectuales judíos y la cultura europea en general («Desde 1918, los libreros de provincias, antes de exponer un libro en el escaparate, antes incluso de haberlo leído, preguntaban si el autor era judío«, observa al final del artículo). Les invito, de nuevo, a leer el texto íntegro de uno de los autores que encarnan con mayor fidelidad ese espíritu europeo. Al mismo tiempo, recordarles que en el mismo lugar del auto de fe inducido por Goebbels, el escultor israelí Micha Ullmann excavó su Biblioteca. Las cuatro estanterías  que podrían albergar aquellos veinte mil libros quemados, ahora sustituidos por un haz de luz que ilumina la noche berlinesa, nunca acogerán los libros decomisados a Pedro Varela. La justicia española ha compensado parcialmente el desagravio, confiscando y destruyendo más de veinte mil libros editados por el señor Varela desde 1996, entre ellos Mi Lucha de Adolf Hitler.

Pero la Librería Europa no se rinde: «Los días sin Pedro no nos destruyen, nos fortalecen«, vocea una web que clama por la libertad de su líder, denunciando ese presunto atentado hacia la libertad de expresión que supone su encarcelamiento. Además, facilita la dirección de una celda en la prisión de Quatre Camins donde enviarle misivas (los paquetes con bocadillos y limas hay que remitirlos directamente a la librería), un número de cuenta para ingresar donativos y una oferta de chapas y pegatinas reivindicativas que habrán de saldar cuando abandone la cárcel. Mientras tanto la librería continua con su actividad por y para la propaganda ultraderechista.

Hablando de chapas reivindicativas. La semana pasada la librería La Central fue expedientada por el Ayuntamiento de Barcelona por vender en algunas de sus sedes museísticas unos pins que mostraban la silueta de lateros, vendedores de rosas, prostitutas, manteros y otros personajes incómodos para el ayuntamiento de la ciudad (Joseph Roth se detiene en el retrato de refugiados, tugurios, indigentes o muertos no identificados en el Berlín de la República de Weimar). Para reconocer el incuestionable e infatigable «espíritu» europeo de esta librería y su fondo prueben a buscar en su página web los libros de un autor. Por ejemplo, Adolf Hitler Algunos de los libros seleccionados por la fiscalía -como Mi lucha, de Hitler- pueden comprarse también en grandes almacenes«, se defendía Pedro Varela). Encontrarán cuatro referencias de Mi Lucha con un aviso: La Central no comercializa este libro. La Casa del Libro muestra este libro como agotado, pero sabemos que Librería Europa también actúa como distribuidor en la sombra. Para acabar con el experimento, prueben a realizar una idéntica búsqueda en Amazon.com. La librería virtual les ofrece… ¡327 referencias venales en diferentes idiomas!

¿Tendrá razón Pedro Varela? En algunas cosas, sí. Sobre todo en su comparecencia ante la engañosa ley de la oferta y la demanda. Pero no sean débiles, ni perezosos, ni indiferentes y, aún menos, inconscientes y mantengan un espíritu limpio, alejado de los pirómanos y propagandistas que ignoran el sufrimiento real de los millones de Primo Levi, Imre Kertez, Roger Antelme o Anna Frank del mundo. No persigan a los que realmente hacen algo interesante.

Laie Cafè-Llibreria, Julio Cortázar y los escribas


Palabra de librero; palabra de escritor. Las palabras de los libreros representan la librería para la que trabajan y los libros que prescriben; un escritor lleva escrita la palabra de todos nosotros.

Esta nueva sección del blog se titula Palabra de librero y su objetivo es recoger alguna opinión de nuestros libreros y ponerla en consonancia con alguna obra escrita. Nuestra reivindicación del oficio de librero como gacetillero, de una persona dotada de vox populi, que sabe lo que pasa a su alrededor, pretende paliar el injusto olvido y anonimato al que se ven condenados estos profesionales del libro. Unos pensamientos que, por otra parte, no están alejados de lo escrito en la literatura o el ensayo, en las materia primas de su oficio.

En el año 2007, Babelia, el suplemento literario sabatino de El País, publicó un artículo en el que exponía un canon de vendedores de libros que tituló Libreros de Cabecera. Pienso que más que libreros de cabecera se trata de libreros plásticos, libreros especialistas cuya consulta bien vale a una larga espera -excepto cuando eres un personaje famoso que necesites de sus servicios. Siguiendo el símil médico, la élite de los libreros de cabecera sólo pasaban consulta en Cataluña, una especialización geográfica bastante injusta. Paco Camarasa (Negra y Criminal), Lluís Morral (Laie), Albert Padrol & Pep Bernades (Altaïr), Antonio Ramírez (La Central) y Guillem Terribas (Llibreria 22) fueron los elegidos para la gloria; unos pocos libreros de cabecera para demasiados enfermos de lectura. Homenajeando a los autores del artículo y, tras colocar a los libreros en el mismo saco e introducir mi pata inocente, el elegido es Lluís Morral de Laie Cafè-Llibreria.

Me gustaría aclarar que Lluís Morral, y el resto de libreros que componen esta sección, me merece mi más profundo respeto como librero y como persona; además Laie, de la cuál es el director literario, es la librería de Barcelona cuyo fondo y selección de novedades se adecua más a mis gustos. Lluís representa al librero «artesanal» (Rosa Mora en un artículo que celebraba los veinte años de andadura de la librería, lo definía como «un librero de verdad, de los de siempre, que si no tiene los 4000 títulos en la cabeza, tiene al menos 3999″). Lluís se inició en el oficio como la mayor parte de libreros catalanes trabajando en un día de Sant Jordi; más tarde, entró en plantilla como cajero (en Laie es un puesto destinado al «aprendiz»: primer contacto con los clientes, recepción de mercancías, etc…) hasta su posición actual. Una carrera artesanal de varias décadas.

Algunas de sus opiniones son muy destacadas: la idea de librería («la librería está muy relacionada con el concepto de cultura, nuestro lema es El Placer de la Cultura«), el papel del librero-prescriptor («…cada vez tiene más fuerza, a causa de la cantidad de novedades y la falta de prescriptores públicos), los problemas de los e-books  («El cerebro digital nos empobrece culturalmente«), el mercado («si dejamos que el mercado dicte, la buena literatura desaparecerá«) o el futuro de las librerías («las librerías del futuro serán más pequeñas, con menos fondo pero más seleccionado y elegido, privilegiando aquellas editoriales que además del contenido cuiden la edición, libros como objetos«). Pero la frase por la que el espíritu y la pluma de Julio Cortázar penetrará en la opinión de nuestro librero es la siguiente:

«Los parados se han puesto a escribir»

Una consecuencia nefasta para un país en crisis, que lee poco y edita mucho, que carece de un aglutinador para tanto blog.

Vayamos con Julio Cortázar. Y, por supuesto, el cuento «Fin del mundo del fin» en Historias de cronopios  y de famas:

Como los escribas continuarán, los pocos lectores que en el mundo había van a cambiar de oficio y se pondrán también de escribas. Cada vez más los países serán de escribas y de fábricas de papel y tinta, los escribas de día y las máquinas de noche para imprimir el trabajo de los escribas. Primero las bibliotecas desbordarán de las casas; entonces las municipalidades deciden (ya estamos en la cosa) sacrificar los terrenos de juegos infantiles para ampliar las bibliotecas. Después ceden los teatros, las maternidades, los mataderos, las cantinas, los hospitales. Los pobres aprovechan los libros como ladrillos, los pegan con cemento y hacen paredes de libros y viven en cabañas de libros. Entonces pasa que los libros rebasan las ciudades y entran en los campos, van aplastando los trigales y los campos de girasol, apenas si la dirección de viabilidad consigue que las rutas queden despejadas entre dos altísimas paredes de libros. A veces una pared cede y hay espantosas catástrofes automovilísticas. Los escribas trabajan sin tregua porque la humanidad respeta las vocaciones y los impresos llegan ya a orillas del mar…

Como es de esperar, los impresos se precipitan al mar y ganan terreno al medio acuático,… pero lean el cuento.

Es necesario añadir que Lluís no es una persona que irradie optimismo; ni siquiera le encargarán que redacte un libro de crecimiento personal. Pero no es para menos. ¿La única esperanza ante tanto escritor en paro o parado escribiendo? ¡Qué no usan papel! Quizá el que debería temer por su futuro es Amazon.

Amazon cuidado que somos muchos parados-escribas…

En el barrio Gótico de Barcelona (I): una necrópolis de librerías


Nueva incursión en el turismo de librerías visitando los escenarios de La sombra del viento y El juego del ángel de Carlos Ruiz Zafón: el barrio Gótico de Barcelona. Confieso que no he leído las novelas ni, por el momento, tengo previsión de hacerlo, pero me he pateado esas calles repletas de monumentos, ojeados por turistas locales y foráneos, buscando librerías para delinear una ruta que me ha parecido conveniente evocar como una necrópolis de librerías.

Nos citamos en el Portal de l’Àngel (Portal del Ángel), la calle con el metro cuadrado más caro de la ciudad de Barcelona. Allí se alza un impresionante ElCorteInglés dedicado al ocio, con una librería cuyo desorden, en una insultante contradicción, aparece iluminado por las rutilantes marcas deportivas o las canciones de un verano que no tienen fin. Por supuesto nuestra cita no se halla protegida por sus marquesinas o la fronteriza FNAC Triangle. Nos citamos en la segunda librería más antigua de Barcelona: la Formiga d’Or.

Fundada en 1885 por Josep Mª Dauder i Dalmases, veinte años más tarde se trasladó a su actual emplazamiento muy cerca del poder católico que representa la Catedral de Barcelona, en seguida se especializó en libro religioso. Los últimos largos inviernos importados desde Wall Street, obligó a que la hormiguita se apartara de la venta de biblias y rosarios y a cambiar su fe religiosa por la fe en la economía. «La gente entra por impulso en los sitios. Pensamos por qué no hacer una librería con un tipo de imagen y luminosidad tanto o más agresivo que el de una zapatería o una tienda de ropa como las que hay en el Portal de l’ Àngel«, se justificó Pere Fàbregues i Morlà cuando sorteó la crisis «casándose» en el año 2003 con Ingrid Pi, una de las propietarias de Happy Books. Esta versión catalana de Tienes un e-mail invertía los roles de los protagonistas. Así nuestra rubia consorte aportaba su granito de arena: «Queremos poner la cultura al alcance de todo el mundo, algo que muchas veces depende del precio«.  El proselitismo religioso (su actividad evangelizadora se ha traslado a la cercana Librería Balmes) dejó paso al proselitismo cultural, y el libro de saldo y los objetos de regalo ocuparon los 600 metros cuadrados de la librería.

