Paul Auster y el dilema de trabajar en una librería o conducir un taxi
Muchas personas contemplan el trabajo remunerado en una librería como una especie de redención laboral o una lícita recompensa de sus sueños como lectores. Pero, ¿trabajar en una librería puede cambiar tanto nuestras vidas? Parece ser que sí; al menos si analizas superficialmente los aspectos particulares del oficio o, simplemente, resides en Brooklyn y trabajas temporalmente como taxista. Eso es lo que le sucede a Tom Wood en Brightman’s Attic, un personaje y una librería de lance novelados por Paul Auster en Brooklyn Follies. A tenor de este título, ¿también podemos referirnos a una locura? Sin lugar a dudas. Trabajar en una librería es un disparate. «Nen, ¿no te provoca dolor de cabeza trabajar con tantos libros?«, diagnosticó mi ex-suegra en una visita al establecimiento donde estaba empleado. Esos presuntos problemas neuronales me empujaron a regalarle uno -una vida novelesca de la virgen María- que arrinconó con devoción mariana y peregrina en su cuarto de baño. Me dejó claro que cuando se trata de libros, es mejor codearse con ellos en un ambiente cómodo. Y, decididamente, un comercio de libros no lo es.
La peligrosidad de las librerías no pasa inadvertida para la mayoría de la gente, excepto para los lectores. Pese al aviso conminatorio de la entrada, LIBRERÍA, los lectores penetran alegremente en esos comercios con la esperanza de encontrar satisfacción a unos deseos incubados en su patología bibliófila. ¿No me creen?
Veamos un ejemplo certificado en un libro. Leamos lo que le ocurre a Tom Wood, recién licenciado en literatura norteamericana por la universidad de Cornell, poseedor de una inacabada tesis alrededor de Clarel de Herman Melville, y conductor de un taxi -actividad que Paul Auster define como «purgatorio»-; un alma en pena que a todas luces será la víctima perfecta de una librería, el infierno:
La librería de Harry estaba situada en la Séptima Avenida, sólo a unas manzanas de donde vivía Tom, que había adquirido la costumbre de ir todos los días al Brightman’s Attic. Rara vez compraba algo, pero antes de iniciar su turno de trabajo le gustaba pasar media hora o incluso una entera hojeando los libros usados en la planta baja. En las estanterías se amontonaban miles de libros -de todo tipo, desde diccionarios agotados a olvidados éxitos de librería, pasando por ediciones de las obras completas de Shakespeare encuadernadas en piel-, y Tom siempre se había sentido a gusto en aquella especie de mausoleo de papel, curioseando entre los montones de libros desechados y aspirando al polvoriento olor a viejo […] Harry no tardó mucho en comprender que Tom sería el encargado ideal para su sección de libros raros y manuscritos en la planta de arriba. No le ofreció el empleo una vez, sino una docena de veces, y a pesar de las reiteradas negativas de Tom, Harry nunca abandonó la esperanza de que un día contestara afirmativamente.
Si para Paul Auster Brightman’s Attic es el cielo -libros amontonados en las estanterías, usados y polvorientos-, nuestras más exitosas y actuales librerías son el infierno -libros colocados siguiendo escrupulosas reglas de merchandising para promover el autoservicio de bestsellers, principalmente novedades o libros de rabiosa actualidad o recuperaciones de éxitos pasados maquillados como publicaciones independientes-.
Las excusas sostenidas en la parte desagradable de la conducción de un taxi nocturno en New York, nos colocan ante la verdadera realidad infernal de las librerías: las falsas expectativas.
-He visto de todo lo habido y por haber, Harry. Masturbación, fornicación, embriaguez en todas sus formas. Vómito y semen, mierda y meados, sangre y lágrimas. En uno u otro modo, todos los fluidos humanos se han derramado en el asiento trasero de mi taxi.
-¿Y quién limpia todo eso?
-Pues yo. es mi trabajo.
-Bueno jovencito, recuerda entonces -decía Harry, llevándose el dorso de la mano a la frente en un fingido desvanecimiento de diva- que, cuando vengas a trabajar a mi establecimiento, descubrirás que los libros no sangran. desde luego no DEFECAN.
La mayor parte de los libros no defecan, pero se han transformado en una mierda. ¿Se puede prescribir la mierda? Algunas cadenas y librerías piensan que sí. ¿Masturbación, fornicación y embriaguez en la parte trasera de un taxi? Aspirantes a libreros, en muchas ocasiones los objetivos marcados por las grandes librerías son verdaderos índices estipulados bajo los efectos del alcohol, las condiciones de trabajo serán lo más parecido a una violación de penitenciaria y las únicas ilusiones (aquellos libros que nos parecen recomendables e interesantes) un inane ejercicio de onanismo que sólo puede salpicar a algunos clientes.
Entonces, no hagáis caso a Paul Auster y las librerías utópicas que tanto gustan a tantos escritores alejados de la realidad. Alejaos de las librerías que os ofrezcan un empleo, pues estará condicionado por unas condiciones laborales de postguerra o post-edición. Y, sobre todo, conservad vuestro trabajo con la tenacidad que no demostró Tom Wood con la purgatoria conducción de su taxi nocturno.
Pasolini: dos modestas proposiciones para eliminar la criminalidad de las librerías
El 2 de noviembre de 1975 era asesinado Pier Paolo Pasolini. El «delito italiano» fue encubierto, disfrazado y ocultado a través de las debilidades sociales y políticas del cineasta y escritor y poeta y periodista: el crimen perpetrado por Pino Pelosi, chapero, en las inmediaciones de las barracas del Idroscalo de Ostia -el destino trágico del amable paseo en Vespa de Nanni Moretti en el primer episodio romano de Caro Diario– parecía cumplir un lógico castigo por la atracción enfermiza de un intelectual hacia las clases populares. Poco antes de ese atentado, colocado a la altura de la muerte de Aldo Moro, Pasolini escribió dos artículos en Il Corriere de la Sera (Dos modestas proposiciones para eliminar la criminalidad en Italia y Mis proposiciones sobre la escuela y la televisión) que nos servirán para reflexionar sobre el estado de nuestro universo libresco y alguna de sus contradictorias características que lo empujan hacia su inevitable desaparición; característica que podríamos resumir como la lógica inducción al genocidio de las librerías.
¿Cómo relacionamos las palabras de Pasolini y la existencia de librerías? A través de la «amenaza» de la lectura. Pero no la lectura en sí misma, sino la postura de leer. Esta antesala de la corrupción, del desastre genocida, se halla explicitado en la película, y posterior novela, Teorema (1968).
Teorema nos describe la vida de una familia burguesa de Milán interrumpida por la visita de un personaje extraño, identificado con un ángel, que seduce a todos sus miembros -cuando decimos «todos sus miembros», queremos decir todos sus miembros. Pasolini describe el comportamiento de sus personajes en la acción de leer como un preámbulo a su inmediata decadencia moral y sexual.