Como normalmente está prohibido hacer fotografías de este espacio tan bien iluminado que vende cadáveres de libros, restos de legiones de libros zombies desechados por las editoriales y distribuidoras, entramos  con diurnidad y alevosía por la parte de atrás de Happy Books-La Formiga d’Or . La sección infantil se ha transformado en una juguetería pero no nos desanima y continuamos adelante. La sección de cocina combina los recetarios con ensaladeras de plástico, la de jardinería con macetas, la de autoayuda con nada, la sección de arte se llama Taschen (de saldo), novelas, ensayos… un joven uniformado con un bonito chaleco me avisa que no se pueden hacer fotos. Las luces y las paredes de diseño, las pilas de libros muertos y sus dependientes encadenados (en un consejo de guerra al que me sometió la FNAC, la única juez y directora de la librería me confesó que le gustaba contratar a empleadas de Happy Books por que eran sumisas; una de ellas en la actualidad es directora de una CasaDel Libro) me conducen a la salida. Quizá no ha cambiado demasiado desde que vendían biblias, rosarios y rapé a sus mejores clientes.

Giramos por la calle Canuda y en seguida nos topamos con la Llibreria  Antiquària Farrè. Un cementerio en el que las exhumaciones de cadáveres y su conservación valen su precio en oro; una característica sin importancia para su clientela bibliomaníaca y necrófila. Josep Mª Farrè también sortea la crisis a su manera: «Sigo vendiendo libros de 3000 euros, de 6000 e, incluso, de 20000, pero ahora soy más imaginativo. Me transformo en un pequeño banquero, pero sin especular como hacen los bancos con los intereses que cobran. Si un cliente desea comprar un libro de 5000 euros y no los tiene, le ofrezco pagarlo a plazos o con un descuento del 10%«. ¡Menos mal que existe el banquero-librero anarquista!

Continuamos atravesando la calle Canuda. Es inevitable entristecerse ante un escaparte de monopatines de colores y gorras con visera donde antes se encontraba la Librería Tartessos, una excelente y acogedora librería especializada en fotografía que echó el cierre en el verano de 2006 tras una carrera de veinticinco años de historia. Como no viene siendo habitual, Luis Arribas cerró la librería por motivos personales. Creo recordar que todavía no había abierto sus puertas Decathlon, otra empresa de ocio que exporta sus mandos para dirigir librerías como si los calcetines y los libros estuvieran emparentados. Resistimos la tentación de comprarnos un chándal dominguero y embocamos la callejuela Bertrellans. En el número 5 se halla Pictogràfics, en palabras de su propietario Eduard Vioque, se trata de una tienda enfocada al autor, al autor de novela gráfica. Cuando franqueamos la puerta, Eduard, el único trabajador de esa bonita librería, parece decepcionado con mi género (aunque a los lepismas es difícil sexarnos) o al comprobar de un vistazo que no soy uno de los clientes que lo visitaron bajo el efecto apertura. La librería se inauguró a finales del año 2010, con una cuidada exposición de su fondo de novela gráfica de autor, huyendo de los churretes de golosinas infantil y el acné adolescente obsesionado con el manga, que tan buena acogida tiene en la FNAC. Esta ciudada librería es el remanso de paz para un tipo de libro que está vivito y coleando, que sólo utiliza a los muertos vivientes como personajes. Prueben a entrar en la vecina gran superficie deportiva y comprenderán por que ésta es una parada casi obligatoria.

Volvemos sobre nuestros pasos. Rebasamos Le Boudoir (la próxima vez que visite Pictogràfics me compraré algo bonito) para detenerme ante el Ateneu Barcelonès. Además de exhibir en fechas señaladas un ou com balla, un «huevo que baila» en la fuente de su magnífico patio, posee un restaurante cuya ampliación ha sido ganada a otra librería desaparecida, Lletres, que vendía libros en catalán, esa lengua tan importante para nuestra cultura bilingüe. Los menús del mediodía para turistas se han impuesto a los libros por muy catalanes que sean y, quizá, los restos de la coqueta librería se hallan ocultos en una de las tumbas de la necrópolis romana de la colindante Plaza de la Villa de Madrid. ¿Dónde se hallará el pasillo que comunica las catacumbas con la Llibreria Cervantes-Canuda?

En la primera sala de esta librería de lance barcelonesa (le tengo un cariño especial por que fue inaugurada por don Ramón Mallafré Conill… ¡el 14 de abril de 1931!), junto a la informa caja, encontramos el vano desnudo de una puerta apenas oculta por una pesada cortina. Un cartel invita a visitar su sótano: Visite nuestro sótano. La sombra del viento. EL CEMENTERIO DE LOS LIBROS. Carlos Ruiz Zafón«. A pesar de su excelente oferta y un orden más o menos claro para una librería de lance, parecen estar en crisis; al menos eso saca a relucir el cartel. Disimulamos nuestro interés y penetramos en el interior de la librería. Se abren ante nosotros dos salas atestadas de libros de segunda mano de todo tipo (en total, la librería dispone de 600 metros cuadrados para albergar 200000 libros usados). Tomo un libro de Günter Grass, publicado por la original y difunta editorial Bruguera, y le pregunto a un empleado muy mayor si puedo visitar el famoso sótano. De mala gana me responde que tengo cinco minutos, pues van a salir a comer.

Un empleado más joven me acompaña hasta el sótano y me deja solo, ordenándome con educación que al salir apague la luz. El sótano no tiene demasiado interés y, además, no me he leído el libro, por lo que me resulta imposible compararlo con el cementerio presente en la novela de Ruiz Zafón. No deseo perder el tiempo pero me invade un penetrante olor a humedad, una verdadera tentación culinaria para un pececillo de plata. Me siento un momento en una banqueta olvidada en una esquina y aspiro profundamente ese aroma característico de libro viejo, húmedo, casi echado a perder, apetitoso. Cuando me dispongo a salir, una pequeña puerta incrustada en una pared llama mi atención. La empujo con delicadeza pero permanece cerrada a cal y canto. ¿Adónde conducirá? ¿A la necrópolis romana? ¿A las páginas del libro de Ruiz Zafón? No alargo mi visita a la catacumba, apago la luz, espero unos segundos acompañado por el perfume de los libros y subo las escaleras.

(Continuará)

Ed’s Martian Book: la librería unípara


76206, 76205, 76204, 76203, 76202, 76201, 76200, 76199, 76198…

-Control de Amazon llamando al Mayor Pececillo. Responda Mayor Pececillo.

En el año 2010 se editaron en España la friolera de 132,1 millones de ejemplares repartidos en 76.206 títulos. La tendencia del año 2011 será parecida pese a la previsión de un descenso de las ventas de libros. La cita elegida por Pequod Llibres en su punto de libro explica esta tendencia: «Encuentro la televisión muy educativa. Cada vez que alguien la enciende, me retiro a otra habitación y leo un libro«. La elección de Groucho Marx es la excepción que confirma la regla. Los españoles cada vez que encienden la televisión provocan un descenso de las ventas de libros (una precipitación que se transformaría en tormenta si habláramos de lectura).

La supremacía televisiva podría encontrar un duro competidor. Andrew Kessler, un escritor novel (no es novelista, aunque neoyorkino) ha abierto un librería en el West Village, convirtiéndose en un pionero de la resistencia.

Como indica su nombre, Ed’s Martian Book sólo vende 1 título,  a la sazón de 3000 ejemplares repartidos a lo largo y ancho de una peluquería travestida en librería. El título del libro es lo de menos, Martian Summer. Robot arms, cowboy spacemen, and my 90 days with the Phoenix Mars Mission, pero la brillante idea de Ed puede arrastrarnos a pensar un poquito.

2802, 2801, 2800, 2799, 2798, 2797, 2796…

Control de Amazon llamando a Pececillo. ¿Está usted ahí?

Si damos un paseo por alguna de nuestras ciudades, en mi caso Barcelona, percibiremos un fenómeno inflacionista derivado de la crisis económica: el incontable número de locales en traspaso, venta y alquiler. Una oferta inmobiliaria saturada que se solucionaría drásticamente (Sr. Rubalcaba, tome nota) si estos locales se dedicaran a la venta exclusiva de un solo libro. ¿Se imaginan el paisaje? Ciudades pobladas por cientos… miles de librerías especializadas en un solo título.

Pero no sólo eso. Apunten:

5. Podría derogarse la ley del precio fijo. Como cada librería estaría concentrada en un título, no existiría la competencia desleal. Por supuesto, las grandes superficies sólo venderían bestsellers y las librerías independientes el libro que les diera la gana. Así, una sede de Fnac pasaría a llamarse Isabel’s Island Book, otra Dukan’s Diet Book y Pequod se rebautizaría como Pequod’s Whale Book o Pequod’s Moby Dick Book. Los cambios de nombre estarían a la orden del día.

4. Limitación de los intermediarios. Las editoriales podrían negociar directamente con librerías. Siendo magnánimos, los distribuidores se transformarían en meros representantes (ostras, como ahora) que negociarían entre editorial y librería, o viceversa, a cambio de una comisión. 

3. Una librería un libro, significaría que los 76.206 libros dispondrían de 76.206 librerías. Entonces ¿qué hacer con los libros de fondo? Sólo conservar los que se salvaran de la dura negociación por mantenerse en el mercado. Alguna librería de lance podría mantener un título agotado (José Maria’s Cypress Book) y poseer la exclusividad de las diferentes ediciones, bolsillo incluida. 

2. Eliminación de algunos clientes no deseados. Concretamente de la categoría «autores que preguntan por su libro haciéndose pasar por clientes anónimos«. Recomiendo seguir el ejemplo de Andrew. Que cada autor o editorial venda su libro. Así comprobarían que fácil es. Seguro que en pocos días echarán de menos a ese trabajador tan torturado y poco reconocido que es el librero. Con el autor vendiendo el libro recién editado (los negros de César Vidal habrían de salir a la luz o hacerse la cirugía estética para parecerse a su amo), podrían darse casos graciosos. No puedo evitar pensar en Juan’s Cunts Book (en castellano El libro de los Coños de Juan), en una librería de lance de la COPE.

1.  Y, por fin, los escritores y editores se darían cuenta que tanto libro nuevo es imposible de absorber por el mercado.

El experimento de Ed es curioso. Quería tener su libro en el escaparate de una librería. Y los primeros meses sólo aspiraba a pagar el alquiler con el beneficio de sus ventas. El libro salió a la venta a finales del mes de abril al precio de 27,95 $ en una bonita edición de tapa dura.

¿Cómo le va a Ed?

10, 9, 8, 7, 6, 5,  4, 3, 2, 1… 0

-Control de Amazon a Mayor Pececillo. Responda.