1. Lucia (la madre, obviando su pasado campesino y supersticioso): «… Pero Lucia no se encuentra allí como ángel tutelar de la casa, no; se halla allí como mujer aburrida. Ha encontrado un libro, ha empezado a leerlo, y la lectura ahora la absorbe (es un libro, inteligente y raro, sobre la vida de los animales. Y así espera la hora de la comida. […] Añadiremos que cuando Emilia, la sirvienta, llega para avisar que la mesa ya está puesta (desapareciendo enseguida, detrás del montante de la puerta), Lucía, después de incorporarse perezosamente, y de lanzar perezosamente el libro en el lugar menos adecuado -quizá dejándolo caer directamente en el suelo-, se hace de forma rápida, y como abstracta, una señal de la cruz.
2. Angiolino (el huésped, vigilado por la criada, seducida por su postura de lector): «El joven no se da cuenta que alguien le observa, casi completa e inocentemente inmerso en su tarea -que a ojos de Emília es un privilegio casi sagrado. Y mucho más ahora que, dejando de lado los fascículos -quizá para descansar un poco- está leyendo un pequeño volumen en edición de bolsillo de las poesías de Rimbaud. Y esta lectura aún le engancha más que la anterior.
3. Pietro (el hijo revelado ante la belleza): «En el dormitorio de Pietro, el joven huésped, al lado de Pietro, hojea un gran libro con espléndidas tricromías bajo la luz de la tarde que golpea potente sobre las páginas setinadas. Pietro contempla aquellas reproducciones en color de una pintura que desconoce y que, hasta entonces, por influencia, quizá, de su profesor de historia del arte del Parini, había ignorado o desaprobado. (Hay efectivamente en sus ojos la atención de quien descubre algo, después de una desconfianza inicial, casi con gratitud)«.
4. El padre, en un prematuro lecho de muerte inspirado por Tolstoi: «Alarga su enorme mano apesadumbrada por el dolor sobre la colcha hasta tocar un libro, lo manosea, se lo pone delante de los ojos, y con la voz insegura de quien está debilitado por la anemia, después de buscar con cierta fatiga la página, empieza a leer: […] Son palabras de un libro de Toltoi, las Narraciones, abierto por una página de La muerte de Ivan Ilich«
5. Odetta (la hija poniendo el duda el poder patriarcal): «Pero en tanto que el huésped está realmente inmerso en la lectura, Odetta lee como por pretexto, a rachas y casi con rabia hacia el libro que sostiene en sus manos».
Una postura escenificada y resumida por la mirada clavada en el sexo que sostiene la lectura como la basa de una columna.
A continuación, reproduciremos las dos propuestas swiftianas de Pasolini (medio en serio, medio en broma) para eliminar la criminalidad italiana; nosotros las usaremos para localizar y entender la extendida criminalidad de las librerías, es decir, su obediencia al bestseller y su sumisión al gusto burgués:
ABOLIR INMEDIATAMENTE LA ENSEÑANZA SECUNDARIA OBLIGATORIA
La escuela obligatoria es una escuela de iniciación a la calidad de vida pequeño burguesa; se enseñan cosas inútiles, estúpidas, falsas, moralistas, incluso en el mejor de los casos […] Para un obrero y su hijo basta hoy una buena escuela primaria hasta quinto. Ilusionarlo con un avance que supone una degradación es delictivo porque, en primer lugar, le hace ser presuntuoso (a causa de las dos miserables cosas que ha aprendido); en segundo lugar (y a menudo al mismo tiempo), le frustra angustiosamente, porque esas dos cosas que ha aprendido no le proporcionan más que la consciencia de su propia ignorancia.
ABOLIR INMEDIATAMENTE LA TELEVISIÓN
…lo que acabo de decir sobre la escuela obligatoria se multiplica infinitamente con la televisión, puesto que no se trata de una enseñanza sino de un «ejemplo». Es decir, la televisión no propone «modelos» sino que los representa. […] Ha sido la televisión la que prácticamente (no es más que un medio), ha puesto fin a la era de la piedad y ha empezado la era del hedonismo. Una era en la que unos jóvenes a la vez presuntuosos y frustrados a causa de la estupidez y la inalcanzabilidad de los modelos que les proponen la escuela y la televisión tienden inexorablemente a ser agresivos hata la delincuencia o pasivos hasta la infelicidad (que no es una culpa menor).
Normalmente, detrás de un libro hay un acto de consumo en una librería, un acto de consumo relacionado con la burguesía que retrata Pasolini.
Entonces…
¿Por qué no existen librerías en la periferia o en los barrios populares? ¿Por qué las pocas que coexisten en ese ambiente lo hacen en los emplazamientos más burgueses o hedonistas o consumistas como son los centros comerciales? Pienso en las Fnaces, Corteingleses y Casasdellibros de centros comerciales. Pienso en los MediaMarts, AlCampos, Eroskis, etc… que venden libros.
¿Por qué las grandes librerías independientes, de fondo maravilloso, universitarias, especializadas en arte o en cualquier otra materia que necesita la superación de los ciclos de enseñanza primarios, se empeñan en maltratar intelectualmente a los que no ostentan esas titulaciones universitarias afines a sus estanterías, digo anaqueles? Los imbéciles, ¿pueden tratar de imbéciles a sus semejantes?
Italia siempre nos ha proporcionado buenos ejemplos hedonistas. Cuando los reajustes económicos llaman a la puerta de la crisis con sus estrecheces sociales, un magnate de la televisión, convertido en presidente democristiano de la nación, está más preocupado en sacar a la venta un disco de canciones de amor napolitanas que en los problemas de su país. Esta afinidad por los temas populares podría inspirar un atentado de estilo Pasoliniano. ¿Qué tal siendo asesinado después de una orgía, acusando de su muerte al uso desenfrenado de estimulantes sexuales? Un nuevo delito italiano.
Y delito es que no lean con una alegría y pobreza típicamente napolitana. Lean antes de que desaparezcan la mayor parte de librerías engullidas por las posturas inspiradas en la mediocre enseñanza obligatoria y en la nefasta televisión o cualquier otro medio de comunicación «modelo». Lean, por ejemplo, las Cartas Luteranas o Teorema o Petroleo de Pier Paolo Pasolini. Personalmente, he regalado alguno de estos libros a personas que sólo practicaban posturas. Otro delito.
Fahrenheit 2.0: La elegante desaparición del papel en Amazon Kindle
El rasgo más elegante de un libro físico es que desaparece mientas usted lo está leyendo. Inmerso en el mundo y las ideas del autor dejas de percibir su cola, sus costuras o su tinta. El principal reto de nuestro diseño es que Kindle desaparezca al igual que un libro físico.
Esta elegancia metafísica del soporte tradicional de lectura, el libro, publicitada por Amazon en la presentación de su e-reader, deja paso a la exposición empírica de las claras ventajas ergonómicas de Kindle respecto a lo continentes de papel: su cómodo diseño impide al lector perder su lectura al cambiar de posición después de unas largas y fatigosas horas condenado a la manipulación de sus pliegos encuadernados. Unos invisibles mandos situados a ambos extremos del libro electrónico permiten largos periodos de lectura pasando las páginas sin cambiar de postura, incluso con una sola mano. Este complemento de la lectura pornográfica, esta tumba de atriles, continua emulando y mejorando al libro gracias a su tinta. La e-ink o tinta electrónica «se lee como el papel real, sin deslumbramiento. Lee con la misma facilidad a pleno sol como en su sala de estar«.