-Aquí Mayor Pececillo

-Después de tres meses de existencia, el libro Martian Summer ha sido rebajado en nuestra librería virtual. Su precio actual  es de 17,46$, con un ahorro de 10,49$. También puedes coprarlo usado a partir de 8,89$. Tenemos todos los libros del mercado.

-Ufffffffffffffff.

Quizás deberíamos cambiar la frase de Groucho Marx por otra que no tendría cabida en puntos de libro que valgan. «Cada vez que enciendo el ordenador, me dan ganas de comprar un libro». ¡Y Amazon a punto de aterrizar en España!

¿Existirá un virus que salve a las librerías de su invasión? Prueben a vender un solo título.

Ryûnosuke Akutagawa, los Kappa y el futuro de los libreros


Japón me atrae irremediablemente porque me hace sentir como un analfabeto; no un ignorante, sino como un «niño» que aún no ha aprendido a leer y escribir. Por supuesto, ni escribo ni leo japonés. Esta vuelta a la infancia puede experimentarse en cualquier calle de una gran ciudad japonesa, en las marquesinas de las tiendas de fideos o en los itinerarios de metro y ferrocarril; una pulsión infantiloide que se mostrará en su fase más avanzada en una librería nipona. Sin ir más lejos en Kyoto, en la librería Keibunsya, en el año 2008 catalogada por el rotativo londinense The Guardian en el número 9 de una provisional clasificación de las librerías más bellas del planeta.

Además de consumir el típico café aguado en la cafetería del piso inferior de esta librería especializada en arte (mi analfabetismo alcanza su fase funcional al contemplar la amplia exposición de libros ilustrados), a lo mejor dedicada a la memoria del pintor kyotota Keibun Matsumara (1779-1843), me entretuve en buscar un libro de Akutagawa Ryûnosuke: Los Kappa, pronúnciese Kap-pa. La búsqueda fue un completo fracaso.

«En un estante de la librería Maruzen, (…) saqué al azar un grueso volumen. Pero allí encontré una ilustración en la que figuraban unos engranajes con ojos y narices de seres humanos (el libro contenía una serie de reproducciones de dibujos de dementes recopiladas por un especialista alemán).  Lentamente un espíritu rebelde creció dentro de mi angustia, y me lancé a abrir libros, uno tras otro, a la manera de un maniático jugador. Sin embargo, todos, en algún renglón o grabado, ocultaban alguna ironía. ¿Todos los libros…?». La locura de Akutagawa manifestada en la librería Maruzen de Tokyo en la escritura transformada en engranajes, fue evocada por mi frustrada e iletrada búsqueda en los repletos anaqueles de Keibunsya, hasta que topé con la silueta de un viejo conocido en el lomo de un libro: Fernando Pessoa.

Saqué el libro del estante y estudié la cubierta. En un ángulo descubrí escritas en un relieve blanco, casi invisible, las palabras Fernando Pessoa. Livro do desassossego. Esto fue lo único que pude leer el libro, suficiente para asirlo con fuerza y precipitarme a la caja para abonar los 2400 yen que me indicó un empleado.

El feliz encuentro con Pessoa y el desencuentro con Akutagawa fue relatado al amigo que me alojaba en Kyoto. Para compensar mi desengaño decidió guiarme a una excursión en el barrio de Fushimi. Visitaríamos las históricas destilerías de un sake de Kyoto, Kizakura. En sus instalaciones podíamos encontrar un museo dedicado a aquellos animales que habitaban la cultura popular y la criptozoología japonesa, los protagonistas de la novela de Akutagawa Ryûnosuke: el Kizakura Kappa Country.

No nos detendremos en la descripción de este museo dedicado a estos seres de cuento, ni en sus fotografías esotéricas ni en los vídeos promocionales de la bebida alcohólica protagonizados por estos tigres de agua; más bien, nos concentraremos en la descripción de una fábrica de libros del país Kappa, posiblemente presente en alguna de las ediciones de la novela exhibidas en el museo y que no podía leer: «Entré acompañado de un joven Kappa, ingeniero de este establecimiento. Quedé verdaderamente maravillado ante el progreso de la industria mecánica del país de los Kappa a la vista de una enorme máquina que funcionaba gracias a la energía hidroeléctrica. Decían que esta fábrica producía siete millones de ejemplares al año. Por otra parte, esta cifra no me sorprendió lo más mínimo. Lo que me dejó atónito, fue el hecho que para tal producción apenas se necesitara mano de obra. Para fabricar esos libros, era suficiente introducir en una obertura con forma de embudo de una máquina, papel, tinta y unos polvos grises. Una vez introducidas estas materias primas, no era necesario esperar más de cinco minutos para contemplar la salida de innumerables libros de diferentes formatos: en octavo, en cuarto, en dieciseisavo… Admirando esos libros caídos en catarata, pregunté al ingeniero Kappa allí presente qué era ese polvo gris. Inmóvil ante la máquina negra y reluciente, me respondió con voz apagada:

-¿Eso? Es cerebro de asno. Se seca y pulveriza muy fino. El precio de venta es de dos o tres céntimos la tonelada.

Era evidente que esos milagros industriales no se limitaban a la fabricación de libros. El proceso se repetía para la pintura y la música.»  

Ya intuíamos el origen supino y pollino de muchos bestsellers, pero es inquietante como la lúcida locura de Akutagawa recoge lo que le sucedería a miles de trabajadores a causa de una excesiva mecanización libresca, es decir, a la edición en masa de bestsellers, de e-books y a la venta on-line:

«-Se extermina a todos esos trabajadores. Contemple este periódico. Como aproximadamente sesenta mil setecientos sesenta y nueve obreros han sido despedidos, este mes bajará el precio de la carne».

En España este mes de agosto el IPC ha bajado gracias al descenso del precio de los alimentos. ¿Un efecto secundario de la adquisición de la cadena de Librerías Bertrand por parte de la Casa del Libro o de los desfavorables resultados de sus evaluaciones de atención al cliente? No, parece demasiada coincidencia. Pero, ¿qué sucederá cuando aterrice Amazon? ¿Las listas de desempleo estarán preparadas para tantas barbacoas gratuitas inspiradas en esta parábola digna de Jonathan Swift?

Amigos libreros, prepárense para lo peor: ser embutidos en vejigas de vaca o transformar sus librerías en obras de arte y, como Keibunsya, engrosar una lista de librerías VIP cuya visita es recomendada en guías de viaje, no por sus libros sino por la bella disposición de sus estanterías, salas de venta o mostradores.

En Kyoto no pude comprar el libro de Akutagawa (más tarde, lo hice en una librería de Osaka, en Bertrand y en Pequod), pero disfruté como un niño en el país de los Kappa; incluso nos pimplamos una botella de sake Kizakura. Como suele decirse, mal de muchos, consuelo de tontos. ¿O era bestsellers de pocos, consuelo de muchos? No lo recuerdo bien.  ¿Cuándo se repetirá esa vuelta a la inocente infancia? En España seguro que no. ¡Ya sé leer! O eso creo. Como podría afirmar Pessoa, «por la boca muere el pez, y Pececillo de Plata«.

Las librerías que se merece Roberto Bolaño (2ª parte y última)


En las librerías de un condenado a muerte

«Después vino el golpe y tras éste me dediqué a recorrer las librerías de Santiago como una forma barata de conjurar el aburrimiento y la locura. A diferencia de las librerías mexicanas, las de Santiago carecían de empleados y eran atendidas por una sola persona, casi siempre el dueño. (…) De mis visitas a esas librerías recuerdo, sobre todo los ojos de los libreros, ojos que a veces parecían los de un ahorcado y a veces estaban velados por una tela como de legañas y que ahora sé que era otra cosa. No recuerdo, además, haber visto nunca librerías más solitarias. Allí no robé ningún libro». La corta visita a un Chile que lo rechazaría con el manotazo de una larga dictadura, no es una redención a su carrera como salteador de estanterías; más bien, Chile le hará tomar conciencia del horror en un estado puro. Y cuando está seguro que ha de temer por su vida, dedica su literatura a superar el sentimiento de vergüenza provocado por la ausencia de compasión. Se transforma en el antagonista del héroe de La caída, la novela robada en una librería transparente y requisada en otra hundida como una mazmorra.

Las palabras del librero chileno en su artículo-relato ¿Quién es el valiente? resumen la tarea a la que se encomienda como escritor:

«¿Qué libro le regalaría usted a un condenado a muerte?, me preguntó. No sé, dije. Yo tampoco lo sé, dijo el librero, y me parece terrible. ¿Qué libros leen los desesperados? ¿Que libros les gustan? ¿Cómo se imagina usted la sala de lecturas de un condenado a muerte?, dijo. No tengo ni idea, dije. es normal, es usted muy joven, dijo. Y después: es como la Antártida. Pensé en el final de Arturo Gordon Pym, pero preferí no decir nada. A ver, dijo el librero, ¿quién es el valiente capaz de poner sobre el regazo de un condenado a muerte esta novela? Levantó un libro que había gozado de cierta fama y luego lo arrojó sobre una espuerta. Le pagué y me fui. Al darle la espalda, el librero no se si se rió o se puso a llorar. Cuando gané la calle lo oí decir: ¿Quién es el gallito capaz de semejante hazaña? Y luego dijo algo más, pero no entendí sus palabras.»

Esa Antártida de fuego para los condenados a muerte no es una librería corriente. Para los penados no existen las librerías ni son necesarios los libros, sólo restan las lecturas.

Las librerías imaginadas

Ni se les ocurra realizar una ruta mexicana de librerías atracadas por poetas realvisceralistas, pues están condenados a sumergirse en el líquido viscoso de la ficción. Como se trata de un recurso en el que se entrelazan el azar y la intención narrativa, les propongo un juego novelesco: comprueben las coordenadas aproximadas de esas librerías regentadas por la mafia de libreros mexicanos y obtendrán unos curiosos resultados. Por ejemplo, la Librería Mexicana de la calle Aranda podría estar suplantada por la Pulquería Las Duelistas; la Librería  Pacífico en realidad sería una cantina especializada en un magnífico tequila derecho acompañado de un platito de gusanos de maguey con limón y sal o, en un reverso imposible, la primera ubicación de la real Librería Bonilla, fundada en 1947 por el español Manuel Bonilla y especializada en la importación de libro técnico (rizando el rizo: en 1951 esta librería se trasladó al número 24 de la calle Donceles, entre las calles Allende y República de Chile). Por supuesto tampoco existen la librería de viejo Horacio, ni la Librería Orozco, ni la Librería Milton, ni la Librería El mundo y, menos aún, la Librería Batalla del Ebro. El hecho que hasta el año 2004 no se inaugurara una librería española en Tel Aviv, la librería Leyendas, nos confirma la ficción de la Librería Cervantes de esa ciudad. Incluso la Librería de Cristal y El Sótano en esas páginas de Los detectives salvajes adquieren esos tonos épicos de exilio y desastre antes de transformarse en cadenas de librerías. Los robos de libros continúan en 2666, pero las librerías alemanas y norteamericanas son anónimas. Sólo pueden evocar esa ruta libresca con los libros que cita Bolaño. Pues, al contrario de lo que piensan algunos, las librerías no son ventas, son libros.