Vamos Amazon, enciende mi fuego. Mi excitación es debida a que no entiendo nada. ¿Kindle es un libro o no lo es? Bueno sí, un libro electrónico. Entonces, ¿un libro electrónico es un libro? De acuerdo… aceptamos e-reader como libro. Al menos eso parece lo más sensato tras la claudicación del mercado anglosajón de libros ante la competencia electrónica de Amazon. Sin ir más lejos, Border’s -una cadena de librerías mucho más poderosa que Casa del Libro– ha sido literalmente borrada del mapa.
Esta absurda disquisición sobre la naturaleza del libro electrónico como libro se solucionará en un futuro no demasiado lejano. No es nada nuevo. En 1953, Ray Bradbury imaginó en su novela Fahrenheit 451 un futuro en el que los bomberos en lugar de apagar fuegos se encargaban de provocarlos… quemando libros. La palabra «bombero» adquirió un nuevo significado más acorde con unos tiempos en los que la falta de sociabilidad y tecnología avanzaban juntos. Pero no seamos tan exagerados como el bueno de Bradbury. Amazon no está defendiendo la prohibición y quema del libro de papel. Simplemente está ofreciendo una plataforma en la que el lector puede sacar unos claros beneficios a nivel de contenidos, no de continentes, siempre y cuando consuma la oferta de Amazon, ya sea en forma de libros o lugares web con los que habrá llegado a un acuerdo comercial. Como vamos a desconfiar de Kindle si su conexión wi-fi podría utilizarse de forma gratuita frente a las bibliotecas municipales.
En la misma novela, Bradbury habla de los soportes de lectura. Las palabras que el viejo profesor dedica al bombero Montag también van dirigidas a personas como yo:
-Es usted un romántico sin esperanza. […] Los libros sólo eran un tipo de receptáculo donde almacenábamos una serie de cosas que temíamos ovidar. No hay nada mágico en ello. La magia solo está en lo que dicen los libros, en como unían los diversos aspectos del Universo hasta formar un conjunto para nosotros.
¿Qué os parece? ¿Tiene razón Amazon o no la tiene? Unas líneas más adelante (paso fatigosamente la página con una mano mientras sostengo, con más fuerza de voluntad que fuerza, el libro con la otra), el profesor Faber puntualiza sus palabras hablando de un libro de papel:
¿Sabe por qué libros como éste son tan importantes? Porque tienen calidad. Y, ¿qué significa la palabra calidad? Para mí significa textura. Este libro tiene poros, tiene facciones. Este libro puede colocarse bajo el microscopio. A través de la lente, encontraría vida, huellas del pasado en infinita profusión. Cuantos más poros, más detalles de la vida verídicamente registrados puede obtener de cada hoja de papel, cuanto más «literario» se sea. En todo caso, ésta es mi definición. Detalle revelador. Detalle reciente. Los buenos escultores tocan la vida a menudo. Los mediocres sólo pasan apresuradamente la mano por encima de ella. Los malos la violan y la dejan por inútil.
Pero Amazon avanza del lado de la calidad tecnológica. Ahora ha sacado al mercado norteamericano su propia tablet que ha bautizado con un significativo homenaje a nuestros valientes bomberos: Amazon Kindle Fire. Parece ser que Amazon ha oído las quejas de la esposa del bombero arrepentido cuando éste lee un libro:
-Los libros no son gente. Tú lees y yo estoy sin hacer nada, pero no hay nadie.
¿Quién hay ahí? Amazon Kindle Fire ofrece la conexión a redes sociales, internet, periódicos, películas, música… y una capacidad para sólo unos cuatrocientos libros. Los contenidos literarios se reducen a favor de las relaciones sociales virtuales o a distancia. A corto término, ¿será rentable para Amazon vender libros de papel? ¿Y libros electrónicos? Quizá, el negocio estará fuera de la lectura… Todo va tan deprisa…
Observo mi pantalla de plasma con su luz artificial dañando mis ojos, en tanto que mis dedos rozan el teclado de plástico de mi ordenador portátil mientras escribo este post. Estiro la mano izquierda para sostener con dificultad e incomodidad el libro de papel por la página elegida. Sólo tecleo con una mano y fuerzo el lomo como si estrujara a un pájaro con las alas extendidas:
-Acelera la proyección, Montag, aprisa. ¿Clic? ¿Película? Mira, Ojo, Ahora, Adelante, Aquí, Allí, Aprisa, Ritmo, Arriba, Abajo, Dentro, Fuera, Por qué, Cómo, Quién, Qué, Dónde, ¿Eh? ¡Oh! ¡Bang! ¡Zas! Golpe, Bing, Bong, ¡Bum! Selecciones de selecciones. ¿Política? ¡Una columna, dos frases, un titular! Luego, en pleno aire, todo desaparece. La mente del hombre gira tan aprisa a impulsos de los editores, explotadores, locutores, que la fuerza centrífuga elimina todo pensamiento innecesario, origen de una pérdida de valioso tiempo.
No perderé más el tiempo y empezaré a leer. Palabra de bombero.
Flannery O’Connor y el peligro de los hombres-librería
-Bueno, señora, le diré la verdad: hoy en día no hay mucha gente que quiera comprar biblias y, además, sé que soy un simplón. No conozco otra forma de decir las cosas que diciéndolas. Soy solo un muchacho del campo. –Levantó la vista hacia su rostro hostil- ¡la gente como usté no quiere tratos con la gente del campo como yo!
Una de las figuras de éxito en las épocas de dificultades económicas es el emprendedor. Ya sea recién salido del puto garaje de su padre para vender e-books y libros electrónicos o, como San Juan de Dios en el Gibraltar del siglo XVI, la palabra de dios en estampas, estos hombres y mujeres forjados a sí mismos con el trabajo incansable nos presentan la oportunidad de descubrir una necesidades que hasta ese momento desconocíamos. En la cita con la que hemos iniciado este texto, Flannery O’Connor nos ofrece una más que acertada autodefinición de emprendedor de boca de un vendedor de biblias, uno de los personajes de su cuento La buena gente de campo. Una imagen que confirma un hecho relacionado con el mundo del comercio de libros: la caída de las ventas; aunque, excepcional y paradójicamente, libros como la biblia -bestsellers- también se escudan en la sinceridad y la simplicidad para continuar con sus exitosas ventas. Esta imagen literaria de hombre-librería, sumada al nombre de la casa donde se retiró la escritora norteamericana a causa de una penosa enfermedad, Andalusia, me ha recordado a otro hombre de éxito: el fundador de Planeta, el ya fallecido editor andaluz afincado en Barcelona José Manuel Lara Hernández.
Su biografía está plagada de fracasos escolares -se consideraba un mal lector-, de oficios extravagantes para un trabajador del ramo libresco como bailarín de revista, vendedor a domicilio de galletas María o capitán de la legión (al mando de su compañía entró por primera vez en la Barcelona derrotada de la Guerra Civil) y de éxitos forjados a fuerza de constancia tales como la creación del mayor imperio editorial en castellano construido a través de la venta a domicilio de enciclopedias y el inesperado éxito de Los cipreses creen en dios. Antonio Burgos resaltó en un artículo con motivo de su muerte que el futuro Marqués de Lara había introducido la lectura en los hogares españoles. Pero el crítico va más lejos al afirmar que «el día en que Lara apareció en el hotel Ritz de Barcelona en una rueda de prensa al lado de Carlos Barral fue el día en que de verdad comenzó la concordia en el mundo editorial español«. Se refiere al presunto desprecio que sentía la burguesía catalana por este editor, al que definían como vendedor de libros. ¿Qué tiene de malo ser vendedor de libros? ¿Tener tratos con la gente de campo como el Marqués de Lara?
Por una razón u otra, desconfío del éxito. Al menos, del éxito descomunal, sin paliativos… Como el imperio Planeta. Una desconfianza que me hace pensar en el cuento de Flannery O’Connor. Una mujer, cultivada gracias a cursos de filosofía en la universidad, se deja seducir por un vendedor de biblias que podía satisfacer una necesidad física frustrada por una pierna ortopédica. Veamos como O’ Connor describe el interior de la voluminosa y pesada maleta del seductor vendedor de biblias:
Tenía un forro azul pálido y manchado y solo contenía dos biblias. Sacó una y abrió la cubierta. Estaba hueca; había una petaca de whisky, una baraja de naipes y una cajita azul con algo impreso. Dispuso estas cosas ante ella una a una en una fila regular, como quien presenta ofrendas en el templo de una diosa. Le puso la cajita en la mano. ESTE PRODUCTO SÓLO SE USARÁ PARA PREVENIR ENFERMEDADES, leyó ella, y la dejó caer. El muchacho estaba abriendo la petaca. se detuvo y señaló, con una sonrisa, los naipes. No era una baraja corriente, sino que había una foto obscena en el reverso de cada carta.
Lo dicho, desconfío del éxito. Siempre he pensado que oculta algo, que engaña fácilmente a todos aquellos que lo observan. Esto ocurre con la oferta de libros que invaden nuestras librerías. Una oferta que se aprovecha de nuestras debilidades, como si la pasión por los libros fuera una pierna de madera que nubla nuestra percepción con un orgullo absurdo.
Volviendo al cuento, ¿cuál es el desenlace de este prometedor y necesitado encuentro amoroso?
Él se levantó de un salto con tal rápidez que ella apenas le vio arrojar los naipes y la cajita en la biblia y guardarla en la maleta. Le vio coger la pierna y luego colocarla en diagonal y desamparada dentro de la maleta con una biblia a cada lado. El joven cerró con un golpe la tapa, cogió la maleta y la lanzó por el agujero; luego empezó a bajar la escalerilla.
¡Cuidado con aquellos que pretenden robarnos nuestras piernas de madera! ¡Nuestra pasión por los libros! Por que desde el día en que nacieron no creen absolutamente en na.
Georges Perec y la coartada de las librerías
¿Podemos imaginarnos una librería vendiendo bandejas de langostinos cocidos o máquinas de afeitar eléctricas o gorros de baño para niños o ropa interior de algodón? ¿Regalando una pieza de vajilla de porcelana china cada vez que se compra un libro? ¿Libros en cuyos lomos puedas recortar un vale diario para adquirir con descuento una bicicleta estática? Aunque estas fantasías consumistas baratas estén siendo sustituidas por cajas de experiencias caras, como la visita a un balneario, una cena en un restaurante de lujo o una noche en un parador nacional, la mayor parte de librerías continúan vendiendo libros u objetos relacionados con ellos. Pero, para los consumidores, ¿son suficientes las experiencias que ofrecen nuestras cajas de papel encuadernado, los libros? Esta inestable necesidad es una prueba del diletantismo diagnosticado entre los compradores de libros y entre los intermediarios de este consumo, comercios de libros, distribuidores y, en menor medida, editores.
Un estudio de Instituto Nacional de Estadística publicado en el año 2008, antes del pistoletazo de salida a nuestra crisis galopante, estipulaba en 3185,5 millones de euros el negocio de la venta de libros. Los hábitos de compra de los españoles se repartían en diferentes comercios con la siguiente proporción: un 47,51% en librerías y cadenas de librerías (es un error grave que no se distingan), un 9,05% en Grandes superficies, un 7,62% en quioscos, un 11,08% en empresas e instituciones, un 6,77% en crédito (¿?) y un 17,95% en venta por correo, internet, teléfono y club de lectores. Parece ser que se distingue más a los «vendedores» que los espacios en los que se desarrolla el negocio. Podemos concluir que nos es lo mismo comprarle un libro a un librero que a un dependiente, a un quiosquero, a un funcionario, a un banquero, a una teleoperadora, a un captador de socios o arrojarlo al icono de una cesta de compra.
Para hacer de la estadística un género literario digno de Georges Perec, veamos como los datos son enriquecidos en plena crisis por el Boletín de Hábitos de Lectura y Compra en 2010, editado por la Federación de Gremios de Editores de España. Después de montar con proporciones y tantos por ciento al lector perfecto como una mujer joven y urbana, universitaria y consumidora de novelas (si, además, fuera rusa parecería un anuncio de dudosa procedencia), nos informa que un 72,7% de lectores compran algún libro. ¿Dónde? «Las librerías son el lugar habitual para la compra de libros para el 73,3 % de los compradores y el 49,9% ha realizado su última compra en una de ellas. Los grandes almacenes (22,0%), las cadenas de librerías (16,1%), los hipermercados (15,8%), las cadenas de librerías (8,8%) y club de lectores (13,3%), les siguen en las preferencias«, cita el informe. No entiendo nada, pero no pasa nada, es un juego de literatura potencial digno del OULIPO. Una tipología de librerías que demuestran un verdadero ejercicio de estilo: gran almacén e hipermercado, dos gemelos completamente diferentes como son las cadenas de librerías y las cadenas de librerías, club de lectores (uno solo). Y un aparte se merecen nuestros bouquinistas de cotilleos y fascículos chatarreros, los quiosqueros. Otro boletín del año 2007 simplificaba los lugares de venta en librerías y cadenas (55%), Grandes almacenes (13,4%), Club de lectores (12,6%) e hipermercados (10,7%). El pasado siempre nos proporciona pistas: cadenas de librerías + cadenas de librerías = librerías y cadenas; es decir, un desigual 24,1% en el año 2010 frente al 55% del año 2007. Los libreros están en peligro de extinción frente a los dependientes. Y quizá, culpa de ello se halla en que el volumen de negocio de la venta de libros ha ascendido hasta los 4000 millones de euros.
Pero si desde las librerías independientes realizamos un llamamiento a la Resistencia, podemos caer en una paradoja, en una contradicción. Para exponerla, apoyémonos en Georges Perec y en un episodio de La vida instrucciones de uso, un puzzle reconstruido con todo tipo de experiencias humanas, incluso la de una librería, como acontece en el capítulo XLIII, Foulerot, 2. El protagonista, Paul Hébert, estudiante y miembro de la resistencia, co-autor de un atentado que costó la vida a tres oficiales alemanes en el bulevard de Saint-Germain el 7 de octubre de 1943 (un personaje literario llamado Ernst Jünger se salvó por los pelos) es detenido en el Barrio Latino por la policía francesa cuando estaba repartiendo octavillas a favor de la Resistencia.