En su patria.

Cuando Bolaño se establece definitivamente en Cataluña, encuentra una conmutación de su pena de muerte por la cadena perpetua de un paisaje propio-Blanes- y una patria -su familia-. Sus artículos y novelas combinarán el juego narrativo de aquellas librerías ficticias y los peligrosos paisajes de frontera con una valoración nostálgica y melancólica de algunas librerías reales y sus libreros, unos empleados que se identifican con los libros que venden. Un buen ejemplo es la desaparecida Marks & Co:

«…la librería Marks & Co, que se ocupaba de libros usados y que atendía a sus clientes en el 84 de Charing Cross Road, ya no existe. Pero sus buenos precios, su profundo buen hacer en materia libresca y la gentileza de sus empleados perviven en este libro como ejemplo para futuros libreros y librerías, dos especies en peligro de extinción«. Pese a sus palabras, es imposible que Bolaño visitara esa mítica librería londinense que cerró sus puertas a principios de los años setenta. Pero ya se sabe, el mito nutre la épica. Probablemente, Roberto Bolaño hubiera visitado la primera planta de las cuatro con las que contaba la librería, trasladada a su famoso emplazamiento en el año 1929. Hubiera formado parte de aquella selectiva clientela que era atendida personalmente por el fundador de la librería, Benjamin Marks. Hubiera rebuscado libros de ocultismo y masonería junto a Aleister Crowley, Charlie Chaplin o David Niven. Hay una página conmemorativa que homenajea a la librería protagonista de la novela epistolar de la relectora Helen Hanff  cuya visita merece la pena: Marks & Co.

Si la emotiva correspondencia entre un librero de Marks & Co  y una lectora judía de Nueva York se desarrolla en el fragor de la II Guerra Mundial, Bolaño identifica en 2666 otra Antártida olvidada; en este caso, por la memoria alemana: «Sin embargo había escogido Germania, triste de habitar y contemplar. ¿Por qué? No ciertamente porque fuera su patria, pues el señor Bubis, aunque se sentía alemán, abominaba de las patrias, una de las causas por las que, según él, habían muerto más de cincuenta millones de personas, sino porque en Alemania estaba su editorial o el concepto que él tenía de editorial, una editorial alemana, una editorial con sede en Hamburgo y cuyas redes, en forma de pedidos de libros, se extendían por las viejas librerías de toda Alemania, algunos de cuyos libreros él conocía personalmente y con quienes, cuando hacía una gira de negocios, tomaba té o café, sentados en un rincón de la librería, quejándose permanentemente de los malos tiempos, gimoteando por el desdén del público hacia los libros, doliéndose de los intermediarios y de los vendedores de papel, plañendo por el futuro de un país que no leía, en una palabra pasándoselo superbién…». 

Sin lugar a dudas, Roberto Bolaño encontró salas de lecturas de condenado a cadena perpetua en Laie o en La Central, dos moldes maestros de librería independiente especializada en humanidades -sin autoayuda-, dirigidas por dos maestros como Lluis Morral y Antonio Ramírez (antes de regentar La Central trabajó en La Hune y la propia Laie), y en las lecturas que representan a pesar de caminar hacia su encadenamiento. Pero Bolaño realmente experimentó su mística compasión literaria desde la patria limitada por sus hijos Lautaro y Alexandra y «tal vez, pero en segundo plano, [por] algunos instantes, algunas calles, algunos rostros o escenas o libros que están dentro de mí y que algún día olvidaré que es lo mejor que uno puede hacer con la patria». ¿Este zoom sentimental también enfocó aquellas pequeñas librerías que salpican, como estaciones de libros, la línea de ferrocarril que une Blanes y Barcelona? Un lugar seguro establecido en librerías como Ple de Llibres de El Masnou (Mercè Pujades nos ofrece un texto póstumo dedicado a la muerte del escritor en la revista Túria ) o la Sant Jordi de Blanes y su propietaria Pilar Pagespetit. «Yo también estoy razonablemente feliz con mi librera. Tengo crédito y generalmente me consigue los libros que le encargo. Más no se puede pedir»,  sentencia nuestro condenado a muerte.

Como afirma este escritor, «todos tenemos la librería que nos merecemos, salvo los que no tienen ninguna».

Yo tengo varias librerías. Y una de ellas es Roberto Bolaño y su obra. Sólo deseo ser merecedor de ella.

Por cierto, ¿cuál es la tuya?

Las librerías que se merece Roberto Bolaño (1ª Parte)


«Todos tenemos la librería que nos merecemos, salvo los que no tienen ninguna», sostiene Roberto Bolaño al inicio de La librera, su homenaje lumpen a la librería Sant Jordi de Blanes y a su propietaria Pilar Pagespetit. Una sentencia que suena como epitafio; quizá una esquela destinada a todas las librerías y libreros en peligro de extinción, a este humilde blog y a este ente tisanuro que intenta presentar sus respetos a uno de sus escritores más admirados. Como ya se han vertido ríos de tinta sobre la figura y la obra de Bolaño, sobre todo después de su prematura muerte, prefiero estancarme en esos tranquilos charcos o lagunas de celulosa y serrín, las librerías, que ejercieron un papel -valga la redundancia- en alguno de sus numerosos naufragios, sobrevividos a base de escritura. Concretamente intentaré subrayar la presencia de los comercios de libros en Llamadas telefónicas (comprada en Laie), Los detectives salvajes y 2666 (adquiridas con descuento de empleado en La Central) y Entre paréntesis (cuando pagué el libro en Taifa, José Batlló puso boquita de piñón), pero no leídos en ese orden.

Tuve el privilegio de obsevar a Roberto Bolaño actuando como cliente de La Central cuando ésta sólo era un muñón, no la mano de cinco dedos en la que se ha metamorfoseado. Debía acompañar al habitual Rodrigo Fresán en la que imagino un paseo de librerías con el objetivo de hacer crítica «jam» a pie de estantería. Con aire despistado, se concentraba en la sección de poesía -a una distancia prudencial del orden alfabético de sus propias obras- o platicaba sobre libros de filosofía en el piso de arriba con el director de la librería, Antonio Ramírez, un lector honesto y librero de condado, aspirante a librero de virreinato:

«…algunas  de las librerías que frecuentaba en Barcelona tenían un fondo comprado directamente a otras librerías de España, librerías que saldaban sus fondos o que quebraban o, las menos, que hacían la doble labor de librería y distribuidora. Probablemente este libro llegó a mis manos en Laie, pensó, o en La Central, adonde acudí a comprar un libro de filosofía y el dependiente o la dependienta, emocionada porque en la librería se hallaban Pere Gimferrer, Rodrigo Rey Rosa y Juan Villoro discutiendo sobre la conveniencia o no de volar, sobre los accidentes aéreos, sobre si es más peligroso despegar que aterrizar, introdujo, por error, este libro en mi bolso. La Central. probablemente.» 

Este retrato tan fiel y más que probable de Marta Ramoneda, me parece atinado pues era normal verla triscando ante la presencia de Roberto Calasso o Claudio Magris en la librería.

Pienso que Bolaño fue idolatrado como escritor en esas librerías acomodadas, sin acentos, después de su muerte. Si lo fue antes, agradezcamos el trabajo de Jorge Herralde en sus rondas diurnas para comprobar que todos sus libros descansan en sus celdas. Por mi parte, me tomé a Bolaño en un sentido novelesco (me consolé con la idea que su insuficiencia hepática estaba hermanada con el cáncer de páncreas de mi padre y que el escritor, en persona, me había levantado en más de una ocasión la barrera del cámping Estrella de Mar en alguna de las visitas veraniegas a la familia de mi madre) hasta que lo leí con profundidad tras su fallecimiento (la lectura de 2666 se convirtió en una maratón disparatada entre Antonio Ramírez y yo).

¡Cuán diferentes son los pasillos de una librería con los pasillos de barro y tinto de verano de un cámping!

Después de unos años de lectura, considero a Bolaño un escritor lumpenproletario; más un emigrante que un exiliado (cambien la fotografía por la escritura en esta descripción de John Berger: «Un amigo vino a verme en un sueño. Desde muy lejos. Y pregunté en el sueño: ¿Viniste en fotografía o en tren?. Toda fotografía es un medio de transporte y la expresión de una ausencia». Un emigrante que traspasó una frontera para metamorfosearse en escritor de ausencias. ¿Cómo realiza ese periplo?

El atracador de libros

Su épica autodidaxia se cita en las calles de Ciudad de México, en los robos de libros en varias librerías legendarias de la ciudad: La Librería de Cristal y la Librería del Sótano.

«Los libros que más recuerdo son los que robé en México DF, entre los dieciséis y los diecinueve años (…) En México había una librería extraordinaria. Se llamaba Librería de Cristal y estaba en Alameda. Sus paredes, incluso el techo, eran de vídrio. Vídrio y vigas de hierro. Examinada desde fuera, parecía imposible poder robar un libro allí. (…) Pero fue una novela la que me sacó y me volvió a meter en el infierno. Esta novela es la caída de Camus (…) un libro difícil de sustraer y que no supe si ocultar bajo la axila o en la espalda, pues no se amoldaba a mi espalda de estudiante cimarrero, y que al final saqué a vista y paciencia de todos los empleados de la Librería de Cristal, que es una de las mejores formas de robar y que había aprendido en un cuento de Edgar Allan Poe. A partir de entonces, de aquella sustracción y de aquella lectura, pasé de ser un lector prudente a un lector voraz, y de ladrón de libros me convertí en atracador de libros«.

Las palabras de nuestro Arsène Lupin adolescente, cosechadas del artículo ¿Quién es el valiente?, nos remiten a una librería fundada por un exiliado republicano originario de Málaga, don Rafael Giménez Siles. Llegado en 1939, fundó la distribuidora EDIAPSA, Edición y Distribución Iberoamericana de Publicaciones, e inmediatamente abrió su primer establecimiento, La Librería Juárez, para cerrarlo un año más tarde e inaugurar su primera Librería de Cristal, directamente inspirada en el Palacio de Cristal del Parque del Retiro, donde el licenciado Giménez había organizado una Feria de Libro. Incrustó su proyecto libreril en la Pérgola Ángela Peralta del Parque de la Alameda: cuarenta metros de escaparate, altavoces que emitían música en el exterior, varios pisos con cuatro departamentos (Librería general, técnica, infantil y saldos), una sala de exposiciones y un café literario, el Café de Cristal. Fue la primera librería de México que estableció un contacto directo entre el comprador y el libro al suprimir el mostrador y reducir la figura del vendedor a la categoría de cajero. Solía cerrar sus puertas después de medianoche. ¿No es sorprendente qué algunas de las características de las cadenas libreras tengan sus orígenes en el exilio?