Nieto de un farmacéutico instalado en el 48 de la calle de Madrid, se aprovechaba más de la cuenta de aquel abuelito bonachón sustrayéndole francos de elixir paregórico que vendía por cuarenta o cincuenta francos a jóvenes drogadictos del Barrio Latino; aquel día había entregado su provisión mensual y, al ser detenido, se disponía a ir a los Campos Elíseos a gastarse los quinientos francos que acababa de ganar.
Pero en vez de explicar, sin más complicaciones, que se había fumado las clases para ir al cine a ver Pontcarral, coronel del Imperio o Goupi manos rojas, se lió a dar explicaciones cada vez más embrolladas empezando a contar que había tenido que ir a la librería Gibert a comprar el Tratado de Química orgánica de Polonovski y Lespagnol, un tomazo de 856 páginas publicado por Masson hacía dos años. «Y, ¿dónde está el tratado ese?», preguntó el comisario. «No lo tenían en Gibert», afirmó Hébert.
El comisario, que en aquel momento de la investigación sólo tenía ganas de divertirse un poco, mandó a la librería a un guardia que, naturalmente,volvió a los pocos minutos con el tratado de marras. «Sí, pero era demasiado caro para mí», murmuró Hébert metiéndose definitivamente en un lío.
La Librería Gibert Joseph es completamente real. El 14 de marzo del 2008 fue proclamada por el Livres Hebdo como la primera librería francesa. Sus criterios no eran estéticos, sino que se regían por un volumen de ventas «individuales». Ese primer lugar no era compartido por el resto de las 30 librerías de la cadena; el privilegio recayó en los 4900 metros cuadrados y los 280000 títulos de la sede del bulevar de Saint-Germain. Su evolución es más que curiosa, paradigmática: Joseph Gibert llega a París en 1886 procedente de provincias para establecerse con cuatro puestos de bouquiniste junto al Sena. En 1888 inaugura la primera librería en el Quai de Saint Michel. Después de su muerte, sus hijos dividen el legado libreril. El menor se queda la librería de su padre, Gibert Jeune, y el primogénito inaugura una librería en el emplazamiento citado por Perec, Gibert Joseph. Al hallarse en el corazón del barrio latino se especializa en la compra-venta de manuales universitarios, una tendencia comercial que derivará hacia el libro de ocasión a causa de la crisis universitaria. En la actualidad, además de una página web en que los gastos de envío son gratuitos para sus libros, venden música, películas, libros nuevos y viejos, libros de ocasión y papelería. ¿No les recuerda nada? Un modelo de negocio de librería encadenada (FNAC, Casa del Libro, Amazon, Feltrinelli,…).
Pero me he olvidado de la paradoja de Paul Hébert. En esta historia de Perec, los juegos literarios construidos por Perec son varios. Uno, del que me permito ciertas licencias, está relacionado con la librería, la futura cadena: la policía encuentra el libro cuya ausencia servía de coartada para el detenido. El paso del tiempo, la evolución de las librerías a cadenas de librerías, hipermercados o grandes superficies, podría sembrar la duda de la existencia de un manual tan especializado cuando el verdadero negocio está en los bestsellers, los juegos, los lectores electrónicos, las películas, o las ofertas de bandejas de langostinos cocidos o de ropa interior de algodón. Aviso para navegantes. El segundo juego se halla en los autores del manual de quimica, Polonovski y Lespagnol. No hace falta señalar la importancia de polacos y españoles en la Resistencia contra los ocupantes nazis.
En el momento que detuvieron a Paul Hébert se disponía a repartir unas octavillas que se iniciaban con estas palabras: «El soldado boche es un ser fuerte, sano, que sólo piensa en la grandeza de su país. Deutschland über alles! ¡Mientras que nosotros nos hemos sumido en el diletantismo!». Yo traduciría el encabezamiento del pasquín de otra manera: «Las cadenas, las grandes superficies y los hipermercados son librerías fuertes, sanas, que sólo piensan en la grandeza del beneficio. ¡Dios salve a las ventas fáciles! ¡Mientras que nosotros, los lectores, nos hemos sumido en el diletantismo!«.
Los libreros venden libros en las librerías.
Robert Walser pregunta en una cadena de librerías por el libro más vendido
El objetivo de esta sección («Una librería propia«) es homenajear a aquellos escritores que fabulan sobre la enriquecedora experiencia que implica un intercambio literario en un comercio dedicado a la venta de libros. Su visita novelesca actualizará, desde el pasado, algunos de los interrogantes que nutren nuestro blog.
En estos días de rentrée literaria y vuelta al colegio se echa en falta una sección semanal de los suplementos culturales: las clasificaciones de libros más vendidos. La preocupación por los libros de texto, las ferias más o menos reivindicativas -libro editado en catalán o de lance- y la intrusión de Amazon en el panorama comercial español (siempre se ha hallado entre nosotros, aunque en otras lenguas que parecían disimularlo), han dejado en un segundo plano a nuestros prescriptivos tops.
Para paliar esta falta, consultamos las páginas web de 6 cadenas de librerías españolas, enumerando los libros más vendidos:
A- Casa del Libro (más de 40 tiendas en España, con unos clientes hábidos por el bestseller y la solución de trastornos alimentarios o baja autoestima):
Ficción: 1. Juego de tronos (bolsillo); 2. Festín de cuervos (bolsillo); 3. Si tu me dices ven lo dejo todo…; 4. Los asesinos del Emperador; 5. El mapa y el territorio; 6. El libro de Gabriel; 7. HHHH; 8. Aleph (desgraciadamente, Paolo Coelho); 9. Libro de las almas; 10. El ángel perdido. No ficción: 1. El método Dukan ilustrado; 2. Aprendiendo a ser padres; 3. Las recetas de Dukan; 4. La biología de la creencia; 5. No consigo adelgazar; 6. Método 3 x 10; 7. El secreto; 8. Indignaos; 9. Saber cocinar 1; 10. El equilibrio a través de la alimentación.
B- FNAC (más de 20 tiendas). Parece estar dedicada a un público más joven (el bolsillo tiene un top propio) y aunque no distingue géneros, más compradores con obsesión por el bestseller:
1. Los muertos vivientes 14 (un còmic; nada que ver con una novela gráfica); 2. El mapa y el territorio; 3. Aleph (desgraciadamente, Paolo Coelho); 4. Si tu me dices ven… etc.; 5. El jardín olvidado; 6. Festín de cuervos; 7. Los asesinos del Emperador; 8. El método Dukan ilustrado; 9. Jo confesso; 10. El equilibrio a través de la alimentación.
C- El Corte Inglés (infinidad de centros comerciales, con un público de mayor edad y más tradicional):
Ficción: 1. El jardín olvidado; 2 Aleph (desgraciadamente, Paolo Coelho); 3. En el país de la nube blanca; 4. Los asesinos del Emperador; 5. Si tu me dices…; 6. El tiempo entre costuras; 7. El libro de las almas; 8. Dime quién soy; 9. Maldito karma; 10. No abras los ojos. No ficción: 1. No consigo adelgazar; 2. En confianza (Mariano Rajoy); 3. El secreto; 4. Las recetas de Dukan; 5. Indignaos; 6. Gente tóxica; 7. Saber cocinar 1; 8. Excusas para no pensar; 9. No te rindas; 10. La naturaleza de Franco.