Este espacio, protagonista del cuento El gusano,  fue catalogado por el New York Times como la librería más bella del mundo. En 1967 contaba con diez sucursales que, en su mayoría, sobreviven en nuestros días. Pero debido a las obras del metro de la ciudad, la Librería de Cristal fue demolida. Corría el año 1973. No creo que la coincidencia de fechas, la vuelta de Bolaño a Chile y el Golpe de Estado de Pinochet, fuera una mera coincidencia. Recordemos que nos encontramos ante las  librerías novelescas de Roberto Bolaño.

«Contra todas las predicciones, mi carrera de atracador de libros fue larga y provechosa, pero un día me atraparon. Por suerte no fue en la Librería de Cristal sino en la Librería del Sótano, que está o estaba enfrente de la Alameda, en la avenida Juárez, y que como su nombre indica era un sótano de proporciones considerables en donde se amontonaban relucientes las últimas novedades llegadas de Buenos Aires o de Barcelona. Mi detención fue ignominiosa. Parecía como  los samuráis de la librería hubieran puesto precio a mi cabeza. Amenazaron con expulsarme del país, con propinarme una madriza en el sótano de la Librería del Sótano, lo que a mi me sonó como si aquellos neofilósofos hablaran entre ellos de la destrucción de la destrucción, y al final, tras una larga deliberación, me dejaron en libertad no sin antes apropiarse de todos los libros que yo llevaba, entre los que estaba La Caída, ninguno de los cuales había robado allí».

Bolaño nos describe el germen de otra famosa cadena de librerías mexicanas (Leí un artículo en que un periodista mexicano se quejaba de su desatendidanueva atención al cliente). La Librería El Sótano nació en 1952, un año antes que el propio Bolaño, de la mano de los hermanos Gerardo y Manuel López Gallo, éste último periodista y autor de un premonitorio volúmen dedicado a la violencia en la historia de México. Habían decidido formar una sociedad para la venta de libros a bajo coste.  La librería resurgió de sus escombros un año después de haber sido destruida por el terremoto que asoló Ciudad de México en 1985. En la actualidad es conocida como la sucursal de Alameda de una cadena de librerías especializadas en la venta de libros, música y cine.

Es curioso como se encadenan las buenas librerías.

«Poco después me marché a Chile«, concluye Bolaño a su primera estancia en México, como los atracadores de bancos que viajan hasta un país sin bancos en busca de una muerte épica.

Continuará

Elías Canetti y los peligros de los escaparates de pacotilla


Amigo y amiga vendedora y vendedor de libros, este texto se presenta como un aviso para todos aquellos que depositan su confianza y criterio en las armas arrojadizas del merchandising editorial, para todos aquellos que confían en lo publicitado, lo prescrito desde los voceros de papel, lo impulsado por las ventas en aquellos libros expuestos con mimo, y falta de originalidad, en la luna que da la bienvenida a sus clientes, que sirve de reclamo a ociosos, bibliófilos compulsivos, narcisistas, cleptómanos… incluso, inocentes. La falta de pudor de un escaparate repleto de mala literatura es una muestra de un gesto vago de librero, de desagrado ante ese escalofrío injertado por el gemido del hierro recogiéndose como un acordeón enfermo, de la pereza de lubricar las guías de una persiana que dé por zanjada la perversión a nuestra juventud.

Si coloca libros en su escaparate, que éstos delineen sus verdaderas intenciones, la generosidad de sus propuestas y, si es necesario, una abierta declaración de guerra.

No se rindan a la falta de originalidad de una campaña -espero «la vuelta al cole» de la Casa del Libro como una consigna secreta que me ayude a penetrar en esa librería- o al perdonable acto de prostitución de su escaparate. Escaparatismo y escapismo se vuelven sinónimos de hipocresia. No sustituyan un saludo de «buenas lecturas» con un pervertido «buenas ventas» disfrazado de «buenos días».

Leamos la opinión de Elías Canetti al respecto:

«Durante sus paseos matinales, entre las siete y las ocho, solía dar un vistazo a los escaparates de las librerías por las que pasaba, constatando, casi con satisfacción, que la literatura pornográfica y de pacotilla iba ganando cada vez mayor terreno. El mismo poseía la biblioteca privada más importante de esa gran ciudad. Llevaba siempre una mínima parte consigo. Su pasión por ella, la única que se había permitido a lo largo de una vida austera y consagrada al estudio, lo obligaba a adoptar ciertas medidas de precaución. Los libros, incluso malos, lo inducían con facilidad a hacer una compra. Pero, por suerte, la mayor parte de las librerías no abrían hasta después de las ocho. A veces, uno que otro aprendiz, deseoso de atraerse al jefe, aparecía más temprano, esperaba al primer empleado y, con gesto solemne, le quitaba la llave: -¡Estoy aquí desde las siete!- exclamaba, o bien: -¡No pude entrar!-. Tanto celo contagiaba fácilmente a un tipo como Kien, que hacia esfuerzos por no seguir su ejemplo. Entre los propietarios de tiendas más modestas, no faltaban algunos madrugadores que, desde las siete y media, trajinaban con la puerta abierta…

Aquel día, estando ante un escaparate al regresar a su casa, un chiquillo se interpuso entre él y los cristales. Kien interpretó ese gesto como una impertinencia, pues sobraba espacio. Él siempre se separaba a un metro de distancia del escaparate, (…) Al distanciarse así de aquellos libros venales, de simple divulgación, les expresaba su desprecio, por lo demás muy merecido si los comparaba con sus obras densas y complejas de su biblioteca (…)

Kien sintió lástima. El chico estaba corrompiendo su espíritu tierno y tal vez ávido de lecturas con esa infame pacotilla. Años después, quizá leyese más de un libro infecto sólo por haberse familiarizado desde niño con el título. ¿Cómo limitar la receptividad de los primeros años? En cuanto un niño aprende a caminar y  deletrear, queda a merced tanto del pavimento de una calle mal asfaltada, como de la mercadería de cualquier pobre infeliz que -el diablo sabrá por qué- se dedicó a vender libros. Los niños pequeños deberían crecer en grandes bibliotecas particulares…» 

Elías Canetti

Auto de Fe

Traducción de Juan José del Solar

Canetti nos ofrece otra pista para combatir a las cadenas libreras. ¡Abran las puertas de sus librerías antes de las nueve y media de la mañana!

Pero también nos enseña que los niños no se tocan. Y los lectores tampoco. Entonces, ¡cuidado con esos escaparates vulgares y recurrentes de literatura de pacotilla! Les incito a leer el libro de Elías Canetti, Auto de fe, y contemplar el escaparate de una librería independiente del centro de Barcelona, como Documenta y sus diseños con numerosos premios en su haber, dirigida por Josep Cots, o Antinous Librería-Café Gay LesbianaCompárenlos con la vitrina, en venta, de una cadena librera cercana. La primera piensa, la segunda sólo existe.

Gràcia: República Independiente de Cadenas Libreras (3ª parte y última)


¡La sombra de la FNAC es alargada! No se me atraganten en esta pausa para la comida con esta noticia por todos conocida. El premio literario del Cafè Salambó al mejor libro editado en España, en castellano y en catalán, está convocado por el restaurante regentado por el escritor Pedro Zarraluki, el Ayuntamiento de Bcn y el mismísimo Club de Lectura de la cadena de libros. Comprobarán que, pese a los esfuerzos, la independencia de los libros en(cadenados) es una entelequia como demuestra este premio fallado en el mítico local del barrio de Gracia. Las fotografías colgadas en una de las paredes son aptas para fetichistas. Muestran a los diferentes jurados del premio posando como equipos de fútbol. En el Salambó podrán identificar a sus cromos literarios preferidos o denostados y reaccionar (besos o bofetadas) a su presencia física en alguna de las mesas. ¡Los escritores también comen y, sobre todo, beben!

Una vez satisfechos, continuamos paseando por la calle Torrijos, que aparece interrumpida por ambos lados por un par de referentes literarios. En la calle de La Perla hay una tienda de merchandising cinematográfico, CinemaScope, que vende unos pocos libros de segunda mano del tema, y en la calle Sant Lluís el Aula de Escritores de Barcelona. Un poco más abajo, Torrijos vuelve a ser cortada por la calle Ramón y Cajal, dónde en el número 35 está situada la Casa de los Cuentos, un local simpático que imparte cursos de narrativa oral, cuentacuentos para los más pequeños y, de vez en cuando, mercadillos de libros de segunda mano.

Al final de la calle, frente al enigmático Atelier de la Muerte Negra, la librería-tetería Té Quiero reparte lecciones librescas de buen rollo -terapias alternativas, envidiable fondo de autoayuda y espiritualidad, libros de Eduardo Punset- acompañadas con una amplia selección de tés que puedes consumir en el local al mismo tiempo que hojeas un libro. La experiencia, sin el té, es similar a la visita a una sección de humanidades de la Casa del Libro (Cómo me repito con estas críticas a los Niceos, pero… ¡cómo disfruto!). ¿Se pueden confundir las humanidades con la autoayuda? la Casa del Libro responde: Sí.

Dirijámonos ahora a la librería benjamina del barrio. Al final de la calle peatonal tomamos la Travessera de Gràcia hacia el oeste y, volviendo a girar a la derecha, encontramos el muelle Milà i Fontanals, donde está amarrado Pequod Llibres. Desde el mes de mayo, la tripulación está armando su librería indie antes de emprender su caza ballenera. Por el momento cuenta con un fondo en el que apuesta por el libro de segunda mano y editoriales  «aparentemente» independientes (tipo Periférica, Impedimenta, Nórdica, Libros del Asteroide…), «sencillamente» independientes (tipo Alpha-Decay,…) o «ampliamente» independientes (tipo Anagrama, Alizanza,…) reunidas alrededor del buen y seguro gusto por una lectura de corte clásico (no usan los cañones lanza-arpones, prefieren acosar a las ballenas desde una chalupa y arrojar sus arpones a mano). Pese a su reducido espacio, decorado con un estilo clásico y juguetón que indica sus ansias de zarpar-maletas y baúles llenos de libros, una mesa de billar para exponer las novedades destacadas, iluminación estratégica y agradable- hacen todo de tipo de actividades. Desde la nominación de un autor y una editorial del mes sobre los que concentran sus descuentos (5% en libros nuevos y 50% en libros usados) a talleres literarios temáticos, mini-conciertos,… actividades anunciadas en un precioso pasquín editado en Nantucket, The Pequod Daily. Esta frenética actividad -una excepción de las librerías de Gracia-, está impulsada por la pareja que dirige el timón del barco-librería. Podemos afirmar que esta librería tiene una dotación de libreros entusiastas,  simpáticos y amables -otra excepción en Gracia. Quizá esta forma de atender al cliente es debida a su corta experiencia, pero aprovéchenlo. Les deseamos que no acaben a pique persiguiendo una ballena blanca.

Tomamos la calle situada debajo del muelle para realizar un paseo rápido. En primer lugar, entramos en el Mercado de la Abacería. En su interior, junto a las paradas que abastecen de pescado al barrio, una parada de fruta selecta vende libros a 1 €. Muy díficil encontrar un libro que no sea de Torrente Ballester o Poldark. Salimos del mercado por la salida de Travessera. Una vez superada la Biblioteca de la Vila de Gràcia (otra vez atravesamos el caudaloso Torrent de l’Olla), podemos comprar unas velas negras o un libro de esoterismo en la Librería de Los Ángeles, unas chirucas y una guía de viajes en Guía Llibreria de Viatges  y un libro de segunda mano o un tocador con espejo en la tienda de antigüedades Els 7 Peus.

Pero nosotros, bajaremos por la calle Martínez de la Rosa para detenernos en dos lugares interesantes.

La librería-editorial libertaria Aldarull se trasladó desde el barrio de Sants (entonces se llamaban Acció Cultural y habían sufrido su purga particular de Virus Editorial) hasta el barrio de Gracia hace aproximadamente dos años. Su modelo es el que llamo una librería alternativa. Luismi, Mike y otros socios de la cooperativa (1ª característica de librería alternativa) editan y venden libros afines a una ideología política de carácter reivindicativo y crítico con la sociedad que los soporta (2ª característica). Normalmente, consiguen una parte de su fondo de libros de una forma alternativa (3ª característica), distribuyéndolos de la misma forma (4ª característica). Así crean una red de asociaciones afines con las que intercambian bibliotecas para su venta o préstamo, amplían su presencia en otros espacios con depósitos o facilidades de adquisición y participan en ferias alternativas de libros.  Entonces, si buscan libros de César Vidal o Stanley Payne este no es su sitio. Si buscan textos anarquistas, copas para recoger la sangre de su menstruación o textos feministas, serán bienvenidos.

Unos números más abajo, una asociación entre Ángel Ardévol, el editor-librero de la librería musical Lenoir y los propietarios del bar Démodé de la vecina calle Mozart, abrieron otro local nocturno (el barrio de Gracia los cuenta a decenas) cuya particularidad es la venta de libros de música popular moderna. Así nació Roxanne Démodé Librería-Bar. En consecuencia, tómese una copa y (h)ojee (y compre) alguno de los libros de rock, punk o cualquier otro género musical a la venta. Es una forma diferente de ir a un bar y escuchar música: acompañado de libros.

Para acabar esta ruta vuelvan cerca del punto de partida. En el tramo final del Paseo de Gracia, en los llamados Jardinets de Gràcia, junto a un edificio dónde residió Salvador Espriu y el hotel donde Woody Allen rompe los tímpanos de los barceloneses cuando visita la ciudad, se encuentra la librería Roquer Jardinets, un comercio de libros que podríamos denominar como políticamente correcto. No tengo nada en contra de las buenas señoras que la regentan (junto al Alfa tienen otra librería muy pequeñita que repite cánones en miniatura), pero me parece muy poco inspiradora. Novedades por aquí, novedades por allá, mesas que parecen tangrams, un escaparate en el que tiene cabida todo lo que aparece, para lo bueno y para lo malo, en prensa. Después de visitar la Librería Europa, El Astillero, Casa Anita, Antifaz Cómics, La Ploma, Haiku Barcelona, Hibernian Books, L’ Aeroteca, Taifa, Té Quiero, Pequod, Los Ángeles, Guía, L’ Aldarull y Roxanne, Roquer es una especie de lavado y peinado obligatorio para asistir a la misa de los domingos. Pero es una opción. Y son libres de elegirla. Ya sólo les queda bajar por Paseo de Gracia o Rambla de Cataluña y perderse en la intrascendencia de la Casa del libro o de la FNAC o ElCorteInglés, entre muchos libros y pocos interesantes. Ya lo dije en la primera parte de esta ruta, es más interesante perderse en un laberinto que en una librería. Y yo he propuesto un laberinto de… librerías independientes. Muchas gracias a todas y hasta pronto.

Gràcia: República Independiente de Cadenas Libreras (1ª Parte)


A mediados de agosto, Barcelona y sus visitantes tienen una cita obligada con las Fiestas de Gracia. El kermés no se distingue por la quema de fallas o el acoso y derribo a animales inocentes, sino por el travestido de sus calles con los más inverosímiles motivos. Aprovechamos la juerga para correr librerías -intentaremos emular al pionero del turismo libreril Larry Portzline y sus recorridos por librerías indies de USA. Para apartarnos con éxito de las poderosas insul(s)as Fenaces y Casasdelibro,desplacémonos hacia un imaginario pueblo independiente de esas grandes cadenas, la Vila de Gràcia. Adornemos nuestro paseo pedestre con una selección de librerías independientes y locales más o menos relacionados con la venta de libros.

El punto de partida del itinerario está localizado en la Diagonal, en la frontera sur de la Vila de Gràcia, junto a la Iglesia y Convento de Pompeya, obra del arquitecto modernista Enric Sagnier. Allí estaba localizada la desaparecida Cinc d’Oros, la librería «roja» que durante el franquismo proveyó de material prohibido a algunos de los más insignes y progresistas lectores de la ciudad (Réquiem laico de Jorge Herralde).

Nuestro homenaje a esta librería engullida en el año 2002 por la especulación inmobiliaria y el encadenamiento de los libros está motivado por un suceso:  el incendio que provocaron los guerrilleros de Cristo Rey al arrojar un cóctel Molotov contra su escaparate dedicado a los tres «pablitos», como definía la prensa fascista a Pau Casals, Pablo Picasso y Pablo Neruda. Continúen caminando y sabrán más.

Como entre libros anda el juego, subimos por la calle Minerva -la diosa romana de la sabiduría, las artes y las letras- y giramos a la derecha. En la calle Séneca -filósofo romano- encontramos medio oculta entre unos vehículos que infringen las ordenanzas de carga y descarga (probablemente se trata de policías de paisano disfrazados de mensajeros) a la Librería Europa, la librería nazi cuyo dueño ha sido condenado a varios años de prisión por vender material apologético del genocidio judío, entre otras perlas. La fuerza empleada por los fachas durante el franquismo se ha girado en contra de esta librería «especializada»; ahora ha asumido el papel de víctima. El animado debate que suscita esta librería alrededor de la libertad de expresión bien vale una visita. Su posicionamiento y manipulación propagandística está reiterado en el cartel de la entrada («Los libros perseguidos», «La verdad nos hace libres», un sentido homenaje a Auschwitz -los slogans totalitarios no han cambiado demasiado desde los años treinta y cuarenta del siglo pasado-, redactados en un hipócrita catalán). Proponemos que no entren en la librería. Es suficiente con subir los dos ó tres escalones que conducen a la puerta de entrada y al escaparate, protegidos por una cámara de seguridad las 24 horas del día. Si usted es un aventurero es una experiencia  ser atendido por unos libreros que practican una conocida selección de sus posibles clientes: un skinhead (¿saben leer con el brazo en alto?) o una joven ustasha. Pueden conformarse con comprar un souvenir elegido de la amplia oferta de tazas de café con la efigie de su general nazi preferido.  En el escaparate se defiende que el verdadero Holocausto fue el bombardeo aliado sobre Dresde o que Júlio Évola era un científico social… sorprende que editoriales «normales» (Susaeta, Inédita, Nowtilus y sus libros para amantes de batallas y armas) expongan sus libros sobre la vanagloriada Segunda Guerra Mundial; si uno se despista puede pensar que está visitando la sección de historia de la Casa del Libro… Frente al escaparate un tablón de anuncios informa sobre el caso Pedro Varela: «Condenado un simple librero«; comparan la represión china con la catalana.

Existe una campaña para cambiar el nombre de la calle por el de Anna Frank, pero hasta el momento no ha tenido éxito. Un consejo: no entre con la kipá.

Pero no nos demoremos en la «historia» que hay mucho que ver. Volvemos sobre nuestros pasos, y continuamos la remontada de la calle Minerva hasta la Plaza Narcís Oller. Foto con el escritor realista. A pocos metros está la calle Doctor Rizal y, frente a la casa del bístec, encontramos una librería de segunda mano, El Astillero. Como el restaurante carnívoro, casi siempre está cerrada (una particularidad de muchas librerías de lance, la exclusividad de sus horarios; son como los ginecólogos: ¡cita previa!). Si tiene suerte y la librería está abierta no se deje engañar por su angosta puerta y entre. No se arrepentirá. Especializada en ensayo, en el sótano puede encontrar  verdaderas joyas a unos precios más que razonables. Sin lugar a dudas, la mejor librería de segunda mano del barrio de Gracia -al menos se han tomado la molestia de prescindir de saldos vergonzosos.

De una buena librería a otra. Seguimos dirigiéndonos hacia la montaña (no se preocupen; la República de Gràcia se extiende hasta el Parque Güell. Suban si se atreven y visiten la mini librería de Laie). La Riera de Sant Miquel desemboca en una placita con el mismo nombre. Desde allí parte la calle Vic y en el número 14 encontramos Casa Anita. Hace pocos meses que se han trasladado a este nuevo local más espacioso y luminoso donde exponen una excelente selección de libros infantiles y juveniles. Déjese aconsejar por Oblit Baseiria, una de las mejores libreras de libros infantiles de la ciudad. Parece ser que en pocos meses la librería habilitará un espacio para actividades infantiles. ¡Qué no les pase nada! Aunque siempre pueden pedir ayuda a los libreros de la vecina Librería Europa. Raus, Raus…

Nos movemos en los márgenes. En la frontera oeste de la Vila de Gràcia está la Plaza Gal·la Placidia. Siga la calle Vic hasta un mercado y en pocos pasos llegará a la plaza. Si continuamos por Via Augusta topamos con Maite Libros, uno de los comercios decanos del barrio. Un letrero de neón clama consignas contra la COPE, a favor del Estatut… pero no tienen nada que temer pues un amplio escaparate se atreve con muchas recomendaciones de bestsellers exclusivamente en castellano. Una librería generalista, superviviente y resistente, famosa por el mal humor de su dueña. Giramos por Rambla del Prat para desembocar en la calle Gran Gràcia (la calle Mayor de nuestro pueblo-librería) para remontarla en dirección a la Plaza Lesseps. Como el barrio presume de tener de todo, nos topamos con la librería solidaria de Intermón Oxfam y, unas manzanas más arriba, encontramos una excelente tienda de tebeos y muñecajos, Antifaz Cómic.