D. Amazon (un top alimentado por ediciones de bolsillo, quizá gracias al aprovechamiento por parte de sus clientes de las condiciones de envío o de un deficiente trabajo de su departamento de promoción al manejar unos datos de ventas obsoletos):
1. El monje que vendió su Ferrari; 2. Juego de tronos; 3. Ponte en forma en nueve semanas y media; 4. Indignaos; 5. El método Dukan ilustrado; 6. El nombre del viento; 7. Juego de tronos (pack con los dos primeros volúmenes de la saga); 8. El camino de Steve Jobs; 9. Ganar en la bolsa es posible; 10. La casa de Riverton.
E. La Central (dos librerías y sucursales en museos. El gerente de la cadena afirma que son como una mano con cinco dedos independientes, ¡una mano con seis dedos! Sólo reproducimos sus mejores ventas en castellano):
Ficción: 1. El mapa y el territorio; 2. X; 3. Doctor Glas; 4. Los amigos de Eddie Coyle; 5. Los enamoramientos. No ficción: 1. El desgüace de la tradición; 2. El infinito viajar; 3. La folie Baudelaire; 4. El escarabajo de Wittgenstein; 5. Algo va mal.
F. Laie. (una librería y varias sedes en museos –el director literario afirma que son una cadena por casualidad, pues las instituciones acuden a a ellos-; mezcla de los más vendidos en idiomas catalán y castellano, ficción y no ficción):
1. Jo confesso; 2. El mapa y el territorio; 3. El mapa i el territori; 4. La nevada del cucut; 5. Cómo vivir o una vida con Montaigne; 6. Adéu a la universitat; 7. La torre de la arrogancia; 8. Palomar (¡Italo Calvino!); 9. El verano de los juguetes rotos; 10. Comprometeu-vos!
Antes de lanzar nuestra pregunta, reproduzcamos un fragmento de El Paseo de Robert Walser, que en su juventud alemana o suiza fue librero:
Como una librería en extremo airosa y bien surtida se mostrara alegremente ante mis ojos, y sintiera el instinto y el deseo de hacerle una breve y fugaz visita, no dudé en entrar a la tienda con visiblemente buenos modales, permitiéndome pensar en todo caso que quizá estuviera mejor como inspector y revisor de libros, como recopilador de informaciones y fino conocedor, que como querido y bien visto rico comprador y buen cliente. Con voz cortés, en extremo cautelosa, y las expresiones, comprensiblemente, más escogidas, me informé acerca de lo último y lo mejor en el campo de las bellas letras.
–¿Podría -pregunté con timidez- ver y apreciar al instante lo más esmerado y serio, y por tanto naturalmente también lo más leído y más rápidamente reconocido y vendido? Me obligará en alto grado a inusual agradecimiento si me hace el enorme favor y tiene la bondad de mostrarme ese libro, que, como sin duda nadie sabe con tanta exactitud como precisamente usted, ha encontrado el máximo favor tanto en el público lector como en la temida y, por tanto sin duda también, halagada crítica, y lo seguirá encontrando. No sabe cuánto me interesa saber enseguida cuál de todos los libros u obras de la pluma aquí apilados y expuestos es ese libro favorito n cuestión, cuya visión con toda probabilidad, como he de sospechar del modo más vivo, me convertirá en inmediato, alegre, entusiasta comprador. El deseo de ver al escritor favorito del mundo instruido y su obra maestra admirada, entusiásticamente aplaudida, y como he dicho probablemente de comprarla, me hormiguea y cosquillea por todos los miembros. ¿Puedo rogarle que me muestre ese libro exitosísimo para que el ansia que se ha apoderado de todo mi ser se satisfaga y deje de inquietarme?
-Con mucho gusto -dijo el librero. Desapareció como una flecha para volver al instante siguiente con el ansioso comprador e interesado, y llevando en la mano el libro más comprado y más leído, de valor en verdad perdurable. Llevaba el valioso producto intelectual tan cuidadosa y solemnemente como si portara una milagrosa reliquia. Su rostro mostraba arrobo; su gesto irradiaba el máximo respeto, y con una sonrisa en los labios como sólo pueden tener los creyentes e íntimamente convencidos,me enseñó del modo más favorable lo que traía consigo. Yo contemplé el libro y pregunté:
-¿Podría usted jurar que este es el libro más difundido del año?
-Sin duda.
-¿Podría afirmar que este es el libro que hay que haber leído?
-A toda costa.
–¿Y es realmente bueno?
-¡Qué pregunta tan superflua e inadmisible!
-Se lo agradezco mucho -dije con sangre fría; preferí dejar tranquilamente donde estaba el libro que había tenido la más absoluta difusión, porque había que haberlo leído a toda costa, y me alejé sin ruido, sin perder una sola palabra más.
-¡Hombre maleducado e ignorante! -me gritó, naturalmente, el vendedor, en su justificado y profundo disgusto…
Robert Walser
Traducción de Carlos Fortea
¿Son realmente buenos los libros más vendidos? ¿Es realmente bueno Juego de Tronos o El método Dukan ilustrado? ¿Y el nº 14 de Los muertos vivientes? ¿Y El jardín olvidado o No consigo adelgazar? ¿Y qué me dicen de El monje que vendió su Ferrari? ¿El mapa y el territorio? ¿Qué opinan de Jaume Cabré y Jo confesso?
Lean detenidamente esas listas y piensen en la entelequia del precio fijo de los libros, tan asociado a políticas de compras, tan arraigado a la desgraciada supremacía de la venta sobre la calidad del libro, excepto cuando las ventas acompañan a un buen libro como lo son las obras de Michel Houellebecq y Jaume Cabré; por último, piensen en la frase de Roberto Bolaño: «Cada uno tiene la librería que se merece…«.
Ed’s Martian Book: la librería unípara
76206, 76205, 76204, 76203, 76202, 76201, 76200, 76199, 76198…
-Control de Amazon llamando al Mayor Pececillo. Responda Mayor Pececillo.
En el año 2010 se editaron en España la friolera de 132,1 millones de ejemplares repartidos en 76.206 títulos. La tendencia del año 2011 será parecida pese a la previsión de un descenso de las ventas de libros. La cita elegida por Pequod Llibres en su punto de libro explica esta tendencia: «Encuentro la televisión muy educativa. Cada vez que alguien la enciende, me retiro a otra habitación y leo un libro«. La elección de Groucho Marx es la excepción que confirma la regla. Los españoles cada vez que encienden la televisión provocan un descenso de las ventas de libros (una precipitación que se transformaría en tormenta si habláramos de lectura).
La supremacía televisiva podría encontrar un duro competidor. Andrew Kessler, un escritor novel (no es novelista, aunque neoyorkino) ha abierto un librería en el West Village, convirtiéndose en un pionero de la resistencia.
Como indica su nombre, Ed’s Martian Book sólo vende 1 título, a la sazón de 3000 ejemplares repartidos a lo largo y ancho de una peluquería travestida en librería. El título del libro es lo de menos, Martian Summer. Robot arms, cowboy spacemen, and my 90 days with the Phoenix Mars Mission, pero la brillante idea de Ed puede arrastrarnos a pensar un poquito.
2802, 2801, 2800, 2799, 2798, 2797, 2796…
–Control de Amazon llamando a Pececillo. ¿Está usted ahí?
Si damos un paseo por alguna de nuestras ciudades, en mi caso Barcelona, percibiremos un fenómeno inflacionista derivado de la crisis económica: el incontable número de locales en traspaso, venta y alquiler. Una oferta inmobiliaria saturada que se solucionaría drásticamente (Sr. Rubalcaba, tome nota) si estos locales se dedicaran a la venta exclusiva de un solo libro. ¿Se imaginan el paisaje? Ciudades pobladas por cientos… miles de librerías especializadas en un solo título.
Pero no sólo eso. Apunten:
5. Podría derogarse la ley del precio fijo. Como cada librería estaría concentrada en un título, no existiría la competencia desleal. Por supuesto, las grandes superficies sólo venderían bestsellers y las librerías independientes el libro que les diera la gana. Así, una sede de Fnac pasaría a llamarse Isabel’s Island Book, otra Dukan’s Diet Book y Pequod se rebautizaría como Pequod’s Whale Book o Pequod’s Moby Dick Book. Los cambios de nombre estarían a la orden del día.
4. Limitación de los intermediarios. Las editoriales podrían negociar directamente con librerías. Siendo magnánimos, los distribuidores se transformarían en meros representantes (ostras, como ahora) que negociarían entre editorial y librería, o viceversa, a cambio de una comisión.
3. Una librería un libro, significaría que los 76.206 libros dispondrían de 76.206 librerías. Entonces ¿qué hacer con los libros de fondo? Sólo conservar los que se salvaran de la dura negociación por mantenerse en el mercado. Alguna librería de lance podría mantener un título agotado (José Maria’s Cypress Book) y poseer la exclusividad de las diferentes ediciones, bolsillo incluida.
2. Eliminación de algunos clientes no deseados. Concretamente de la categoría «autores que preguntan por su libro haciéndose pasar por clientes anónimos«. Recomiendo seguir el ejemplo de Andrew. Que cada autor o editorial venda su libro. Así comprobarían que fácil es. Seguro que en pocos días echarán de menos a ese trabajador tan torturado y poco reconocido que es el librero. Con el autor vendiendo el libro recién editado (los negros de César Vidal habrían de salir a la luz o hacerse la cirugía estética para parecerse a su amo), podrían darse casos graciosos. No puedo evitar pensar en Juan’s Cunts Book (en castellano El libro de los Coños de Juan), en una librería de lance de la COPE.
1. Y, por fin, los escritores y editores se darían cuenta que tanto libro nuevo es imposible de absorber por el mercado.
El experimento de Ed es curioso. Quería tener su libro en el escaparate de una librería. Y los primeros meses sólo aspiraba a pagar el alquiler con el beneficio de sus ventas. El libro salió a la venta a finales del mes de abril al precio de 27,95 $ en una bonita edición de tapa dura.
¿Cómo le va a Ed?
10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1… 0
-Control de Amazon a Mayor Pececillo. Responda.
-Aquí Mayor Pececillo
-Después de tres meses de existencia, el libro Martian Summer ha sido rebajado en nuestra librería virtual. Su precio actual es de 17,46$, con un ahorro de 10,49$. También puedes coprarlo usado a partir de 8,89$. Tenemos todos los libros del mercado.
-Ufffffffffffffff.
Quizás deberíamos cambiar la frase de Groucho Marx por otra que no tendría cabida en puntos de libro que valgan. «Cada vez que enciendo el ordenador, me dan ganas de comprar un libro». ¡Y Amazon a punto de aterrizar en España!
¿Existirá un virus que salve a las librerías de su invasión? Prueben a vender un solo título.
Ryûnosuke Akutagawa, los Kappa y el futuro de los libreros
Japón me atrae irremediablemente porque me hace sentir como un analfabeto; no un ignorante, sino como un «niño» que aún no ha aprendido a leer y escribir. Por supuesto, ni escribo ni leo japonés. Esta vuelta a la infancia puede experimentarse en cualquier calle de una gran ciudad japonesa, en las marquesinas de las tiendas de fideos o en los itinerarios de metro y ferrocarril; una pulsión infantiloide que se mostrará en su fase más avanzada en una librería nipona. Sin ir más lejos en Kyoto, en la librería Keibunsya, en el año 2008 catalogada por el rotativo londinense The Guardian en el número 9 de una provisional clasificación de las librerías más bellas del planeta.
Además de consumir el típico café aguado en la cafetería del piso inferior de esta librería especializada en arte (mi analfabetismo alcanza su fase funcional al contemplar la amplia exposición de libros ilustrados), a lo mejor dedicada a la memoria del pintor kyotota Keibun Matsumara (1779-1843), me entretuve en buscar un libro de Akutagawa Ryûnosuke: Los Kappa, pronúnciese Kap-pa. La búsqueda fue un completo fracaso.
«En un estante de la librería Maruzen, (…) saqué al azar un grueso volumen. Pero allí encontré una ilustración en la que figuraban unos engranajes con ojos y narices de seres humanos (el libro contenía una serie de reproducciones de dibujos de dementes recopiladas por un especialista alemán). Lentamente un espíritu rebelde creció dentro de mi angustia, y me lancé a abrir libros, uno tras otro, a la manera de un maniático jugador. Sin embargo, todos, en algún renglón o grabado, ocultaban alguna ironía. ¿Todos los libros…?». La locura de Akutagawa manifestada en la librería Maruzen de Tokyo en la escritura transformada en engranajes, fue evocada por mi frustrada e iletrada búsqueda en los repletos anaqueles de Keibunsya, hasta que topé con la silueta de un viejo conocido en el lomo de un libro: Fernando Pessoa.
Saqué el libro del estante y estudié la cubierta. En un ángulo descubrí escritas en un relieve blanco, casi invisible, las palabras Fernando Pessoa. Livro do desassossego. Esto fue lo único que pude leer el libro, suficiente para asirlo con fuerza y precipitarme a la caja para abonar los 2400 yen que me indicó un empleado.
El feliz encuentro con Pessoa y el desencuentro con Akutagawa fue relatado al amigo que me alojaba en Kyoto. Para compensar mi desengaño decidió guiarme a una excursión en el barrio de Fushimi. Visitaríamos las históricas destilerías de un sake de Kyoto, Kizakura. En sus instalaciones podíamos encontrar un museo dedicado a aquellos animales que habitaban la cultura popular y la criptozoología japonesa, los protagonistas de la novela de Akutagawa Ryûnosuke: el Kizakura Kappa Country.