La web de Antifaz es una de las páginas más bonitas e interesantes de este tipo de librería especializada. En la Plaza Lesseps está situada la Biblioteca Jaume Fuster que cuenta con una sala de exposiciones dedicada a temas librescos y presentaciones.

Mientras bajamos otra vez por Gran de Gràcia, podemos entretenernos con el itinerario literario que propone el ayuntamiento de BarCeloNa: Gràcia, univers literari.

No se me despisten. Parada del metro de Fontana, calle Astúries y giro al sur. La Travessia Sant Antoni está interrumpida por una minúscula plaza dedicada a Anna Frank. Fíjense en la escultura de este precoz Hombre-libro…

(Continuará)

Araki Takako y las Biblias de cerámica


El trabajo de la escultora japonesa Araki Takako (Nishionomiya, 1921-Senda, 2005) nos permite imaginárnosla como una sacerdotisa de la tribu de los hombres-libro, ocultos en los bosques esperando la mejor oportunidad para recitar aquellos libros aprendidos de memoria antes de ser pasto de las llamas. Su condición de maga provocó el temor entre los guadañeros de la memoria. Araki pretendía salvar los recuerdos pero, en lugar de exhumar oralmente las palabras de los libros desaparecidos, los figuró en barro como objetos inmortales dañados irreversiblemente por la acción del fuego o del agua.

El fallecimiento de su hermano cristiano tras una agónica y dolorosa tuberculosis impulsó a Araki a usar la imagen de la Biblia (el libro más vendido de la historia de la cultura occidental) durante dos décadas. Su objetivo era explorar las dudas que despertaba una fe que no había aliviado a su hermano en el lecho de muerte.

Las finas láminas de arcilla y barro, el mismo material con el que se creó al primer hombre, que evocan las páginas y la serigrafía de los imperecederos versículos en su superficie confirmaban la fragilidad e inmortalidad de las palabras; su daño, los actos de inhumanidad cometidos en su nombre.

Hoy, 6 de agosto debería conmemorarse, y lamentarse, el primer impacto de una bomba atómica sobre una población civil cuando una cultura occidental de pin-ups y biblias sacudió la ciudad japonesa de Hiroshima. La obra de Araki Takako no es ajena a esta inmortalización de la barbarie, como muestra otro de sus libros de artista, una biblia que testimonia la Bomba.

¿Y nosotros? Quizás nos debatimos sobre la conveniencia de celebrar una carrera de motocicletas por el peligro que supone para los pilotos la exposición a la radiación de una central nuclear averiada; en su lugar, ¿sería obligatorio recordar el verdadero desastre nuclear metamorfoseándonos en aquellos hombres-libro recordando los testimonios reproducidos en papel -y pronto olvidados por el ataque de la novedad que aqueja a nuestra cultura occidental? O, además, ¿nos transformamos en hombres-librería para resistir a la incendiario amnesia y frivolidad del mercado? Y las excepciones, que existen, que nos inspiren la creación de otros libros de artista.

Akira Kurosawa salva su vida en un terremoto al encontrar cerrada una librería.


Maruzen es una librería situada en Nihombashi, en el centro del Tokyo, fundada en el año 1869 por Yuteki Hayashi. Su crecimiento fue paralelo a la apertura del Japón a Occidente con el inicio de la era Meiji en 1868. Fiel a esta idea se ha especializado en la importación de libros extranjeros hasta la actualidad.

En 1923 fue completamente destruida por los efectos del terremoto Kanto que asoló la ciudad de Tokyo.

Akira Kurosawa fue un testigo de excepción de esta destrucción. Aunque salvó la vida gracias al horario de la librería.

Cuando terminó la asamblea me puse en camino hacia Maruzen, la librería más grande de libros extranjeros de Japón, en el céntrico barrio de Kyobashi. Mi hermana mayor me había pedido que le recogiese un libro en lengua occidental. Pero cuando llegué, aún no habían abierto la tienda. Me volví para casa muy disgustado, con la intención de volver a intentarlo por la tarde.

Dos horas más tarde el edificio Maruzen fue destruido, y circularon por todo el mundo las espantosas imágenes de las ruinas que quedaron para demostrar la devastación que extendió el gran terremoto Kanto. No dejo de preguntarme qué me habría ocurrido si la tienda hubiera estado abierta esa mañana. Lo normal es que no me hubiera pasado dos horas buscando el libro de mi hermana, por lo que no encuentro probable que me hubiese aplastado el edificio Maruzen. ¿Pero cómo  me habría escapado del terrible fuego que rodeó y destruyó el centro de Tokio a causa del terremoto?

Akira Kurosawa

 Te preguntamos¿Es necesario que las librerías tengan un horario comercial libre?

El decálogo del buen cliente de TAIFA LLIBRES


Abro al azar mi ejemplar de Auto de Fe de Elias Canetti y cae un punto de libro como la revelación de la zarza ardiendo.

La llamarada de papel contiene el decálogo del buen cliente dictada a los propietarios, o debería corregir «al propietario» de Taifa Llibres, «una librería situada en el cogollito de Gracia«, uno de los barrios más emblemáticos y con mayor oferta cultural de la ciudad de Barcelona.

En 1993 la librería encontró la tierra prometida en la calle Verdi. Después de provocar diez plagas -la tinta se transformó en agua, se sufrió una invasión de alfabetos desconocidos, una plaga de polillas, otra de lepismas, una más de roedores, enfermaron los escritores, a todo libro le brotaron úlceras y sarpullidos, una tormenta de granizo y fuego arrasó las bibliotecas, se hizo la oscuridad total y, si no era suficiente, murieron todos los primogénitos de los lectores- y atravesar un mar de proyectos editoriales, José Batlló  recibió las tablas del Monte Sinaí que rompió en un acceso de ira contra los adoradores de bestsellers de oro. Finalmente, el Dios de las Librerías volvió a dictarle los mandamientos del buen cliente , cogiéndolos con sentido del humor en un punto de libro.

Leo (recito) el contenido del punto sagrado (en catalán, que traduzco con modestia):

1. Si sabe lo que quiere y no lo encuentra, pídalo; si no lo sabe, pídalo también.

En la entrada un pequeño escaparate muestra una selección de libros de cine (la librería aprovecha la proximidad de los Cines Verdi); un doble escaparate interior ofrece a la derecha libros de segunda mano representados por un cartel de la visita clandestina de Pier Paolo Pasolini a la Universidad de Barcelona durante el régimen franquista, y primeras ediciones de obras de Manuel Vázquez Montalbán. Junto a la puerta de cristal, una pizarra reproduce diariamente una predicación en favor de la creencia en la lectura. Una vez franqueados los arcos anti-robo de estilo románico, ni a José Batlló ni a sus empleados se les ocurrirá abordarlo.

2. Los libros mantienen un orden. Por favor, no lo altere.

Sello de buen librero: buena selección de libros, de fondo y novedades, en una nave que se ensancha en el fondo. Extensas estanterías (hasta el techo) con los libros colocados como dios manda: tema, orden alfabético de autor (además bastante riguroso y sin tener en cuenta el idioma de edición). Delante de esta pared, un tríptico con libros de bolsillo (sólo narrativa) y una espléndida sección de poesía (la FNAC y Casa del Libro no les llegan a la suela de los zapatos). Dos mesas de novedades dividen el espacio con una buena elección de libros de narrativa de corte clásico (e imprescindible) y ensayo de tono reivindicativo y libertario.

3. Los precios marcados son fijos. Sólo hacemos descuento a los amigos. Los amigos no piden descuento.

El mejor amigo del librero es el cliente. El mejor amigo del cliente es el libro. El mejor amigo del libro es el librero. Como un profeta, el librero conduce sus rebaños de libros hacia los pastos de sus compradores.

4. Hacemos todo lo posible por atender los encargos; cumpla sus compromisos pasándolos a recoger.

Se pueden pedir libros a través de su web, pero sus condiciones pertenecen al Antiguo Testamento.

5. No olvide que el comercio y la filantropía son términos antónimos.

Nunca olvidaré las palabras del profeta de NICEa: «No me hables de libros; háblame de ventas«. Amén.

6. Los libreros somos una especie en extinción. No lo acelere; nosotros no tenemos ninguna prisa.

 

En el equipo de Batlló, a primera vista un gran lector, jóvenes seguidores-libreros (Jordi, ¿cómo estás?) que te recomendarán un libro que les gusta. No hay merchandising. Hablan de libros.

7. Recuerde que incluso los libros que no valen nada tienen su coste.

Como todas las librerías, tiene spam literario, pero escaso. Y un segundo refectorio con libros de segunda mano. Como en todas las librerías de lance hay que tener suerte para encontrar lo que estás buscando o deseas. Si lo encuentras, un poquito caro.

8. Libros hay millones; a nosotros sólo nos caben unos cuantos miles.

Amplia selección de literatura y poesía. Lo suficiente para comprar algo. Un principio de anatema: Abre los domingos por la tarde. Una alternativa al fútbol y a los toros.

9. Los libros tienen su orgullo; los que se prestan no suelen volver.

Y los que se compran tampoco.

10. Los libros no son de vidrio, pero si se tiran también se rompen.

Como no tienen libros de arte, el desastre es una mera anécdota.

Si no se cumplen con los preceptos. Peligro de excomunión y a la FNAC o la Casa del Libro que no atienen a estas sencillas reglas.

Taifa parece un buen lugar para vivir para un Pececillo de Plata: edificio viejo, no hay aparatos electrónicos, libros de segunda mano… La única inconveniencia es que me confundan con un cliente pagano. No me gustan las comunidades religiosas, aunque las respeto.

Amén.

Información práctica:

Taifa Llibres

c/ Verdi, 12. 08012 Barcelona

Tel: 932176621   info@taifallibres.com

www.taifallibres.com

¿Dónde está?

 http://maps.google.es/maps?q=Taifa+llibres+Verdi+Barcelona&hl=es&ll=41.403475,2.157703&spn=0.002217,0.003449&sll=40.396764,-3.713379&sspn=9.216428,14.128418&z=18

(REC)ordando a Librerías BERTRAND


¡Buenos días!