No nos detendremos en la descripción de este museo dedicado a estos seres de cuento, ni en sus fotografías esotéricas ni en los vídeos promocionales de la bebida alcohólica protagonizados por estos tigres de agua; más bien, nos concentraremos en la descripción de una fábrica de libros del país Kappa, posiblemente presente en alguna de las ediciones de la novela exhibidas en el museo y que no podía leer: «Entré acompañado de un joven Kappa, ingeniero de este establecimiento. Quedé verdaderamente maravillado ante el progreso de la industria mecánica del país de los Kappa a la vista de una enorme máquina que funcionaba gracias a la energía hidroeléctrica. Decían que esta fábrica producía siete millones de ejemplares al año. Por otra parte, esta cifra no me sorprendió lo más mínimo. Lo que me dejó atónito, fue el hecho que para tal producción apenas se necesitara mano de obra. Para fabricar esos libros, era suficiente introducir en una obertura con forma de embudo de una máquina, papel, tinta y unos polvos grises. Una vez introducidas estas materias primas, no era necesario esperar más de cinco minutos para contemplar la salida de innumerables libros de diferentes formatos: en octavo, en cuarto, en dieciseisavo… Admirando esos libros caídos en catarata, pregunté al ingeniero Kappa allí presente qué era ese polvo gris. Inmóvil ante la máquina negra y reluciente, me respondió con voz apagada:
-¿Eso? Es cerebro de asno. Se seca y pulveriza muy fino. El precio de venta es de dos o tres céntimos la tonelada.
Era evidente que esos milagros industriales no se limitaban a la fabricación de libros. El proceso se repetía para la pintura y la música.»
Ya intuíamos el origen supino y pollino de muchos bestsellers, pero es inquietante como la lúcida locura de Akutagawa recoge lo que le sucedería a miles de trabajadores a causa de una excesiva mecanización libresca, es decir, a la edición en masa de bestsellers, de e-books y a la venta on-line:
«-Se extermina a todos esos trabajadores. Contemple este periódico. Como aproximadamente sesenta mil setecientos sesenta y nueve obreros han sido despedidos, este mes bajará el precio de la carne».
En España este mes de agosto el IPC ha bajado gracias al descenso del precio de los alimentos. ¿Un efecto secundario de la adquisición de la cadena de Librerías Bertrand por parte de la Casa del Libro o de los desfavorables resultados de sus evaluaciones de atención al cliente? No, parece demasiada coincidencia. Pero, ¿qué sucederá cuando aterrice Amazon? ¿Las listas de desempleo estarán preparadas para tantas barbacoas gratuitas inspiradas en esta parábola digna de Jonathan Swift?
Amigos libreros, prepárense para lo peor: ser embutidos en vejigas de vaca o transformar sus librerías en obras de arte y, como Keibunsya, engrosar una lista de librerías VIP cuya visita es recomendada en guías de viaje, no por sus libros sino por la bella disposición de sus estanterías, salas de venta o mostradores.
En Kyoto no pude comprar el libro de Akutagawa (más tarde, lo hice en una librería de Osaka, en Bertrand y en Pequod), pero disfruté como un niño en el país de los Kappa; incluso nos pimplamos una botella de sake Kizakura. Como suele decirse, mal de muchos, consuelo de tontos. ¿O era bestsellers de pocos, consuelo de muchos? No lo recuerdo bien. ¿Cuándo se repetirá esa vuelta a la inocente infancia? En España seguro que no. ¡Ya sé leer! O eso creo. Como podría afirmar Pessoa, «por la boca muere el pez, y Pececillo de Plata«.
Araki Takako y las Biblias de cerámica
El trabajo de la escultora japonesa Araki Takako (Nishionomiya, 1921-Senda, 2005) nos permite imaginárnosla como una sacerdotisa de la tribu de los hombres-libro, ocultos en los bosques esperando la mejor oportunidad para recitar aquellos libros aprendidos de memoria antes de ser pasto de las llamas. Su condición de maga provocó el temor entre los guadañeros de la memoria. Araki pretendía salvar los recuerdos pero, en lugar de exhumar oralmente las palabras de los libros desaparecidos, los figuró en barro como objetos inmortales dañados irreversiblemente por la acción del fuego o del agua.
El fallecimiento de su hermano cristiano tras una agónica y dolorosa tuberculosis impulsó a Araki a usar la imagen de la Biblia (el libro más vendido de la historia de la cultura occidental) durante dos décadas. Su objetivo era explorar las dudas que despertaba una fe que no había aliviado a su hermano en el lecho de muerte.
Las finas láminas de arcilla y barro, el mismo material con el que se creó al primer hombre, que evocan las páginas y la serigrafía de los imperecederos versículos en su superficie confirmaban la fragilidad e inmortalidad de las palabras; su daño, los actos de inhumanidad cometidos en su nombre.
Hoy, 6 de agosto debería conmemorarse, y lamentarse, el primer impacto de una bomba atómica sobre una población civil cuando una cultura occidental de pin-ups y biblias sacudió la ciudad japonesa de Hiroshima. La obra de Araki Takako no es ajena a esta inmortalización de la barbarie, como muestra otro de sus libros de artista, una biblia que testimonia la Bomba.
¿Y nosotros? Quizás nos debatimos sobre la conveniencia de celebrar una carrera de motocicletas por el peligro que supone para los pilotos la exposición a la radiación de una central nuclear averiada; en su lugar, ¿sería obligatorio recordar el verdadero desastre nuclear metamorfoseándonos en aquellos hombres-libro recordando los testimonios reproducidos en papel -y pronto olvidados por el ataque de la novedad que aqueja a nuestra cultura occidental? O, además, ¿nos transformamos en hombres-librería para resistir a la incendiario amnesia y frivolidad del mercado? Y las excepciones, que existen, que nos inspiren la creación de otros libros de artista.
Akira Kurosawa salva su vida en un terremoto al encontrar cerrada una librería.
Maruzen es una librería situada en Nihombashi, en el centro del Tokyo, fundada en el año 1869 por Yuteki Hayashi. Su crecimiento fue paralelo a la apertura del Japón a Occidente con el inicio de la era Meiji en 1868. Fiel a esta idea se ha especializado en la importación de libros extranjeros hasta la actualidad.
En 1923 fue completamente destruida por los efectos del terremoto Kanto que asoló la ciudad de Tokyo.
Akira Kurosawa fue un testigo de excepción de esta destrucción. Aunque salvó la vida gracias al horario de la librería.
Cuando terminó la asamblea me puse en camino hacia Maruzen, la librería más grande de libros extranjeros de Japón, en el céntrico barrio de Kyobashi. Mi hermana mayor me había pedido que le recogiese un libro en lengua occidental. Pero cuando llegué, aún no habían abierto la tienda. Me volví para casa muy disgustado, con la intención de volver a intentarlo por la tarde.
Dos horas más tarde el edificio Maruzen fue destruido, y circularon por todo el mundo las espantosas imágenes de las ruinas que quedaron para demostrar la devastación que extendió el gran terremoto Kanto. No dejo de preguntarme qué me habría ocurrido si la tienda hubiera estado abierta esa mañana. Lo normal es que no me hubiera pasado dos horas buscando el libro de mi hermana, por lo que no encuentro probable que me hubiese aplastado el edificio Maruzen. ¿Pero cómo me habría escapado del terrible fuego que rodeó y destruyó el centro de Tokio a causa del terremoto?
Akira Kurosawa
Te preguntamos: ¿Es necesario que las librerías tengan un horario comercial libre?