Hola…

Se sospecha que el número 37 de Rambla de Catalunya de Barcelona está maldito o endemoniado.  Todo se inició en mayo de 1922 con un cambio continuo de los nombres de un cine: Pathé, Lido, Actualidades… hasta que un largo asedio inspiró el nombre con el que el cine cerraría sus puertas después de ochenta y cuatro años de funcionamiento: Alcázar. Mala señal

¿Puedo ayudarle en algo?

No, gracias.  ¿Por dónde iba?

Todo parecía tranquilo. Durante tres años creció el Musgo en su fachada hasta que se cubrió con el rótulo naranja de unos nuevos inquilinos:  Bertrand, acompañado por la palabra Libro en muchos idiomas.

La Librería Bertrand de Lisboa tenía en su haber el título de la librería más antigua de Europa. Esta supervivencia se había cristalizado en una cadena de librerías extendidas a lo largo y ancho de Portugal que fueron adquiridas por el grupo Bertelsmann. En marzo del 2009 Librería Bertrand abrió sus puertas al público barcelonés.

¿Conoce Círculo de Lectores? Si se da de alta como socio disfrutará de…

Ya soy socio (mentira).

En el transcurso de aquellos días de bonanza de lo que llaman «el efecto apertura«, los clientes entraban en masa contentos por una nueva oferta cultural de la ciudad (¿la cultura sólo es cultura si está mediada por el dinero?). El espacio era impresionante. ¡1200 metros cuadrados! Los pasillos y las rampas te conducían hasta un espectacular Forum para presentaciones de libros y exposiciones. Una ruta tan larga que los niños que buscaban la sección infantil acababan comprando libros juveniles, donde los ancianos se veían obligados a dormitar en los sofás situados a medio camino… o acampaban toda la tarde acompañados por libros desconocidos. Generosamente se habilitó un espacio para los libros replicantes de Círculo de Lectores con sus propios vendedores-rapaces. Como no podía ser menos, se había apostado por la alta tecnología librera: puntos táctiles de información (errónea, pero información), sillones para escuchar los inexistentes audio-libros (los libreros se colocaban detrás del sillón dramatizando la lectura del libro elegido por el cliente), pequeños ordenadores portátiles, teléfonos inalámbricos que sonaban sin parar en los bolsillos de los trabajadores, una enorme pantalla que anunciaba viajes gratis a Turquía…

¿Desea viajar gratis a Turquía?

¡Noooooooooo!

Con este entorno, los libros entraban sin parar (más de 100.000 ejemplares): las novedades crecían verticalmente, como en la peor pesadilla de Jim Nashe y Jack Pozzi, mostrando sus mejores portadas avergonzados de sus peores lomos, encontrando asilo en los anaqueles después de ser rechazados en otras librerías o por la mayor parte de los departamentos de compras, siendo acomodados en originales campañas, veraniegas o de vuelta al cole…

Pero el enorme local poseía un secreto ignorado por trabajadores y clientes…

¿Quiere nuestra tarjeta de fidelización?

Soy un insecto. No tengo bolsillos.

Un secreto que sólo conocían las cucarachas y las lágrimas de la lámpara situada encima del punto de información, traumatizado al ser tratado como una caja. Como insecto que soy, he tenido acceso a esta información privilegiada. Dicen que el sótano de la librería está directamente conectado con el edificio de delante a través de un túnel. El pasillo es angosto, húmedo, oscuro (¡cómo mi casa!) y en su interior sólo puede desplazarse un niño arrastrándose con dificultad. Una cucaracha enferma por el insecticida ingerido accidentalmente me confesó que la famosa endemoniada Tristana Medeiros visitaba regularmente las oficinas de la librería. Allí depositó las semillas del mal que afectarían a tantos inocentes, bien encuadernadas y gravadas en archivos que, en poco tiempo, atacaron todos los ordenadores de la librería, destrozando sus bases de datos e impidiendo que llegaran los libros encargados por los clientes.

Un mal que se cosechó en el interior de los trabajadores de la librería, contagiados por el espíritu de la niña endemoniada. Un mal que rompía con varias normas de lo libreros: tener un sueldo y un horario decentes, trabajar sentados y no levantar la cabeza cuando pasa un cliente.

¿Necesitas ayuda?

Pero no todos los finales son infelices. El Grupo Planeta, el Vaticano de los libros piadosos, ha realizado el exorcismo que salvará a librerías Bertrand de su perdición, a los clientes de su miedo. Tras la compra a Bertelsmann, el primer paso fue el de eliminar a los trabajadores infectados; más tarde,  se sometería a una rígida cuarentena la entrada de libros nuevos y a una dura devolución a los libros de fondo. Todo fue recibido como el agua bendita en la casa de la niña del exorcista. Ya han cambiado el letrero de la entrada, quizás el sistema informático… ahora es Casa del Libro. Incluso los trabajadores llevan un chaleco purificado. Ya se pueden vender libros como dios manda.

Voy a salir por la puerta y suena un teléfono que lleva un librero en el bolsillo de su chaleco. Al contestar la llamada saca un papelito doblado de color verde y sin abandonar la mueca responde forzando una sonrisa que suaviza su tono de voz: Casa del Libro, dígame.

¡Nada ha cambiado!

Quiero huir. Patas para que os quiero. Del miedo mudo la piel dejando mi estela plateada junto a las cajas. ¡La niña Medeiros todavía está en la librería!

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FNAC Arenas: la invasión de los ladrones de libros


Ni las pirámides de Egipto o del Yucatán. Confirmamos que los únicos párquings para naves extraterrestres son las plazas de toros. Al menos esa es la impresión cuando sales escupido del metro de Plaza España y te inclinas ante el platillo volador incrustado en el armazón desventrado del antiguo coso taurino de Las Arenas.

Dicen que es un centro comercial… ¡una mierda! Es una nave nodriza dónde se lavan cerebros, una central de abducción de cuerpos y libros.

Me explico.

Hacía tiempo que se especulaba con la necesidad de abrir una librería en el popular barrio de Sants -hubo una intentona por parte de Happy Books en la calle comercial más larga de Barcelona donde, en la actualidad, sólo sobrevive la cooperativa La Ciutat Invisible arrinconadita en una calle peatonal. ¿Son necesarios los libros para el barrio de Sants y sus aledaños? Quizás no. Siempre queda el recurso de alimentar el centralismo librero que sufre Barcelona (un epicentro con el índice más alto de pilas de Indignaos y métodos Dukan por metro cuadrado de España). Para cubrir una eventual necesidad expansiva (si los cajeros de la FNAC -la A es de Alienígena, seguro- preguntan el código postal a sus clientes será por algo), además de avituallar a turistas y poner en el mapa comercial a clientes náufragos del Eixample Esquerra (¿ahora no es todo de derechas?), de la Zona Franca y Hospitalet, uno de los burladeros de la nave extraterrestre es de esta empresa que hace tanto dinero que lo reinvierte en su omnipresencia divina: FNAC.

Pero, ¿la FNAC es una librería? Sí… No… En realidad es una gran superficie especializada en la venta de ocio y cultura. O sea, que tanto venden una peli como un ordenador o un juego, entradas para un concierto o bolsitas para que tu libro de bolsillo no se te llene de arena en la playa. ¡Y está a la última! Son los primeros en recibir las novedades del mercado cultural (normal, ¡son extraterrestres!). Esta especialización en novedades es su seña de identidad. Y los libros -la librería es una sección integrada en la tienda- no escapa a esa premisa.

Como soy un bichejo muy concienzudo y pequeñín, entro en la nave burlando a los dos guardias de seguridad de la puerta. Bajo unas escaleras mecánicas hacia la sala de máquinas (de última generación) del coso-nave. Escondida entre estalactitas de jamón, fideos japoneses, un Mercadona (¿qué hace ahí?), y globos de cartón que reproducen los pensamientos positivos de los clientes (cosas como ¡qué original!, etc…) encuentro la FNAC y penetro en su interior.

Junto al segurata (están obsesionados con la seguridad: hay mucha tecnología alienígena a la venta y no todo el mundo se la puede permitir), un maniquí reproduce a un vendedor sonriente que reconozco por su chaleco, muy chuli por que está desabrochado. Avanzo por  la moqueta esperando que me salga al paso un ácaro pero no pasa nada hasta que me encuentro con la librería.

Los dos empleados no me hacen ni caso (queridos, ya os llegará el día de hacer un curso de atención al cliente para ser un poco NICE). Charlan junto a un ordenador de consulta (el auténtico librero) de cualquier cosa que no sean libros, total sólo los colocan. Las estanterías son bajitas, hay poquitas, con un anaquel con libritos  -novedades- que muestran su cubierta con un fondo iluminado, como si fueran estrellas de un espectáculo libresco. Demasiada luz para mí.

Me fijo en los libros: perfectamente alineaditos en las mesas -nadie los ha tocado todavía-, colocaditos por colores… Como siempre. Sólo hay novedades de editoriales poderosas (felicidades por estrujaros el cerebro, departamentos de compras de grandes cuentas. La demostración que el precio fijo es una entelequia más). En las cabeceras de las mesas apuestas arriesgadas: Albert Espinosa, libros para los indignados de turno (no tienen mucho dinero pues los libros no cuestan más de ocho euracos. La excepción: Cómo expropiar a los bancos/Com expropiar als bancs de Melusina/elTangram que es un poco más caro por que puede hacerte millonario), Dukan, Dukan y Dukan. En las estanterías más de lo mismo. Casi todo novedades que no caben en las mesas. Estoy convencido de que el responsable de la librería está escondido en su despacho, concentrado en la pantalla de su ordenador, esperando a que el programa de la tienda le facilite la primera rotación de ventas. Sé que si compro cualquier libro de mierda lo volverán a tener sólo por que se ha vendido. Así se retro-alimenta la alta tecnología.

Afirmaría que sólo te abduce quien tu quieres. Richard Dreyfuss prefiere a extraterrestres musicólogos antes que a su típica família americana (¿cómo es posible cocinar tal cantidad de puré de patatas?). Lo mismo ocurre con Sants y sus alrededores. La poca confianza en el sector editorial, las condiciones draconianas de las grandes distribuidoras (cómo te quiero Planeta), la obsesión por comprar lo que lee y reseña la mayoría que son unos pocos, los modelos de negocio basados en las ventas antes que en los libros garantizarán el éxito de la FNAC.

Entonces, ¿la FNAC es una librería? No. Es un modelo de negocio cuyas principales características -márqueting, jefecillos, gestión de personal,…- se están exportando a las voraces cadenas de librerías en detrimento de los libros y las librerías independientes.

Por supuesto que no me como ningún libro. Todavía están demasiado nuevos. Salgo -ni ácaros ni libreros, sólo seguratas- y me dirijo a la terraza a contemplar las vistas. Sólo deseo que la nave no despegue en ese momento.